Había sido más fácil casarse con Cas, a pesar de que en aquel momento lo odiaba. Al menos se había sentido en control de la situación. Esto era inesperado.
—¿Estás dispuesta a tener esta conversación? —preguntó August.
No. Ella no había contemplado siquiera su siguiente matrimonio. Para una reina se daba por sentado que la unión tendría que ver más con política que con amor, pero pensaba que para eso aún faltaba tiempo, mucho tiempo.
Cas.
El nombre le abría un agujero ardiente en el corazón. Trató de ignorarlo. Su cariño por Cas no importaba. Nunca sería de él, por mucho que ella así lo deseara.
—Sé que esto es inesperado —dijo August al ver que Em no respondía—, pero sería beneficioso tanto para los ruinos como para Olso. Necesitáis ropa y protección; nosotros podemos ofreceros eso.
—No necesitamos que nos protejáis —dijo Olivia bruscamente—. Mucho menos pedimos limosna. Muy pronto nos habremos recuperado, de eso yo me encargo.
August a todas luces tenía sus dudas, pero no respondió. Miró a Em en espera de su respuesta.
Em podía ponerle un alto a August en ese mismo momento, decirle que hiciera el equipaje y se marchara. Olivia estaría encantada.
Pero su hermana se equivocaba: los ruinos sí necesitaban la ayuda de Olso. Los guerreros podían darles protección y provisiones que Em no podía asegurar. Podían ayudar a reconstruir el castillo. ¿Realmente era tan terrible intercambiar el matrimonio por la oportunidad de reconstruir Ruina con mucha mayor celeridad y dar así a los ruinos seguridad?
—¿Entiendes en qué te estarías metiendo? —preguntó Em lentamente—. No ha habido un casamiento entre ruinos y humanos desde hace varios siglos.
—Lo sé.
—Nuestros hijos serían ruinos. Yo carezco de magia, pero eso no significa que mis hijos sean como yo. Bien podrían ser muy poderosos, como Olivia —y al decir esto respiró hondo—. Pero espera, eso es parte del trato.
—Por supuesto.
—Con ruinos en la familia real nunca tendrían contendiente al trono; al menos ninguno con alguna posibilidad real.
—Exactamente —August se inclinó hacia delante y apoyó los codos en sus rodillas—. Y con ruinos en la familia real de Olso vosotros tampoco tendríais que preocuparos de que nosotros intentáramos traicionaros. Vuestra sangre sería nuestra sangre.
—Y tú vivirías aquí —dijo Em—, en Ruina.
—Así es, aunque sería de esperar que nuestros hijos pasaran la mitad del tiempo en Olso.
A Em hablar de hijos le provocaba escalofríos. Soltó una risa casi histérica.
Quería decirle que no, que no lograría pasar un solo minuto sin pensar en Cas, no deseaba que otro hombre se inmiscuyera en sus pensamientos.
Claro que era ridículo pensar que él pudiera alguna vez ocupar algún espacio en su mente. Ese matrimonio sólo serviría para formar una coalición. No hacía falta que ella le tuviera cariño. Quizás incluso fuera mejor así.
—No necesito una respuesta de inmediato. Posiblemente puedas comentarlo con tus consejeros y...
Un grito que venía de afuera interrumpió las palabras de August.
Em se levantó de golpe, presa del pánico.
Se dirigió al rincón y cogió su espada. Olivia ya estaba afuera de la puerta y Em corrió detrás de ella. August las siguió.
Aren surgió a toda prisa entre la oscuridad y se detuvo enfrente de ellos.
—Soldados de Lera —dijo jadeante—. Por lo menos cien. Nos están atacando.
Em alcanzó a ver, detrás de Aren, caballos y antorchas encendidas que venían de la colina. Una línea de fuego atravesó la noche y una tienda estalló. Los ruinos salían corriendo de sus cabañas, se calzaban y se vestían chaquetas a toda marcha. Los guerreros estaban reunidos alrededor de la tienda en llamas, intentando apagar el fuego.
—¡Lo sabía! —gritó Olivia. Partió hecha una furia y dejó a Em detrás. Echó una mirada por encima del hombro y llamó—: ¡Aren! ¡Ruinos! ¡Conmigo!
Aren corrió tras ella. Los ruinos los siguieron con las llamas iluminándoles el rostro mientras avanzaban hacia el ejército que se aproximaba. Jacobo se detuvo y se giró a mirar el fuego. Extendió la mano. Había llamas serpenteando por la hierba; pasaron cerca de Em y alcanzaron a los soldados de Lera. Dos hombres ardieron envueltos en llamas.
Em se cubrió la boca con una mano temblorosa. ¿Por qué estaban atacándolos los soldados de Lera? ¿Estaba Cas con ellos? ¿Estaba tan rabioso por la muerte de su madre que ahora se volvía contra ella?
No tenía tiempo de preocuparse por eso.
Se giró hacia August:
—¿Vas a esconderte o vas a ayudarnos?
—Ayudaré —dijo enseguida.
Em señaló a los guerreros que estaban detrás de él:
—Diles que se formen detrás de los ruinos. Todos tienen que usar sus chaquetas rojas si no quieren perder la cabeza accidentalmente. Tú también debes hacerlo.
Él asintió y se giró para gritar órdenes a sus guerreros. Se puso de nuevo frente a Em y quiso hablar, pero los ojos se le abrieron como platos cuando avistó algo detrás de ella. La cogió de la cintura y la apartó, justo a tiempo para que una flecha en llamas pasara volando a su lado y aterrizara en el cobertizo de la cabaña. Em respiró hondo y le dedicó a August una mirada de agradecimiento.
Se separó de él y pisoteó la flecha.
—Ven —dijo cogiéndolo del brazo y corriendo hacia los guerreros.
En pocos segundos los guerreros estaban vestidos de rojo y con las armas desenvainadas. En lo alto de la colina se había formado una muralla de ruinos, con Olivia y Aren en el centro. Ivanna estaba junto a ellos. Su cabello se agitaba por el poderoso viento que había creado para avivar las llamas.
Varios soldados subieron corriendo y pasaron a los ruinos a toda velocidad. Jacobo se giró con el rostro desencajado por la furia. Señaló las llamas, que se movían lentamente en la hierba hasta apagarse. Se le doblaron las rodillas.
Em corrió hacia los soldados y ordenó a los guerreros que la siguieran. Los gritos atravesaron la noche; sospechó que no era sufrimiento ruino. Sabía reconocer los gritos de un hombre al que Olivia le retorcía los huesos.
Por lo menos diez hombres, con broches destellando en sus pechos, arremetieron contra ellos. Em agarró la espada con un poco más de fuerza. Cazadores. Había matado a muchos de ellos.
Iria y los otros guerreros se colocaron frente a Em y August. Las espadas rugieron al enfrentarse. Una guerrera gritó cuando un cazador hundió la espada en su vientre.
Em no veía a Cas.
No debería estar buscándolo. En ese momento tenía cosas más importantes en que pensar. En no morir, por ejemplo.
Un soldado dio un empujón a Iria para embestir a Em. Con las dos manos desenvainó la espada listo para atacarla, pero ella levantó la bota y le dio una patada tan firme en el vientre que lo hizo tropezar. Iria lo cogió del hombro y le clavó su acero en la espalda.
August, junto a ella, se agachó jadeante para eludir el golpe de una espada. Em puso una mano en su espalda para mantenerlo agachado mientras ella perforaba el pecho del soldado con su acero.
—Gracias —dijo August sin aliento mientras se enderezaba.
Em