Jaulas vacías. Bibiana Camacho. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bibiana Camacho
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078667598
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amor, ¿tú descartaste al intruso?

      Georgina tenía el permiso de meterse a mi línea de comunicación sin que yo le otorgara entrada. Miré la pantalla antes de contestar y solicité un acercamiento. Sí, la noche anterior la alarma me despertó para avisar que un intruso merodeaba por el muro protector. Me pareció muy extraño que el servicio de limpieza no se lo hubiera llevado. Observé la grabación en cámara rápida, quizá se trataba de otro intruso que alguien habría descartado minutos antes; pero no, era el mismo de la noche anterior.

      –¿Corazón?

      Descartar era una palabra inapropiada, lo que en realidad hacíamos era asesinar a los que se encontraban al otro lado del muro. Por poco le contesto a Georgina que yo no había descartado al intruso, sino que lo había asesinado.

      –Sí fui yo, y me parece muy extraño que el servicio de limpieza no se lo haya llevado.

      –Tendríamos que avisar a la Central, ¿no crees?

      Avisa tú, si tanto te importa. Una vez más me contuve. Georgina era mi vecina y estaba completamente adaptada al sistema Medida de Emergencia, tanto que era uno de los monitores más apreciados, es decir, una soplona profesional y despiadada. Con frecuencia me preguntaba a qué se habría dedicado antes, tenía aspecto de ama de casa tranquila y benévola. Siempre sonriente y amable, incluso cuando me preguntaba o “sugería” algo. Aunque me había acostumbrado al tono meloso con el que se dirigía a todo el mundo: “Mi vida, corazón, mi amor, estrella”; a veces hubiera querido meterle esas palabras por el culo o de plano descartarla.

      –Ahora mismo doy aviso, gracias.

      Avisé y me dispuse a trabajar. Luego de casi diez años desde la Medida de Emergencia, procuraba dedicarme al trabajo y no pensar en nada más. Casi no salía del departamento, no tenía a qué. Los alimentos se repartían en cada domicilio, recogían la basura que dejábamos en el pasillo. Y aunque el servicio médico era excelente, lo mejor era no enfermarse, a menos que fuera una gripa, un dolor de estómago o de muelas; pero si se trataba de algo más grave, simplemente eras declarado no apto para la comunidad y te enviaban sin previo aviso al otro lado del muro. Algunos enfermos crónicos habían intentado fingir salud, pero los monitores, gente como Georgina, terminaban por enterarse y daban aviso a la Central.

      Estaba enfrascada en la revisión de documentos del siglo XIX de la Ciudad de México. Ese era mi trabajo: registrar y clasificar documentos históricos que habrían sido escaneados, poco antes de la Medida de Emergencia. Prácticamente todos los museos, bibliotecas, hemerotecas y fondos reservados habían sido destruidos por la propia Central, pues los costos de mantenimiento eran muy altos, pero principalmente para evitar que algún curioso encontrara el origen del estado actual de la sociedad. Nadie sabía quiénes eran, jamás se presentaban en público, simplemente tomaron el poder. Querían evitar a toda costa que conociéramos la historia; el pasado que nos permitiera entender el presente y actuar en consecuencia. Las obras de arte y el archivo estaban resguardados en un lugar seguro y secreto. Yo tenía acceso a los documentos que me proporcionaban a través de la computadora y conforme avanzaba en la clasificación y orden, me enviaban más. Era la única comunicación que podía recibir. Tuve suerte. Estuve a punto de trabajar en la Sección de Limpieza, que entre otras cosas, se encargaba de recoger a los intrusos descartados que todos los días caían fulminados en los alrededores del muro.

      De reojo observé la pantalla que mostraba el lado de la muralla que nos tocaba resguardar; ahora eran cinco los intrusos descartados sin recoger. Llamé a la Central para reportarlos al Servicio de Limpieza. Me contestó una grabación, parecida a la que antes se escuchaba por teléfono cuando uno llamaba al banco: “Para reportar indisciplina, marque uno. Para reportar una falla en los monitores, marque dos. Para reportar una falla en el sistema de descarte, marque tres. Para reportar una falla en el Sistema de limpieza, marque cuatro. Para reportar a un enfermo, marque cinco. Para reportar una falla en el funcionamiento de su entorno, marque seis. Para reportar un hundimiento, marque siete. Para reportar un deceso, marque ocho. Para volver a escuchar la grabación, marque cero. Y recuerde que si llama y cuelga sin haber elegido alguna opción, recibirá un correctivo”. Escogí la opción cuatro y luego la opción tres, en la que se ofrecía resolver problemas con los intrusos. Pero ya habían pasado casi cuatro horas y no sólo el problema no se había resuelto, sino que ahora los intrusos descartados se acumulaban del otro lado de la muralla.

      Volví a llamar a la Central y repetí el mismo procedimiento. Hice una pausa para preparar mis alimentos cuando Georgina volvió a meterse en mi línea.

      –Estrellita, ¿diste aviso a la Central, como acordamos?

      –Lo hice hace cuatro horas y lo acabo de hacer de nuevo ahora mismo. No entiendo qué sucede. ¿Habrá algún problema de comunicación?

      –¿Estás segura, corazón? Me parece muy extraño.

      –Mira la pantalla, ahora debe haber más intrusos descartados de tu lado, en el mío ya hay cinco acumulados y nadie ha venido por ellos.

      La Central dispuso que nosotros seríamos los encargados de nuestra propia seguridad. En cada departamento, escuela y oficina hay un monitor que permite ver el espacio de muro que tenemos más cerca; el kit incluye una pistola de plástico y un control para alejar o acercar la imagen, de modo que la puntería no falle. Es como un videojuego. La víctima cae fulminada, pero sin sangre o heridas visibles, no le estallan las vísceras; y pareciera que es un simple juego, pero no lo es, la persona muere y luego el Servicio de Limpieza se encarga de llevárselo. Cuando instalaron los equipos, nos dieron un manual de usuario que claramente explicaba que quien no se preocupara por su propia seguridad y la de sus vecinos sería descartado. La primera vez que leí las instrucciones no daba crédito, nos invitaban a matar a los que se habían quedado del otro lado, como si se tratara de un simple juego de X-box. Al principio observé con atención el rostro de los intrusos, por si lograba reconocer a alguien, pero nunca pude. Estaban deformes, supuestamente debido a la intensa contaminación que se habría generado en la ciudad por el hacinamiento, los miles de vehículos, las fábricas, la basura. Estoy segura de que la Central lo provocó; yo me salvé por casualidad. Vine al complejo de Santa Fe a recoger unos papeles del trabajo cuando sonó la alarma y me quedé dentro. Es paradójico, aquí donde estamos hubo alguna vez un basurero, el más grande de Latinoamérica, también minas de arena y grava, de modo que el terreno es inestable, el peor lugar para guarecerse de lo que sea. Luego echaron a los pobladores y construyeron torres lujosísimas de oficinas y departamentos, a donde poco a poco migraron los ricos. Cuando la alarma sonó, ellos ya tenían preparado casi todo. Mientras construían el muro, mantuvieron a raya a los intrusos mediante tanques y militares. Luego, dejaron fuera a los militares que habían defendido Santa Fe, a su propia suerte. De hecho, ellos fueron los primeros intrusos que hubo que descartar, mediante el videojuego de la muerte que todos tenemos instalado en nuestras viviendas. Nos decían que por haber estado tanto tiempo cerca de los otros seguramente ya estaban contagiados, aunque no presentaran los síntomas, de modo que no teníamos más remedio que descartarlos.

      –Tienes razón, mi amor. De mi lado hay siete –dijo Georgina con voz temblorosa.

      –Quizá lo mejor sea contactar a la Central y averiguar lo que ocurre, ¿no te parece? –Georgina presumía con frecuencia sus contactos con la Central; yo no le creía nada, pero su afirmación resultaba intimidante. Ahora era el momento de demostrarlo.

      –Sí, ya lo había pensado, usaré mi línea directa. ¡Válgame, cómo es posible que nos tengan así! –sólo le faltó decir “Pero me van a oír”. Aunque su tono era decidido, noté cierto nerviosismo. Comí mis alimentos y regresé al trabajo; me sentía ligeramente contenta al pensar que por una vez Georgina estaría en aprietos.

      Poco antes de terminar mi turno, llamaron a la puerta. Enfoqué la cámara al pasillo, era Georgina. Carajo, pensé.

      –Hola, corazón, a punto de terminar tu jornada, ¿cierto? Te espero, tenemos que platicar –me tenía muy bien checada, como al resto de los vecinos. Hubiera querido correrla, pero efectivamente me faltaban diez minutos. No me quedó más remedio que dejarla entrar.

      Hice más tiempo frente