La vida es un arma. Gerardo Garay. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gerardo Garay
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789974863514
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y «plan de campaña», es decir, un corpus teórico y práctico que viene gestándose desde hace «veinte siglos». Más allá del acierto o no en esta valoración, es importante señalar que reconoce al anarquismo como una actitud básica de todo ser humano, y asume un rol combativo en el que la palabra es el arma que busca dilucidar confusiones o malentendidos para dar a conocer el pensamiento anarquista, obra de «genios y santos» que «honran» esta civilización y exhorta, en definitiva, a liberarnos de los prejuicios de clase que nos impiden visualizar y comprender la alteridad.

      Con la «Ley de Residencia», la policía y la clase política argentina han creído poder detener las ideas anarquistas, congelar el tiempo, sancionar un determinismo en el que nuevas ideas políticas no tengan cabida:

      «Volvemos a lo de siempre: a la pretensión de matar las ideas, como si jamás se hubiera conseguido, con poderes incomparablemente mayores que los del señor Falcón, matar una sola».

      Introduce nuevamente una comprensión de la realidad política en perspectiva histórica, los juicios definitivos no tienen cabida, incluidos los del anarquismo, la humanidad continúa su viaje:

      «La cultura occidental no ha concluido su viaje y es notoria necedad ir a detenerla en la dársena. Por favor, permita el Poder Ejecutivo que siga girando el mundo, y no se obstine en emitir juicios finales. Tenga un poco de modestia, y, recordando las enseñanzas de la historia, admita que las instituciones de 1909 no sean definitivas. No se asuste tanto del anarquismo; consuélese con la certidumbre de que los anarquistas parecerán algún día anticuados y demasiado tímidos. ¡Sólo la vida es joven!».

      Está convencido de que la actitud de represión no puede triunfar sobre las ideas: «los apóstoles de hace veinte siglos eran anarquistas a su modo; por muy cruel que sea la legislación proyectada con el fin de ahogar el anarquismo, no lo será hasta el punto extremo de las persecuciones dioclecianas». Es necesario más bien abrirse, vencer la ignorancia, exhorta a que se examine y se discuta: «¿Que la sociedad de hoy no está preparada para constituirse anárquicamente? Es muy probable. Discútase, examínese. ¿Qué tiene que ver todo esto con la inmigración malsana?».

       La indignación ética como punto de partida para comprender al anarquismo:

      Reflexionando sobre la situación económica-política y social de la Argentina, ­Barrett cree comprender las acciones anarquistas: «[…] este violento contraste entre la prosperidad del hombre que posee y la del que trabaja en la Argentina, tuvo que abrir entre ellos un abismo de incomprensión y de odio». Pero es preciso no detenerse a lamentar esta situación, la indignación ante las injusticias, está sacando lo mejor de los oprimidos:

      «[…] Cuando se acerquen siglos mejores corromperemos los tribunales por medio de nobles ideas y hermosas metáforas. Mientras tanto, no lloremos demasiado las injusticias que nos hieren; no nos lamentemos sin medida del brazo brutal que nos sacude, de la calumnia que nos envenena. Las injusticias extremas son útiles; ellas, sembradoras de cóleras sagradas, han despertado el genio, han revolucionado los pueblos y han fecundado la Historia».

      Como ha señalado Alba Rico, esta «cólera sagrada» es la que «arrastró» a ­Barrett al anarquismo, es expresión de amor a los hombres, «no hay verdadero amor a los hombres donde no hay cólera contra la estúpida injusticia de los dolores humanos» nos dice ­Barrett. Él mismo da testimonio de este sentimiento antes de asumir la causa anarquista en su artículo «Buenos Aires»:

      «¡También América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano».

      ­Barrett no era un hombre violento, «o mejor, tal vez lo era», como sostiene Castillo, «pero por eso mismo, como Tolstoi, odiaba la violencia con todo su corazón». Es un pacifista, su vida es testimonio de ello: «la aparición de la fuerza inclina a la desconfianza. Si deseas convencerme, suelta el palo, y si alzas el palo, sobran los discursos. Con las armas no se afirma la realidad: se la viola».

      No obstante, su pacifismo militante no le impide, en varias ocasiones, comprender el grado de legitimidad moral que conllevan los motivos que engendran las acciones violentas:

      «La violencia homicida del anarquista es mala; es un salvaje espasmo inútil, mas el espíritu que la engendra es un rayo valeroso de verdad. No es la bomba lo que se teme, y con razón, sino el justiciero y lejano por qué de la bomba. En la oleada de miedo que corre por el mundo, se intenta apagar chispa por chispa el incendio fatal cuyo foco se mantiene inaccesible y secreto».

      ¿Hay ambigüedad en su pensamiento respecto a la violencia? Es posible si se toman frases aisladas, pero en el contexto general de su pensamiento es evidente que se esfuerza en deslindar, por una parte, la indignación ética como móvil de la acción, que en el proceso de crecimiento de toma de conciencia conduce inevitable y lamentablemente a la violencia7 (y esta situación es siempre preferible a la resignación o la aceptación pasiva de la dominación)8, de la violencia ejercida por la codicia, la ambición y el ansia de poder. En este sentido debe comprenderse la respuesta de Don Ángel, personaje anarquista en sus diálogos, cuando se le cuestiona el uso de la violencia: «abomino la violencia, porque es la interrupción del pensamiento, porque es desconfiar de él, porque es efímera, aleatoria y torpe. Pero no siempre las ideas se resignan a la palabra».

       Crítica al Estado y a la Ley

      La crítica que realiza al Estado, a la justicia estatal y al ejercicio político en la democracia burguesa, discurren por los senderos habituales de las críticas anarquistas. Para él, «todos los Estados […] nacieron del robo», y «todos ellos subsisten del robo» Es el «saqueo» lo que ha «fundado la propiedad moderna». El Estado es «el mecanismo con que se defiende la propiedad», «roba con una mano y degüella con la otra» ya que «no se concibe una propiedad estable sin la práctica de la esclavitud».

      El Estado sanciona los privilegios de una clase, «no hay bienestar colectivo. Hay bienestar de una clase, cuyo dogma forzoso es la propiedad» afirma. Por eso, el Estado «educa» al conjunto de sus ciudadanos, como si de un gran ejército se tratase, a «marcar el paso»,

      «No hay nada tan prudente, tan correcto, tan tranquilizador como marcar el paso. Educar es enseñar a marcar el paso en los negocios de la vida, a copiar el ritmo ajeno y conservarlo, a integrar el gran volante regulador de la maquina humana. Hoy como ayer, mañana como hoy, he aquí la divisa de toda sociedad perfecta, y naturalmente del Estado, que se cree perfecto; el Estado es lo contrario de cambiar de estado; no existe gobierno que no se estime lo suficiente para conservarse a sí mismo, y sería absurdo que no fueran conservadores los que se encuentran a gusto. Los demás, los que obedecen, deben obedecer siempre, y siempre igual, de idéntica manera; deben evitar molestias a los que mandan, y guardarse de provocar contraórdenes, rectificaciones y reiteraciones. ¿De qué serviría mandar si costara trabajo? Lo razonable es que el mando sea definitivo y eterno».

      Su crítica también se dirige a la justicia estatal9, una justicia en la que «[…] el rigor de los tribunales se reserva preferentemente para los pobres, para los inofensivos». Alberico, personaje fantástico creado por ­Barrett, personifica la mirada del «sentido común» que brinda un «extranjero» sobre la civilización occidental; entre sus dificultades está la de comprender las leyes y el sistema judicial. Dice Alberico:

      «Es manía curiosa ésa que tenéis de confrontar las acciones individuales con una serie de antiguos documentos que llamas leyes, y es notable que haya quien se ocupe sistemáticamente en labor tan inútil y fastidiosa. Una ley escrita, y sobre todo escrita en el lenguaje falso y paupérrimo que hablas, ¿qué tiene de común con el mundo sintético, inmedible, misterioso, que se encierra en el menor acto humano?».

      Esta interpretación