En tal ocasión se dispuso, entre otras medidas, la “reorganización” del Poder Judicial, la desactivación del Tribunal de Garantías Constitucionales (TGC) y la destitución de sus magistrados, la creación de arbitrarias causales de improcedencia de los procesos de hábeas corpus y amparo, y la restricción de la medida cautelar en el amparo. Incluso, un decreto ley de setiembre de 1992 otorgó una “nueva” competencia a un desactivado TGC a fin de evitar que las sentencias fundadas contra el Estado se puedan cumplir. Se inició así una etapa en la cual la Constitución de 1979 quedaba en suspenso en tanto sus disposiciones no fueran compatibles con los objetivos del régimen de facto.
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