Fue el principio entre nosotros.
Chris entiende El príncipe de Bel-Air, y eso le ayuda a entenderme. Una vez hablamos de lo genial que era que Will siguiera siendo él mismo en su nuevo mundo. Se me escapó y dije que desearía ser así en el instituto. Chris dijo entonces: ¿Y por qué no puedes, princesa del rap?
Desde entonces, no necesito decidir qué Starr tengo que ser para estar con él. Le gustan las dos. Bueno, las partes que le he mostrado. No revelo algunas cosas, como lo de Natasha. Una vez que descubres lo destrozada que está una persona, es como verla desnuda: ya nunca puedes verla igual.
Me gusta la manera en que me considera ahora, como si fuera una de las mejores cosas que hay en su vida. También él es una de las mejores cosas que hay en la mía.
No puedo mentir: nos dirigen las miradas tipo ¿por qué sale él con ella?, que normalmente provienen de alguna chica blanca rica. Yo a veces me pregunto lo mismo. Chris se comporta como si esas miradas no existieran. Cuando me sorprende con cosas como ésta, rapeando y haciendo beatbox en medio de un pasillo bullicioso sólo para hacerme sonreír, también yo me olvido de esas miradas.
Comienza el segundo verso, meneando los hombros y mirándome. ¿Y lo peor? El muy retardado sabe que funciona:
—Al oeste en Filadelfia, crecía y vivía, vamos nena. Canta conmigo.
Coge mis manos.
Ciento Quince sigue las manos de Khalil con una linterna.
Le ordena a Khalil que salga con las manos en alto.
Me grita que ponga las manos en el salpicadero.
Me arrodillo junto a mi amigo muerto en medio de la calle con las manos arriba. Un policía tan blanco como Chris me apunta con la pistola.
Tan blanco como Chris.
Hago un gesto de dolor y se las aparto.
Chris frunce el ceño.
—Starr, ¿estás bien?
Khalil abre la puerta.
—¿Estás bien, Starr?
¡Pum!
Hay sangre. Demasiada sangre.
Suena de nuevo la campana, y me trae de vuelta al Williamson normal, donde no soy la Starr normal.
Chris se inclina hacia abajo y pone su rostro frente al mío. Mis lágrimas lo nublan.
—¿Starr?
Son sólo unas lágrimas, sí, pero me siento expuesta. Me doy la vuelta para ir a clase, y Chris me agarra del brazo. Me desprendo y le doy la espalda.
Él levanta las manos, se da por vencido.
—Lo siento. Quería…
Me limpio los ojos y entro a clase. Chris está justo detrás de mí. Hailey y Maya le lanzan las miradas más asesinas posibles. Me siento frente a Hailey.
Ella me aprieta el hombro.
—Ese pedazo de imbécil.
Nadie en la escuela ha mencionado hoy a Khalil. Odio admitirlo, porque es como mostrarle el dedo corazón, pero siento alivio.
Como ya ha terminado la temporada de baloncesto, me voy con los demás. Tal vez por primera vez en mi vida desearía que no fuera el final de las clases. Estoy cada vez más cerca de hablar con la policía.
Hailey y yo caminamos hasta el otro lado del aparcamiento con los brazos enlazados. Maya tiene un chófer que la recoge. Hailey tiene su propio coche, y yo tengo un hermano con coche; siempre salimos caminando juntas.
—¿Estás absolutamente segura de que no quieres que le patee el trasero a Chris? —pregunta Hailey.
Les conté a ella y a Maya acerca del Señor Condón y, por lo que a ellas respecta, Chris está desterrado para toda la eternidad a la Tierra de los Cretinos.
—Sí —digo por enésima vez—. Qué violenta eres, Hails.
—Cuando de mis amigos se trata, posiblemente. Pero en serio, ¿por qué lo intentó siquiera? Dios, los chicos y su maldita calentura.
Suelto un bufido.
—¿Es por eso que tú y Luke no estáis juntos todavía?
Me da un codazo suave.
—Cállate.
Me río.
—¿Por qué no admites que te gusta?
—¿Qué te hace pensar que me gusta?
—¿En serio, Hailey?
—En cualquier caso, Starr, esto no tiene nada que ver conmigo. Tiene que ver contigo y tu novio, el maniático sexual.
—No es un maniático sexual —le digo.
—¿Cómo lo llamarías entonces?
—Estaba caliente en ese momento.
—¡Es lo mismo!
Trato de no reír y ella hace lo mismo, pero pronto nos gana la risa. Dios, me sienta tan bien que seamos la Starr y la Hailey de siempre. Todo esto hace que me pregunte si algo ha cambiado o es sólo mi imaginación.
Nos despedimos a medio camino entre el coche de Hailey y el de Seven.
—Sigue sobre la mesa la oferta de patearle el trasero —me grita.
—¡Bye, Hailey!
Me alejo caminando, frotándome los brazos. La primavera parece haber tenido una crisis de identidad y siento frío. A unos cuantos pasos, Seven tiene la mano apoyada sobre su coche mientras habla con su novia, Layla. Él y su maldito Mustang. Lo toca más que a Layla. A ella obviamente no le importa. Juega con una rasta que a él le cae junto al rostro y que no se ha recogido a propósito en la coleta. Algo digno de levantar la mirada al cielo. Algunas chicas hacen demasiado. ¿No puede jugar con los rizos de su propia cabeza?
En serio, no tengo problemas con Layla. Es una friki como Seven, lo suficientemente inteligente como para ir a Harvard aunque irá a Howard, y tan dulce. Es una de las cuatro chicas negras de la clase de último curso, y si Seven sólo quiere salir con chicas negras, ha escogido a una estupenda.
Me acerco a ellos y digo:
—Ejem, ejem.
Seven no le quita los ojos de encima a Layla.
—Ve a firmar para que dejen salir a Sekani.
—No puedo —le miento—. Mamá no me ha puesto en la lista.
—Sí que lo ha hecho. Ve.
Me cruzo de brazos.
—No pienso caminar al otro lado del campus para ir por él y luego regresar. Podemos pasar por él cuando vayamos de camino.
Me mira de reojo, pero estoy demasiado cansada para todo esto y hace frío. Seven besa a Layla y da la vuelta al coche hasta llegar a la puerta del conductor.
—Como si fuera una caminata larga —masculla él.
—Como si no pudiéramos pasar por él a la salida —digo, y me meto en el coche.
Enciende el coche. Desde el altavoz del iPod de Seven suena esa bonita remezcla que Chris hizo de Kanye y de mi otro futuro marido, J. Cole. Maniobra entre el tráfico del aparcamiento para llegar a la escuela de Sekani. Seven firma para sacarlo de sus clases extracurriculares, y nos vamos.
—Tengo hambre —gimotea