– Bueno, ¡agárralo! – le espeté, teniendo en cuenta el intento de asesinato de mi hija.
– Estoy trabajando en eso, – Gromov asintió. – En nuestro cuadrante aparecieron unos delincuentes que están robando cajeros automáticos. Te imaginas como hacen: apagan las cámaras. ¿Como? No se sabe. Maltratos visibles, no hay. Los alambres están completos. La cámara no ha sido tapada. Si resuelvo ese asunto, puedo pasar a la dirección «C». «C», de ciberdelincuencia. Allá se gana más. —
– Yo te estoy hablando de Yulia, – me disgusté de verdad.
– Ahí hay un problema. Tampoco hay cintas de video. ¿Como se puede trabajar sin eso? —
– Con el cerebro, con los puños, con la fuerza. – Ya yo estaba arrecho, no solo con la policía, sino contra todo el mundo.
– A propósito de fuerza. Una vez se llevaron todo el cajero, otra, lo abrieron a mandarriazos. —
– Otra vez estás hablando de los ladrones. Para que abrirlos, es suficiente… – Metí la mano en mi bolsillo, toqué la tarjeta de acceso a los sistemas, la cual no me quitaron y se me salió: – Retrasados. —
– No, – Sasha no estuvo de acuerdo. – Cada vez piensan en algo nuevo. Para agarrar a esos tipos hay que actuar rápido, en caliente. A propósito, tú eres el especialista en esos cajeros automáticos, esas cosas electrónicas. Dime, como pueden… —
El repique del celular cortó la habladera de Gromov. Se puso el aparato al oído y, a medida que escuchaba, sus hombros se expandían, sus ojos se abrían irradiando emoción. Desde niño yo conocía ese brillo: hacia adelante, tumbando todo, sin pensar.
– Voy para allá! – exclamó hacia la bocina, saltando del lugar.
– Que pasó? – me preocupé.
– Quemaron un cajero automático, y apagaron la cámara otra vez. —
Con paso inseguro, Gromov se dirigió a la salida, tomó la chaqueta y sacó las llaves del carro. Traté de detenerlo:
– No puedes manejar, estás borracho. —
– Quien me va a parar? Yo estoy de servicio. —
– Estás loco. —
– Hay que perseguirlos en caliente, si no se van, – estaba inquieto el capitán de la policía.
– Mírate en un espejo. —
Lo empujé hacia el espejo de la puerta. De la respiración etílica se cubrió de vapor la superficie del espejo.
– Natasha me va a llevar. – dijo, con más sentido común.
– Vamos, te llevaré yo, – le propuse, ya que solo me había tomado una copa de vodka.
Yo no quería quedarme solo con Katya. Quizás se daría cuenta de mi ánimo abatido y empezaría a preguntarme y yo tendría que mentir y escabullirme. Mejor volver cuando ella estuviera durmiendo.
– Ok. ¡Vamos! – Sasha me palmoteó el hombro. – Como tú eres el técnico, verás las benditas cámaras y sabrás. Tú eres el experto. Las mujeres… Natasha se irá en taxi.
6
Durante los primeros minutos de manejo del «Ford» policial, sentí cierta rigidez en mi cuerpo. Me molestaban el radar, colocado sobre el panel de instrumentos, el radio portátil a mi derecha, el monitor extra en el centro y un montón de botones incomprensibles en la dirección.
Gromov, impaciente e inquieto en el puesto del pasajero, hacía comentarios:
– ¿Qué te pasa, acaso crees que llevas a tu esposa embarazada? Prende las luces del techo y dale gasolina. —
– Donde está? —
– Aquí! Y la sirena no está demás. —
El capitán pisó unos botones, sobre el techo del carro se prendieron unas luces roji-amarillas intermitentes y empezó a sonar la sirena. La música lumínica de la policía golpeaba los nervios, divertía el amor propio y ayudaba a ir a más velocidad ya que los otros carros se apartaban rápido. Sasha indicaba el camino e insistía en ignorar los semáforos. Yo sentía una rara sensación y por primera vez en mi vida, abiertamente, infringía la ley. Iba al volante como embriagado, subía la velocidad, me comía la luz roja, pero no sentía ningún reproche de conciencia. Al contrario, las adversidades que me abrumaban desde hacía dos días, pasaron a un segundo plano y yo me sentía un poquitico mejor.
Después que pasó el cosquilleo de los nervios por la carrera (lo digo por mí, mi hermano como si nada), llegamos a una calle ancha vacía, donde se construía una gran urbanización. El cajero automático que trataron de robar estaba en el vestíbulo de una agencia bancaria cerrada. Encontrar el lugar del crimen no fue dificultoso, ya ahí había una buena cantidad de carros de bomberos y policías.
Gromov saltó del carro apenas me detuve y, a grandes pasoso, se dirigió hacia el banco, haciéndole señas a un teniente que sobresalía.
– Petujov, reporta. —
El flaco teniente se acercó al capitán y empezó a hablar atropelladamente:
– Camarada capitán, durante el transcurso de las acciones operativas que … —
– ¡Resume, Petujov! —
– Los ladrones apagaron la cámara, inyectaron gas en el cajero, se escondieron tras la puerta y le pegaron candela. – El teniente señaló un cilindro vacío en el techo del banco.
– Se disparó hasta allá? —
– Lo hubiera visto! —
Me dio curiosidad y me acerqué. El lugar, con los vidrios rotos, olía quemado y el cajero se veía bastante dañado. Los pedazos de billetes quemados nadaban en un charco espumoso.
– Se llevaron el dinero, – Gromov sacudió la cabeza y, en voz alta, preguntó a Petujov. – Hay testigos? —
– Los vecinos vieron una furgoneta blanca alejándose, – puntualizó el teniente.
– En cual dirección? —
– Aquí hay un solo camino, – el teniente mostró con la mano. – Hacia el otro lado es calle ciega, por la construcción.
– Ya avisaron a los nuestros? —
– Ya hay varias patrullas en el caso. —
– Patrullas, – torció el gesto el capitán. – Te apuesto a que no encuentran nada. Voy a tratar de resolver aquí. —
Después de la carrera nerviosa sentí deseos de orinar y me dirigí hacia los arbustos. El seto recién plantado separaba una casa nueva del territorio de la construcción. Los arbustos estaban más abajo de la cintura y yo decidí ir más hacia la oscuridad, para que no me vieran desde el camino. Pasando por la entrada en el arbusto, con asombro vi un billete de mil pegado en las ramas. Lo tomé y vi que estaba quemado y olía a humo.
¿Como llegó aquí? ¿Lo lanzó la explosión? Dudoso, ya que hasta el banco hay cincuenta metros y no hay viento.
Busqué con la vista, y vi, no muy lejos en la tierra, otro billete de esos. Caminé un poco más y me petrifiqué. Bajo los arbustos estaba escondida una silueta oscura. Mi corazón me palpitó fuertemente y me quedé sin respiración. A tres pasos de mí yacía un tipo. No era un borracho, ni estaba muerto. Eso lo comprendí de inmediato porque la persona que yacía tensa, me miraba con atención y con simpatía. Hicimos contacto visual. Ambos callamos.
Este es uno de los ladrones, pensé con temor. No pudo escaparse antes de que llegara la policía y decidió esconderse aquí. ¿Qué hago?
– Yury,