El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sergey Baksheev
Издательство: Издательские решения
Серия:
Жанр произведения: Приключения: прочее
Год издания: 0
isbn: 9785449856678
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comenzó a llenarse intensamente de un extraño aroma, parecido al incienso oriental. Muy acre, pero a la vez, agradable y embriagador. Junto al olor irreconocible bajo tierra se extendía una sensación de ansiedad, y después, la ansiedad se transformó en una escasez de aire. La gente comenzó a asfixiarse. Los obreros hicieron algún movimiento torpe, la loza se agrietó y, repentinamente, se apagaron todas las luces. Mi cámara se apagó sin ninguna razón aparente. Un terror primitivo nos dominó y todos corrimos hacia la salida. El jefe de la expedición se sobrepuso y controló el pánico. Entonces propuso un descanso.

      Con las piernas temblorosas todavía salí a la calle y me dirigí al salón de té más cercano. Para ese momento ya todo Samarkanda sabía de las excavaciones en el mausoleo Gur Emir. En la plaza se habían reunido muchos curiosos, la mayoría de los cuales no gustaba de lo que estaba sucediendo. En el salón de té estaban tres ancianos de barba blanca en batas y gorritos característicos de la zona. Uno de ellos tenía un libro muy antiguo y lo trataba con mucho cuidado. Cuando este último vio al joven de pantalones negros de tela suave y camisa blanca, o sea, a mí, cuando yo salía del mausoleo, me preguntó:

      – Probablemente tú eres el jefe. Ya tu gente abrió la tumba de Tamerlan? —

      – Apenas comenzaron. —

      Se levantó y me tomó de la mano. Su frente fue surcada por profundas arrugas y sus ojos mostraron una preocupación genuina:

      – Entonces no es tarde para corregir el error. Diles que detengan el trabajo. Los huesos de Tamerlan no deben sacarse de la tumba. Si lo hacen va a comenzar una gran guerra. Está escrito aquí. —

      El anciano abrió el libro gordo y desvencijado que tenía en las manos. En una página amarillenta vi una frase en árabe. Mi mamá me había enseñado a leer el Corán y yo comprendí lo que estaba escrito: “Aquel, que toque las cenizas del gran Tamerlan, despertará al Demonio de la Guerra”.

      – No toquen a Tamerlan. – de nuevo advirtió el anciano. – Si lo hacen, comenzará una guerra grande y se derramará mucha sangre. —

      Yo recordé lo que había sucedido cuando se movió la pesada lápida de la tumba del cruel guerrero y comencé a sentirme mal. El viejo enigmático se me pareció al brujo del cuento cuando le advertía al héroe: – Si te vas a la derecha, pierdes el caballo; si te vas a la izquierda, se te torcerá la cabeza. —

      Yo le creí y entonces fui a buscar al jefe de la expedición, Kary-Niazov. Este vino, se rio de los viejos y los llamó ignorantes. Los orgullosos ancianos se fueron. Sus rostros sabios no mostraban insulto, sino tristeza y dolor.

      Yo comprendí que se desarrollaba algo irreparable y decidí pedirle a los ancianos grabar con la cámara el libro con la profecía. Yo vi que habían doblado la esquina y en un instante estuve ahí. Pero ya habían desaparecido. Literalmente se habían disuelto en el aire caliente de junio.

      Los trabajos recomenzaron para la apertura de la tumba de Tamerlan, y por la tarde, jubiloso, Guerasimov extrajo los huesos de la pierna derecha donde se veía una protuberancia en la rodilla. Habíamos encontrado al Gran Cojo. Enseguida, el antropólogo levantó, cuidadosamente, el cráneo de Tamerlan. Todos callaron. Yo tomé la cámara. Las órbitas vacías del cráneo exudaban una presión fría. Hubo un momento en el cual esas órbitas brillaron. Yo retrocedí y perdí el enfoque. Me pareció que Tamerlan me miró a los ojos y se sonrió burlonamente.

      En la radio, en las noticias vespertinas, informaron sobre nuestro descubrimiento, pero fueron pocos los que se alegraron. Por la mañana, en la radio inglesa, informaron de la invasión de Hitler a la Unión Soviética. La profecía del libro antiguo se hizo realidad.

      Malik Kasimov bajó la cabeza y se cubrió los ojos con las palmas de las manos.

      – Usted realmente cree eso? – le pregunté, tratando de sacarlo de sus pensamientos.

      – Por supuesto! Enseguida después del anuncio de la guerra, telefoneamos al primer secretario del partido comunista de Uzbekistan y le contamos sobre las predicciones de los ancianos. Él nos gritó, que debíamos haberlo llamado el día anterior y no dejar a los ancianos desaparecer con el libro y que ahora toda la responsabilidad recaía sobre nosotros. – Kasimov bajó la cabeza y murmuró: – Y yo quise llamarlo en aquel momento pero no me decidí. Pude haber detenido la guerra, pero… —

      Yo hice el amago de buscar en mi cartera para que el viejo pudiera, sin que yo lo viera, limpiarse las lágrimas. El viejo se disculpó y continuó:

      – Suspendieron la expedición. Guerasimov voló a Moscú con el cráneo de Tamerlan. Después yo trabaje como camarógrafo en el frente. No me abandonaba la sensación de que el dolor y la muerte a mi alrededor sucedía por mi culpa. Nosotros dejamos salir al demonio de la guerra y ahora todo el país paga por eso. Yo siempre estaba pensando como detener nuestras derrotas en los frentes. En 1942 tuve la oportunidad de hablar con el comandante Georgy Zhukov. Yo le conté sobre Tamerlan y le pedí que le comunicara a Stalin que era necesario regresar los restos del gran combatiente a su tumba. Zhukov me creyó. Los restos de Tamerlan fueron de nuevo enterrados en diciembre del año 42. Y enseguida comenzó el contraataque en Stalingrado. Ese fue el comienzo de la gran victoria.

      – Pero después de eso, la guerra continuó, todavía, tres años. —

      – Yo pensé en eso y, más tarde, encontré la respuesta. —

      El famoso camarógrafo de cine se calló y miró hacia un lado. Hizo un movimiento como si quisiera continuar la conversación. Yo aproveché la pausa para tomar una foto como ilustración para el artículo.

      Malik Kasimov desaprobó con la cabeza.

      – Con esta luz usted no obtendrá una buena foto. —

      Después, en la redacción, me di cuenta de que él tenía razón. Rechazaron la foto.

      Nos despedimos. Ya en el umbral de la puerta recordé que no tuve respuesta a la última observación.

      – Yo creo que usted quería agregar algo. —

      Kasimov, de nuevo, empezó a susurrar:

      – Me di cuenta de un detalle importante. En 1942 no regresaron todos los restos a la tumba. El cráneo de Tamerlan fue re-enterrado más tarde, a final de 1944. Yo estoy convencido de que el demonio de la guerra estaba concentrado, justamente, en él. Después de eso nuestra victoria ya fue inevitable. —

      – De nuevo taparon el ataúd? – enseguida supe que era una pregunta tonta.

      El camarógrafo se sonrió enigmáticamente y me hizo atravesar la puerta.

      En mi casa y durante mucho tiempo me puse a ver las ilustraciones en el libro de historia. Desde un pequeño dibujo, me miraba el rostro terrible del todopoderoso emir Tamerlan. Rostro reconstruido por el antropólogo Guerasimov, a partir del cráneo hallado.

      Sería posible que esa fuerza maligna del conquistador de Asia se conservara hasta después de su muerte?

      Y en la siguiente página del libro de historia aparecían unas reproducciones del cuadro de Vasily Vereschaguin “Apoteosis de la guerra”, el cual pintó en Asia Media después de estudiar las guerras de Tamerlan. En el cuadro se representa una enorme pirámide de cráneos humanos y muchos cuervos volando sobre ella.

      Yo había visto ese cuadro en la Galería Tretyakov. En su marco se puede leer la frase: “Se dedica a todos los grandes conquistadores: los del pasado, los del presente y los del futuro”.

      3.– El Instituto de Paleontología. 1962

      El paleontólogo, profesor Alexander Simeonovich Efremov, se movía nervioso dentro de la estrecha oficina. En los vidrios redondos de sus anteojos se reflejaba, o la luz de la lámpara de escritorio, o los ángulos del marco de la ventana. La punta de la barba canosa y bien arreglada le tocaba el pecho con frecuencia