Mando Principal. Джек Марс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Джек Марс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия:
Жанр произведения: Триллеры
Год издания: 0
isbn: 9781094304571
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Barrett señaló al general con un largo dedo.

      —El caballo ya está fuera del granero. ¿Es eso lo que me estás diciendo? ¡Hay que hacer algo! Tú y tus títeres en la sombra habéis hecho una jugada estúpida, sobrepasando los límites por vuestra propia cuenta y ahora queréis que el gobierno oficial, elegido popularmente, os saque de vuestro embrollo. Otra vez.

      Barrett sacudió la cabeza. —Estoy harto de eso, General. ¿Qué te parece? No puedo soportarlo más. ¿De acuerdo? Mi instinto ahora me dicta dejar a esos hombres con los rusos.

      David Barrett volvió a observar los ojos en la sala. Muchos de ellos ahora estaban mirando hacia otro lado, a la mesa frente a ellos, al General Stark, a los brillantes informes encuadernados con anillas de plástico. Hacia cualquier lugar, menos hacia su Presidente. Era como si hubiera tenido un accidente en los pantalones que apestaba. Era como si supieran algo que él no sabía.

      Stark confirmó al instante la verdad sobre eso.

      —Señor Presidente, no iba a hablar de esto, pero no me deja otra alternativa. Uno de los hombres de esa tripulación ha tenido acceso a información de naturaleza altamente sensible. Ha sido una parte integrante de las operaciones encubiertas en tres continentes durante más de una década. Tiene un conocimiento enciclopédico de las redes de espionaje estadounidenses, dentro de Rusia y China, para empezar, por no hablar de Marruecos y Egipto, así como Brasil, Colombia y Bolivia. En algunos casos, él mismo estableció esas redes.

      Stark hizo una pausa. La sala estaba completamente en silencio.

      —Si los rusos torturan a este hombre durante el interrogatorio, las vidas de docenas de personas, muchas de ellas importantes activos de inteligencia, podrían perderse. Peor que eso, la información a la que esas personas tienen acceso se volvería transparente para nuestros oponentes, lo que provocaría aún más muertes. Redes extensas, que hemos tardado años en construir, podrían cerrarse en un corto período de tiempo.

      Barrett miró a Stark. La hiel de estas personas era impresionante.

      —¿Qué estaba haciendo ese hombre en la misión, General? —el ácido goteaba en cada palabra.

      —Como he indicado, señor, la Poseidon Research International había estado operando durante décadas sin sospecha evidente. El hombre se escondía a plena vista.

      —Se escondía... —dijo Barrett lentamente. —A plena vista.

      —Así es como se dice, señor. Sí.

      Barrett no dijo nada como respuesta, sólo lo miró. Y Stark finalmente pareció darse cuenta de que sus explicaciones no eran lo suficientemente buenas.

      —Señor y, de nuevo, con todo el respeto, no he tenido nada que ver con la planificación o ejecución de esta misión. No sabía nada al respecto hasta esta mañana. No formo parte del Mando Conjunto de Operaciones Especiales, ni estoy contratado por la Agencia Central de Inteligencia. Sin embargo, sí tengo confianza plena en el juicio de los hombres y mujeres que hacen...

      Barrett agitó las manos sobre su cabeza, como si dijera ALTO.

      —¿Cuáles son nuestras opciones, General?

      —Señor, sólo tenemos una opción. Necesitamos rescatar a esos hombres. Tan rápido como podamos; si es posible, antes de que comiencen los interrogatorios. También tenemos que hundir ese submarino, eso es primordial. Pero este individuo... tenemos que rescatarlo, o eliminarlo. Mientras esté vivo y en manos de los rusos, tenemos un desastre potencial inminente.

      Pasó un momento antes de que David Barrett volviera a hablar. El general quería rescatar a los hombres, lo que sugería una misión secreta. Pero la razón por la que habían sido capturados en primer lugar era una violación de seguridad. Había habido un fallo de seguridad, así que, ¿vamos a planear más misiones secretas? Era un pensamiento circular, en su máxima expresión. Pero Barrett apenas sintió la necesidad de señalarlo. Con suerte, estaba claro incluso para el imbécil más insensato en esta sala.

      Entonces se le ocurrió una idea. Iba a haber una nueva misión e iba a asignarla, pero no a la CIA o al Pentágono. Ellos eran los que habían provocado este problema, y apenas podía confiar en ellos para resolverlo. Estaría hiriendo susceptibilidades al darle el trabajo a otra persona, pero estaba claro que se lo habían buscado.

      Sonrió por dentro. Tan dolorosa como era esta situación, también le presentaba una oportunidad. Aquí tenía la oportunidad de recuperar parte de su poder. Era hora de sacar del juego a la CIA y al Pentágono, a la NSA, la DIA, a todas estas agencias de espionaje bien establecidas.

      Saber lo que estaba a punto de hacer hizo que David Barrett volviera a sentirse como el jefe, por primera vez en mucho tiempo.

      —Estoy de acuerdo, —dijo. — Los hombres deberían ser rescatados lo más rápido posible. Y sé exactamente cómo lo vamos a hacer.

      CAPÍTULO TRES

      10:55 Hora del Este

      Cementerio Nacional de Arlington

      Arlington, Virginia

      Luke Stone miró a Robby Martínez por la trinchera. Martínez estaba gritando.

      —¡Vienen por todos lados!

      Los ojos de Martínez estaban muy abiertos. Sus armas habían desaparecido. Había cogido el AK-47 de un Talibán y estaba ensartando con su bayoneta a todos los que saltaban la pared. Luke lo miraba horrorizado. Martínez era una isla, un pequeño bote que luchaba contra una ola de combatientes talibanes.

      Y se estaba hundiendo. Luego desapareció, debajo de la pila.

      Era de noche. Sólo intentaban resistir hasta el amanecer, pero el sol se negaba a salir. La munición se había agotado. Hacía frío y Luke iba sin camisa. Se la había arrancado en el fragor del combate.

      Combatientes talibanes con turbante y barba se propagaban sobre las paredes, hechas con sacos de arena, del puesto avanzado. Se deslizaban, caían, saltaban. Había hombres gritando a su alrededor.

      Un hombre saltó la pared con un hacha de metal.

      Luke le disparó en la cara. El hombre yacía muerto contra los sacos de arena, con un agujero abierto donde antes estaba su cara. El hombre no tenía cara y ahora Luke tenía el hacha.

      Se metió entre los combatientes que rodeaban a Martínez, balanceándose salvajemente. La sangre empezó a salpicar, mientras los cortaba en rodajas.

      Martínez reapareció, de alguna manera todavía de pie, apuñalando con la bayoneta.

      Luke enterró el hacha en el cráneo de un hombre. El corte era tan profundo que no podía sacarla. Incluso con la adrenalina atravesando su sistema, no tenía la fuerza necesaria. Tiró de ella, tiró de ella... y se rindió. Miró a Martínez.

      —¿Estás bien?

      Martínez se encogió de hombros. Su cara estaba roja por la sangre. Su camisa estaba llena de manchas de sangre. ¿De quién era la sangre? ¿Suya? ¿De los otros? Martínez jadeó en busca de aire e hizo un gesto hacia los cuerpos a su alrededor. —He estado mejor, te lo puedo asegurar.

      Luke parpadeó y Martínez se había ido.

      En su lugar había hilera tras hilera de lápidas blancas, miles de ellas, subiendo por las bajas colinas verdes a lo lejos. Era un día brillante, soleado y cálido.

      En algún lugar detrás de él, un gaitero solitario tocaba “Amazing Grace”.

      Seis jóvenes Soldados del Ejército llevaban el ataúd reluciente, cubierto con la bandera estadounidense, hacia la tumba abierta. Martínez había sido un Soldado antes de unirse a las Delta. Los hombres parecían severos con sus uniformes verdes y sus boinas color café, pero también parecían jóvenes. Muy, muy jóvenes, casi como niños jugando a disfrazarse.

      Luke miró a los hombres. Apenas podía pensar