Sin embargo, esta teoría está plagada de objeciones porque cómo podemos saber si los hombres que construyeron Stonehenge tuvieron un acervo de ciencia esotérica y hermética. Todo esto son conjeturas sin pruebas fehacientes.
Christian Jacq
En la segunda mitad del siglo XX se hizo famoso Christian Jacq con sus libros de esoterismo y novelas que tenían por escenario el Egipto faraónico. Conspicuo masón, situó a lo largo del Nilo el origen de la sociedad secreta, conectándola con religiones mistéricas de la Antigüedad, tal como desarrolló en su obra La masonería: historia e iniciación a la que relacionó con El misterio de las catedrales2.
Para Christian Jacq, Adán no sería el culpable del pecado original, sino el primer iniciado en los misterios. Según esta concepción, la masonería dejaría de ser una sociedad filantrópica o humanitaria para convertirse en la guardadora de los ideales iniciáticos presentes en las religiones mistéricas de la Antigüedad y en los movimientos posteriores gnósticos y ocultistas3.
Entre los constructores del Templo de Salomón existió un grupo de individuos reunidos bajo el título de Caballeros del Templo que constituyeron una auténtica Orden con la finalidad de construir sus pórticos y se la relacionó con la secta de los esenios4.
Aspectos masónicos también se han querido rastrear en el propio Código de Hammurabi (hacia el 2000 a.C.) y entre los escritos sumerios que hablan de la fundación de ciudades y la construcción de sus templos en elementos tan significativos como las escuadras, cinceles y reglas de las que algunas imágenes son portadoras. Nadie pone en duda que la construcción de las pirámides exigió un grado de especialización técnica para las que la dirigían solo reservada a los iniciados. La arquitectura egipcia tuvo que ser enseñada en secreto, y los que aspiraban a su conocimiento, obligados a parar por una serie de pruebas reglamentadas por los sacerdotes.
Grecia
Desde las orillas del Nilo, la influencia en la cultura griega se hizo patente culminando en la época ptolemaica (siglos IV al I a. C.). El historiador Plutarco nos habla de ello (siglo I a. C.) y de su ascendiente en la Roma de los primeros reyes hasta el punto de que las organizaciones de construcciones sagradas, pudieran ser parecidas.
Los arquitectos constructores de los teatros dionisíacos fueron muy pronto iniciados en el culto a Dionisio (Baco para los romanos), extendiéndose por Asia Menor, Siria, Persia e India. En Pérgamo (s. III a. C.) sus constructores sacerdotes poseyeron una organización semejante a la de los francmasones europeos de finales del siglo XVII. Para acceder al grado de constructor debían superar una serie de pruebas en las que existían palabras y signos de reconocimiento herméticos relacionados con el dios helénico Hermes, inventor de todas las ciencias y artes, al que se le unió el nombre de Trismegisto (tres veces grande), asociado al dios egipcio Tot. Se le conectó con la figura de un supuesto rey muy antiguo, autor de numerosos escritos de influencia platónica y bíblica, que tuvieron gran influencia desde el siglo IV hasta el Renacimiento.
En Pérgamo existieron comunidades semejantes a las logias con el nombre de colegios, sínodos o sociedades, sobresaliendo las corporaciones de Attalus (Atalo I y II fueron reyes de Pérgamo) y de Eschina, dirigidas por un maestro y sus colaboradores inmediatos (inspectores) que se renovaban cada año. Celebraban reuniones secretas en las que se utilizaban símbolos que atañían a los instrumentos de su profesión, y los más ricos y capacitados debían ayudar a los menores, a los pobres y enfermos.
A los que así lo hacían se les erigían monumentos funerarios. También podían pertenecer a ella nobles, aunque no tuvieran dicha profesión e incluso, parece ser, que el propio rey Atalo II lo fue.
Thomas Paine (1737-1809)
De origen británico, emigró a Norteamérica. Iniciado en el cuaquerismo, abrazó los postulados de la Ilustración. Su obra Common Sense reforzó al partido de la independencia. Cuando regresó a Gran Bretaña se entusiasmó con las ideas de la Revolución Francesa. Perseguido por el gobierno inglés, se refugió en Francia (1792) y recibió la ciudadanía francesa, obteniendo un escaño en la convención. Mal visto por los jacobinos, en 1802 volvió a los EE.UU. Iniciando en la masonería, publicó Orígenes de la Francmasonería en la que recogió las tesis de los correligionarios de la época. Al final de su vida volvió al cuaquerismo.
En su libro sobre la masonería, Paine afirma que esta era una religión solar transmitida por los sacerdotes egipcios de Heliópolis, los mongos de la antigua Persia y los druidas celtas. Según él, la religión cristiana sería una parodia de la adoración del Sol en la que lo sustituían por un hombre llamado Cristo. Sin embargo, defendían la masonería por preservar sus ceremonias en estado original, tal como los druidas las leyeron, aunque su origen se perdía en el laberinto del tiempo y del espacio, siendo los egipcios, los babilonios, los caldeos, Zoroastro y Pitágoras los que habrían llegado algo más de mil años antes de Cristo. Paine aseguraba que se habrían refugiado en su carácter ocultista y mistérico.
Comparaba la simbología de las diversas logias, sus ceremonias e incluso su calendario, que tenían como centro el origen del solsticio de verano, el 24 de junio. Aceptaba que la masonería habría intervenido en la construcción del Templo de Jerusalén, pero no que esta fuera su origen, construcción que catalogaba como manifestación oculta del culto solar.
Que la base histórica de la hipótesis de Paine se tambalee es lo de menos, lo importante es que una personalidad dentro de su mundo, definía la masonería como sociedad secreta y ocultista, y que esto debía ser así, sobre todo, en el ámbito cristiano y singularmente católico. En la actualidad, estas premisas han variado un tanto, pero los masones más recalcitrantes continúan apoyándose.
Robert Longfield, a mediados del siglo XIX, repetiría casi lo mismo: “La sabiduría masónica ya estaba presente en las pirámides de Egipto, las construcciones helénicas de Micenas y Tirinto, de los fenicios de Tiro, de los etruscos de Volterra en Italia y en las ciudades de Mohenjo-Daro y Harappa. Las logias habrían crecido pues, hacia el siglo XIV y XIII a. C., mucho antes de la construcción del Templo de Jerusalén, y los grandes iniciados fueron los sacerdotes de Eleusis, los etruscos, egipcios y los discípulos de Zaratita y de Pitágoras, sin olvidar a los de Kung-Tsé.
Sin embargo, para Longfield, los primeros misterios fueron guardados por los sacerdotes del templo griego de Eleusis, dedicado a la diosa Deméter, no de Atenas, diosa de carácter agrario (en latín Ceres, de donde deriva la palabra cereal). Tras Eleusis vinieron todos los demás en una cadena que terminaba en los constructores medievales de las catedrales.
Roma
A finales del siglo VIII a. C., a su segundo rey legendario Numa Pompilio, se le atribuye la organización religiosa y el reglamento de los colegios de oficios o artesanos en cuya cúspide colocó a los arquitectos (fabrorum), sociedades profesionales con una fuerza social comparable a nuestros sindicatos. Numa ordenó traer griegos como maestros para organizarlos, y con ellos el culto a Dionisos se transformó en el de Baco. Fue durante el Imperio cuando estas sociedades alcanzaron su mayor influencia, teniendo el privilegio para establecer sus propias leyes, poseer una jurisdicción propia, así como jueces y magistrados. El colegio de arquitectos consiguió la inmunidad constructiva, privilegio que continuó durante los tiempos medievales y que heredaron los denominados masones libres.
Ya entonces, las logias constituían los lugares de reunión con asambleas cerradas exclusivas de los miembros de su oficio. Al igual que en Grecia, en ellas se acordaban la distribución y ejecución de los trabajos, y se iniciaba a los neófitos en los secretos imprescindibles para el oficio constructor, revelando los signos especiales identificativos que se inspiraban en los útiles profesionales.
Los miembros de las logias tenían tres grados o niveles: aprendices, compañeros y maestros. Todos los miembros tenían la obligación de prestarse ayuda mutua, que ratificaban por juramento y se reconocían