Ámense el uno al otro, pero no conviertan ese amor en atadura.
Que sea, en cambio, un mar que se mueve entre las costas de sus almas.
Llenen uno la copa del otro, pero no beban de una sola copa.
Compartan el pan el uno con el otro, pero no coman del mismo pedazo.
Canten y bailen juntos y siéntanse alegres, pero permitan que cada uno sea independiente.
Así, como las cuerdas del laúd están solas aunque vibren con una sola música.
Entreguen su corazón, pero no para que su compañero lo posea.
Ya que solo la mano de la vida puede poseer sus corazones.
Y permanezcan juntos, pero no demasiado juntos, porque las columnas del templo están separadas.
Y, ni el roble se desarrolla bajo la sombra del ciprés, ni el ciprés bajo la sombra del roble».
Los niños
Entonces, una mujer que sostenía un niño contra su pecho le dijo: «Háblanos de los niños».
Y él le respondió:
«Sus hijos no son sus hijos.
Son hijos e hijas de la vida, anhelante de sí misma.
Llegan a través de ustedes, pero no vienen de ustedes.
Y aunque crecen con ustedes, no les pertenecen.
Ustedes pueden darles su amor, pero no sus pensamientos.
Porque ellos tienen pensamientos propios.
Pueden darle albergue a sus cuerpos, pero no a sus almas.
Porque esas almas habitan en el hogar del mañana que ustedes no pueden visitar, ni siquiera en sueños.
Pueden esforzarse en ser como ellos, pero no busquen que ellos sean como ustedes.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el pasado.
Ustedes son el arco desde donde sus hijos, igual que flechas vivas, son empujados hacia delante.
El arquero ve el blanco en el camino hacia el infinito y los doblega con su poder para que esa flecha vuele veloz y lejana.
Dejen, con alegría, que la mano del arquero los doblegue.
Porque, así como él ama la flecha que vuela, así también ama el arco que es estable».
El dar
Entonces, un hombre rico le dijo:
«Háblanos del dar».
Y él respondió:
«Dan muy poca cosa cuando dan de aquello que poseen.
Cuando dan algo de ustedes mismos es cuando dan realmente.
¿Qué son sus posesiones sino cosas que atesoran por miedo a necesitarlas mañana?
Y mañana, ¿qué le traerá el mañana al precavido perro, que entierra huesos en la arena sin dejar marcas, mientras camina detrás de los peregrinos hacia la ciudad santa?
Y ¿qué es el miedo a la necesidad sino la necesidad misma?
¿No es el miedo a la sed, cuando el manantial está lleno, la sed insaciable?
Hay quienes dan muy poco de lo mucho que poseen y lo dan buscando el reconocimiento, y ese deseo oculto corrompe sus regalos.
Y hay quienes tienen muy poco y lo entregan todo.
Ellos son quienes creen en la vida y en la magnificencia de la vida y su cofre nunca está vacío.
Y hay quienes dan con alegría y la alegría es su premio.
Y hay quiénes dan con dolor y el dolor es su bautismo.
Y hay quienes dan y no conocen el dolor de dar, tampoco buscan la alegría de dar, ni son conscientes de la virtud de dar.
Dan como, en el profundo valle, el mirto le da su fragancia al espacio.
Dios habla a través de las manos de los que son como ellos y, desde el fondo de sus ojos, Dios sonríe sobre la tierra.
Es bueno dar cuando ha sido pedido, pero es mejor dar cuando no lo ha sido, mediante el entendimiento.
Y, para quienes van con la mano abierta, buscar quien recibirá es mayor alegría que la acción de dar.
¿Y es que acaso hay algo que puedan guardar?
Todo lo que tienen algún día será dado.
Pues, den ahora que el momento de dar es de ustedes y no de sus herederos.
Ustedes dicen con frecuencia: “Daría, pero sólo a quien lo merezca”.
Los árboles de su huerto no se expresan así, tampoco los rebaños de su pradera.
Ellos dan para vivir, ya que no hacerlo es perecer.
Con seguridad, todo aquel que merece recibir sus días y sus noches, merece todo lo demás de ustedes.
Y quien mereció beber el océano de la vida, merece llenar su copa en el pequeño arroyo que les pertenece.
¿Y cuál mérito puede ser mayor que aquel que reside en el valor y en la confianza, y no en la caridad de recibir?
¿Y quiénes son ustedes, para que los hombres desgarren su pecho y revelen su orgullo para que puedan ver sus valores desnudos y sus orgullos desvergonzados?
Vean primero si ustedes mismos merecen dar y ser un instrumento del dar.
Porque, la verdad, es la vida quien le da a la vida, mientras que ustedes que se creen dadores, no son más que testigos.
Y ustedes los que reciben —y todos ustedes son de ellos— no asuman el peso de la gratitud si no quieren colocar un yugo sobre ustedes y sobre quien les da.
En cambio, elévense junto al dador en su dar como en unas alas.
Porque exagerar la deuda es dudar de su generosidad, que posee como madre al libre corazón de la tierra como madre y como padre a Dios».
El comer y el beber
Así, un viejo que tenía una posada dijo:
«Háblanos del comer y del beber».
Y él respondió:
«Ojalá puedan vivir del aroma de la tierra y, como una planta en el aire, ser nutridos por la luz.
Pero ya que deben matar para comer y quitar al recién nacido la leche de su madre para calmar la sed que sienten, hagan de ello un acto de adoración.
Y hagan que su mesa sea un altar en el que lo puro y lo inocente, el buque y la pradera, sean sacrificados por aquello que es más puro y aún más inocente que el hombre.
Cuando maten a un animal, díganle con el corazón:
“El mismo poder que te sacrifica, me sacrifica también a mí. Yo también seré destruido.
La misma ley que te pone en mis manos me pondrá a mí en manos más poderosas.
Tu sangre y mi sangre no son más que la savia que alimenta el árbol del cielo”.
Y cuando muerdan una manzana, díganle con el corazón:
“Tus semillas vivirán en mi cuerpo.
Y los botones de tu mañana abrirán en mi corazón. Y tu aroma será mi aliento.
Y juntos gozaremos a través de todas las estaciones”.
Y en el otoño, cuando reúnan las uvas de sus vides para el lagar, díganle con el corazón:
“Yo soy también una vid y mi fruto será llevado al lagar.
Y como vino nuevo será almacenado en vasos eternos”.
Y