Mitología azteca. Javier Tapia. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Javier Tapia
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Mythos
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418211119
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obligaba a luchar en el otro mundo para conseguir un buen puesto y no perderse en algo similar al infierno occidental.

      Económico

      Con una economía agrícola, basada más en la gestión de la abundancia que de la escasez; el intercambio, el trueque y hasta el comercio “internacional” tanto por mar como por tierra, con Centro y Sudamérica (desde lo que hoy es la Costa Grande mexicana hasta el Callao, Perú; y desde el norte de Sonora y Chihuahua hasta Nicaragua), donde los pochtecas (comerciantes) servían tanto de informantes como de vendedores y compradores, la economía nahua era sana y poderosa. Poco se sabe de los olmecas, pero tanto los toltecas como los tenochcas, sin olvidar a los chichimecas y a los purépechas, y, sobre todo a los mayas, hubo luchas, guerras, conquistas, sometimiento, tributos, alianzas, negociaciones e influencias culturales y lingüísticas, y, en fin, una forma de colonización e imperialismo que favorecía la economía y bienestar de los vencedores mientras les duraba el poder, con un centralismo secular que dura hasta nuestros días.

      Matrícula de los tributos, copia del Códice Mendoza

      Durante trescientos años Tenochtitlan fue el centro económico, político y cultural del Anáhuac, y hoy en día lo sigue siendo en buena medida, a pesar de haber sido conquistada por los españoles, o quizá también gracias a ello.

      No había moneda ni dinero, pero sí intercambio simbólico con conchas y cáscaras de cacao, cuentas de debe y haber, deudas y herencias, e incluso esclavos, aunque no permanentes, dotes y bienestar social en materia de salud y educación porque absolutamente todos tenían acceso al cuidado médico y a la escuela, cualesquiera que estos fuesen.

      Se cobraban impuestos en especie, tanto a los pueblos dominados como a los habitantes de Tenochtitlan, es decir, contaban con un sistema tributario.

      No había mendigos ni abandonados por la sociedad, todos comían; tampoco había propiedad privada, sino de barrios y comunidades; no había muchos bienes de consumo ni de propiedad, y, por tanto, casi no había robos, y los pocos que había eran severamente castigados.

      Valía más una pluma de quetzal que una pieza de oro; y si bien el jade y la turquesa eran bien apreciados, no lo eran menos el cacao y las conchas marinas, e incluso el algodón o los petates que servían tanto de cama como de morral para el transporte de mercancías.

      La siembra era buena en el valle, pero no lo era menos en las chinampas instaladas en el lago. Contaban con un elaborado sistema de agua potable, y un muy depurado sistema de tratamiento de las aguas negras.

      La granja no era muy extensa, pero con guajolotes y tepescuintles, iguanas y tlacuaches tenían huevos y buenas carnes. No se dedicaban mucho a la caza, pero de vez en cuando echaban mano de venados y jabatos.

      Su cocina, basada en el maíz, el frijol y el chile, era amplia y diversa, como lo sigue siendo hasta el día de hoy, con toda clase de guisos que todo el mundo conoce, y bebidas, desde la chía y el chilate, hasta el chocolate y el pulque, además de mezcal, tequila y raicilla; eso sí, todo con moderación, poca grasa y mucha fruta y verdura, además de chapulines, gusanos y flores.

      Contaba con finos orfebres, que sabían hacer hilo de plata, oro y cobre, así como artesanos en todas las áreas, desde la construcción y la escultura, hasta los hilados y los tejidos de fibras naturales que hoy siguen deslumbrando al mundo.

      Maestros en todas las artes y ciencias, naturales y exactas, y un calendario de lo más exacto, tanto para ordenar las cosechas como para observar los movimientos planetarios.

      Poetas, músicos, danzantes, escribanos y pintores reconocidos y bien pagados, sin faltar los ueuetloni o viejos sabios que transmitían enseñanzas y tradiciones de forma oral en los calpuli o barrios donde habitaban, sin que les faltara de nada.

      La limpieza era esencial, tanto del cuerpo como de las casas, y cualquier persona que llegara a los 52 años de edad podía deshacerse de todo lo material sin el temor que desde ese momento en adelante le faltara de nada, pues era sustentada tanto por las autoridades como por la comunidad, y, como ya no era apta para el sacrificio ni para otros menesteres que le pudieran reportar honor, se le asignaban tareas propias de su edad y su experiencia, y se le permitía beber y holgar placenteramente lo que quisiera y pudiera.

      La crueldad y el horror venían de la enfermedad o de la guerra, y si bien contaban con amplios conocimientos de anatomía y medicina herbolaria, tenían muy pocos recursos para las infecciones, las enfermedades bacterianas o víricas, que por suerte, y por desgracia, prácticamente no conocieron ninguna de ellas hasta la llegada de los españoles. Incluso hay quien piensa que los sacrificios eran cirugías públicas, y no prácticas salvajes.

      Sus entierros eran ceremoniales y trascendentales, ya que dotaban al muerto con todo lo que pudiera necesitar en su paso por el inframundo, incluido un perro de pelo rojizo, con el fin de que pudiera alcanzar uno de los cielos reservados para los que morían con honor. El mérito no era vivir bien, sino morir decentemente.

      Así, desde el nacimiento hasta la muerte las personas tenían garantizadas sus necesidades económicas elementales, fuese el que fuera su estrato social, y si bien ninguna jerarquía es perfecta porque crea castas y favorece a unos en detrimento de otros, por lo menos hay que rescatar el bienestar social nahua.

      Política

      La organización política era teocrática, y por tanto compleja, asimétrica y jerárquica, y, en algunos casos, permeable a los méritos, es decir, contaban con movilidad social ascendente aquellos que tuvieran logros destacados para su pueblo.

      Los hijos de los nobles estudiaban en el Calmecac, el resto en los diferentes Tepochcali versados en todas y cada una de las disciplinas, desde el sacerdocio y la burocracia, hasta el arte y la milicia, intentando en cada caso obtener lo mejor de cada estudiante. Por supuesto, los temachtiani o profesores gozaban de alto prestigio y saludable posición económica.

      En otras palabras, la dedicación profesional basada en el estudio y en el conocimiento era fundamento de la sociedad nahua, ya que de esta manera se estructuraba el orden y organización social, donde todos servían para algo y aportaban su grano de arena al conjunto de la sociedad.

      La familia, otra de las bases estructurales de la sociedad nahua, era extensa y en cada barrio o calpuli predominaba un oficio e incluso una etnia o saga familiar.

      El Tlatoani era la figura máxima, pero estaba sujeto por un consejo o asamblea, y si bien gozaba de ciertos privilegios, tenía la responsabilidad de dar ejemplo con su comportamiento conforme a las leyes y tradiciones de la población, lo mismo que sus funcionarios, guerreros y asesores. La corrupción era fuertemente castigada, con el exilio o con la muerte. Incluso el poderoso Se Acatl Topiltsin Quetzalcóatl fue desterrado de Tula por su mal comportamiento, embriaguez e incesto, y lo mismo pasaba con cualquier autoridad que diera mal ejemplo.

      La sexualidad no tenía connotación negativa o pecaminosa, pero sí estaba sujeta a leyes morales y éticas. Había personas que por su signo de nacimiento tenían más licencias sexuales que otras, como las dedicaciones a la prostitución femenina o masculina, pero una vez casadas o dedicadas a una u otra función social, debían guardar fidelidad y decoro so pena de encierro, destierro o muerte.

      Contaban con jueces que dirimían los conflictos, siendo los mismos jueces los que tenían una mayor obligación de buen comportamiento.

      La esclavitud no era una pena eterna, ni siquiera para los esclavos obtenidos en las batallas, ya que tenían la posibilidad de integrarse a la sociedad que los retenía. Había esclavos por deudas, que dejaban de serlo una vez que las satisfacían.

      Los castigos eran duros para niños y adultos. El fraude, el robo y la prevaricación se penaban con la muerte en el caso de los adultos, y con crueles y dolorosos castigos para los más jóvenes.

      Ser sacrificado a uno u otro dios era un honor, y por ello no cualquiera reunía los requisitos para ser sacrificado, ya que incluso los capturados en las guerras floridas o en otras batallas, tenían que ser jóvenes y estar en buen estado; no cualquier