Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William Shakespeare. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: William Shakespeare
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 4064066060503
Скачать книгу

      El judío se quejó al Dux, é hizo que le acompañase á registrar la nave de Basanio.

      SALARINO.

      Pero cuando llegaron, era tarde, y ya se habian hecho á la mar. En el puerto dijeron al Dux que poco antes habian visto en una góndola á Lorenzo y á su amada Jéssica, y Antonio juró que no iban en la nave de Basanio.

      SALANIO.

      Nunca he visto tan ciego, loco, incoherente y peregrino furor como el de este maldito hebreo. Decia á voces: «¡Mi hija, mi dinero, mi hija... ha huido con un cristiano... y se ha llevado mi dinero... mis ducados... Justicia... mi dinero... una bolsa... no... dos, llenas de ducados... Y ademas joyas y piedras preciosas... Me lo han robado todo... Justicia... Buscadla... Lleva consigo mi dinero y mis alhajas!»

Ilustración

      SALARINO.

      Los muchachos le persiguen por las calles de Venecia, gritando como él: «Justicia, mis ducados, mis joyas, mi hija.»

      SALANIO.

      ¡Pobre Antonio si no cumple el trato!

      SALARINO.

      Y fácil es que no pueda cumplirlo. Ayer me dijo un francés que en el estrecho que hay entre Francia é Inglaterra habia naufragado un barco veneciano. En seguida me acordé de Antonio, y por lo bajo hice votos á Dios para que no fuera el suyo.

      SALANIO.

      Bien harias en decírselo á Antonio, pero de modo que no le hiciera mala impresion la noticia.

      SALARINO.

      No hay en el mundo alma más noble. Hace poco ví cómo se despedia de Basanio. Díjole éste que haria por volver pronto, y Antonio le replicó: «No lo hagas de ningun modo, ni eches á perder, por culpa mia, tu empresa. Necesitas tiempo. No te apures por la fianza que dí al judío. Estáte tranquilo, y sólo pienses en alcanzar con mil delicadas galanterías y muestras de amor el premio á que aspiras.» Apenas podia contener el llanto al decir esto. Apartó la cara, dió la mano á su amigo, y se despidió de él por última vez.

      SALANIO.

      Él es toda su vida, segun imagino. Vamos á verle, y tratemos de consolar su honda tristeza.

      SALARINO.

      Vamos.

      ESCENA IX.

      Quinta de Pórcia en Belmonte.

      NERISSA.

      (A un criado.) Anda, descorre las cortinas, que ya el Infante de Aragon ha hecho su juramento y viene á la prueba.

      (Salen el Infante de Aragon, Pórcia y acompañamiento. Tocan cajas y clarines.)

      PÓRCIA.

      Egregio Infante: ahí teneis las cajas: si dais con la que contiene mi retrato, vuestra será mi mano. Pero si la fortuna os fuere adversa, tendreis que alejaros sin más tardanza.

      EL INFANTE.

      El juramento me obliga á tres cosas: primero, á no decir nunca cuál de las tres cajas fué la que elegí. Segundo, si no acierto en la eleccion, me comprometo á no pedir jamas la mano de una doncella. Tercero, á alejarme de vuestra presencia, si la suerte me fuere contraria.

      PÓRCIA.

      Esas son las tres condiciones que tiene que cumplir todo el que viene á esta dudosa aventura, y á pretender mi mano indigna de tanta honra.

      EL INFANTE.

      Yo cumpliré las tres. Fortuna, dame tu favor, ilumíname. Aquí tenemos plata, oro y plomo. «Quien me elija, tendrá que darlo todo y aventurarlo todo.» Para que yo dé ni aventure nada, menester será que el plomo se haga antes más hermoso. ¿Y qué dice la caja de oro? «Quien me elija, alcanzará lo que muchos desean.» Estos serán la turba de necios que se fia de apariencias, y no penetra hasta el fondo de las cosas: á la manera del pájaro audaz que pone su nido en el alero del tejado, expuesto á la intemperie y á todo género de peligros. No es mio pensar como piensa el vulgo. No elegiré lo que muchos desean. No seré como la multitud grosera y sin juicio. Vamos á tí, arca brillante de precioso metal: «Quien me elija, alcanzará lo que merece.» Está bien, ¿qué alma bien nacida querrá obtener ninguna ventaja ni triunfar del hado, sin un mérito real? ¿A quién contentará un honor inmerecido? ¡Dichoso aquel dia en que no por subterráneas intrigas, sino por las dotes reales del alma, se consigan los honores y premios! ¡Cuántas frentes, que ahora están humilladas, se cubrirán de gloria entonces! ¡Cuántos de los que ahora dominan querrian ser entonces vasallos! ¡Qué de ignominias descubriríamos al traves de la púrpura de reyes, emperadores y magnates! ¡Y cuánta honra encontraríamos soterrada en el lodo de nuestra edad! Siga la eleccion: «Alcanzará lo que merece.» Mérito tengo. Venga la llave, que esta caja encierra sin duda mi fortuna.

      PÓRCIA.

      Mucho lo habeis pensado para tan corto premio como habeis de encontrar.

      EL INFANTE.

      ¿Qué veo? La cara de un estúpido que frunce el entrecejo y me presenta una carta. ¡Cuán diverso es su semblante del de la hermosísima Pórcia! ¡Otra cosa aguardaban mis méritos y esperanzas! «Quien me elija, alcanzará lo que merece.» ¿Y no merezco más? ¿La cara de un imbécil? ¿Ese es el premio que yo ambicionaba? ¿Tan poco valgo?

      PÓRCIA.

      El juicio no es ofensa: son dos actos distintos.

      EL INFANTE.

      ¿Y qué dice ese papel? (Lee.) «Siete veces ha pasado este metal por la llama: siete pruebas necesita el juicio para no equivocarse. Muchos hay que toman por realidad los sueños: natural es que su felicidad sea sueño tambien. Bajo este blanco metal has encontrado la faz de un estúpido. Muchos necios hay en el mundo que se ocultan así. Cásate á tu voluntad, pero siempre me tendrás por símbolo. Adios.» Todavía seria estupidez mayor, no irme ahora mismo. Como un necio vine á galantear, y ahora llevo dos cabezas nuevas, la mia y otra ademas. Quédate con Dios, Pórcia: no faltaré á mi juramento.

      PÓRCIA.

      Huye, como la mariposa que se quema las alas escapa del fuego. ¡Qué necios son por querer pasarse de listos!

      NERISSA.

      Bien dice el proverbio: Sólo su mala fortuna lleva al necio al altar ó á la horca.

      UN CRIADO.

      ¿Dónde está mi señora?

      PÓRCIA.

      Aquí.

      EL CRIADO.

      Se apea á vuestra puerta un jóven veneciano, anunciando á su señor, que viene á ofreceros sus respetos y joyas de gran valía. El mensajero parece serlo del amor mismo. Nunca amaneció en primavera, anunciadora del ardiente estío, tan risueña mañana como el rostro de este nuncio.

      PÓRCIA.

      Silencio. ¡Por Dios! tanto me lo encareces, que recelo si acabarás por decirme que es pariente tuyo. Vamos, Nerissa: quiero ver á tan gallardo mensajero.

      NERISSA.

      Su señor es Basanio, ó mucho me equivoco.

Ilustración de adorno

       Índice

      ESCENA PRIMERA.

      Calle de Venecia.

      SALANIO