Señales que precederán al fin del mundo. Yuri Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Yuri Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418264412
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arrinconaba a un costado suyo y atisbaba las cuitas adultas con los ojos redondeados de atención y las manos sobre las piernas. Makina podía sentirla absorbiendo las cosas del mundo y acomodando en su interior las pasiones que partían y arribaban por el hilo del teléfono. (Sí te sigo queriendo, Ya prontito, Ya merito, Ya casi, ¿Te llegó?, ¿Te lo dijo?, ¿Cuándo pasó?, ¿Cómo pasó?, ¿Cómo en nombre de Dios es posible?, Se llama así, Se llama asá, No me entiendes, No lo sospeché nunca, Yo ya no vivo aquí.) No paraba de crecer, y en un mundo de hombres, y Makina quería enseñarle lo de urgencia, cómo tantearlos y cómo soportarlos; cómo gustar de ellos. Que aunque sean malhablados son frágiles; que aunque sean como niños pueden morderle a una las entrañas.

      Y el novio. Un novio que tenía y al que llamaba así aunque nunca lo hubieran hablado y aunque ella no se sintiera pareja de nadie, un novio, lo llamaba, porque se comportaba tan novio que no llamarlo así, al menos por dentro, hubiera sido como negarle algo que tuviera escrito en la frente. Un novio. La había desgranado con él por primera vez cuando aquello de las alcaldías. El día que terminó todo Makina estaba como con ganas de borrachera pero no en verdad con ganas de alcohol, nomás con la comezón de sacudirse el cuerpo, y había cometido la imprudencia de ir y desgranarla con él como lo había hecho con otros en un par de viajes a la Ciudadcita; por encima, de puro capricho olvidable. Y se había sacudido, sin duda, a lo bien la fatiga de la cuita resuelta, pero aunque iba con ganas de que no le pusieran cuidado, de que el hombre nomás se prestara, éste la había acariciado con una devoción que sólo le podía venir de tiempo atrás.

      Ya lo había visto en la puerta de la primaria donde trabajaba él, había advertido cómo no la miraba: mirando cada cosa alrededor de ella; ahí se lo levantó, se le acercó pretextando falta de chal para que la abrazara, lo paseó, se rió como tonta de cada cosa que él decía, en especial de lo que no tenía gracia, y finalmente lo enmadejó como a un hilo del que tirara desde su habitación. El hombre hacía el amor con una entrega fervorosa, le remodelaba los pezones a labiadas y a la hora del orgasmo se consumía en un temblor jubiloso y triste.

      Después de eso el hombre se había ido a trabajar al Gran Chilango, y cuando regresó meses más tarde se presentó en la centralita a decirle algo, e iba tan bien plantado y tan cierto de mirada que ella supo qué quería decirle y se las arregló para no quedarse a solas con él. El hombre estuvo horas ahí en silencio hasta que ella le dijo Ven otro día, platicamos. Pero cuando volvió ella se puso a hacerle preguntas sobre su chamba y sobre el viaje pero nunca sobre lo que pasaba por dentro. Le pidió que dejara de ir a su trabajo, ella lo buscaría. Y sí: lo buscaba cada fin de semana; volvían a desgranarla, y cuando notaba que él iba a declararse Makina lo besaba con lujuria mala nomás para taparle la boca. Así logró posponer el momento de las definiciones, hasta la víspera del viaje al que la mandó la Cora. Esa vez, antes de que ella lo silenciara, él puso las manos enfrente y aunque no la tocó ella sintió como si la arrojara del otro lado de la pieza.

      Tú me tienes miedo, dijo él, No porque yo te haya hecho nada, nomás porque quieres tenerme miedo.

      Se había puesto de pie y estaba frente a ella, arreglándose la camisa azul cielo; se iba sin haber hecho el amor, pero Makina no dijo nada porque reparó en cuánto le había costado levantarse de la cama; podía hacerse la occisa —no sé de qué hablas— o acusarlo de hacer un berrinche, pero el ligero temblor que traicionaba los labios de él, la respiración reconcentrada de quien apenas consigue mantener la entereza, le inspiró un respeto que no podía ignorar; por eso dijo No es eso, y él levantó la cabeza para mirarla, todo él un espacio en blanco para ser llenado por lo que Makina tenía que decir, pero ella balbuceó Ahora que vuelva hablamos y… Antes de que terminara, él ya había asentido en señal de Sí, sí, otra vez me estás metiendo la lengua en la boca, para luego volverse y jarchar con el cansancio de quien sabe que le están mintiendo y no puede hacer nada al respecto.

      Hacía tres años había venido un esbirro del señor Hache con unos papeles a decirle a Makina que ahí decía que tenían un terrenito allá, del otro lado del río, que les había dejado un señor. El papel decía un nombre que podía ser el del que había sido su padre antes de desaparecer mucho tiempo atrás, pero Makina no le hizo caso y fue a preguntarle a la Cora qué o qué, de qué se trataba eso, y la Cora dijo No es nada, son transas de Hache. Pero mientras tanto el esbirro se llevó al hermano de Makina a beber y le lavó el cerebro con neutle y lengua y a la noche el hermano había vuelto diciendo Me voy a reclamar lo nuestro. Makina lo trató de convencer de que ahí no había más que palabras pero él insistía en que Alguien tiene que luchar por lo que nos corresponde y si ustedes no tienen los pantalones yo sí. La Cora nomás lo miraba con hartazgo y sin decir nada, hasta que lo vio en la puerta con su morral lleno de tiliches y ordenó Déjalo que se vaya y aprenda a defenderse con sus propios pantaloncitos, y él dudó por un instante antes de jarchar, y en la duda que le cruzó los ojos pudo verse que pasaba toda su vida por ahí empujando las lágrimas, pero antes de dejar que afloraran ya se había dado la vuelta y había jarchado para no volver sino en forma de dos o tres recados escuetos que mucho tiempo después les mandó.

      Dos hombres la miraron en la fila para comprar el boleto de autobús, uno le acercó la boca al pasar y dijo Me apellido ¡Merezco! No la rozó pero la palpó con su aliento, el hijo de puta. Makina no estaba acostumbrada a esas cosas. No que no las hubiera padecido, es que no se había permitido acostumbrarse. O los mandaba mucho a la rechingada o decidía no perder el tiempo con tan poca miseria; así hizo esta vez. Pero no por costumbre. Compró su boleto y se subió al camión. A los pocos minutos vio subir a los dos hombres. Eran apenas dos muchachitos de bigote tierno y entusiasmo de primer viaje. Como probablemente no tenían idea de lo que raspan las aventuras de verdad, debían sentirse aventureros. Avanzaron empujándose hasta sus asientos, unas filas detrás del de Makina, pero el que le había hablado se devolvió hasta la de ella y dijo sonriendo Creo que me toca aquí, sentándose a su lado. Makina no respondió. El autobús arrancó; casi de inmediato Makina sintió el primer contacto, muy breve, como por descuido, pero ella conocía esa clase de descuidos: un restregón milimétrico en su codo prologando el manoseo voraz. Aguzó su visión periférica y se preparó para lo siguiente, si es que el idiota persistía. Persistió. Con mal disimulo dejó caer su mano izquierda sobre su propia pierna izquierda, lánguidamente la mano siguió su caída hasta el asiento y luego al subirla tocó el muslo de ella, claro, sin mala intención. Makina se volvió hacia él, lo miró directamente a los ojos para que supiera que lo que venía no era accidental, se puso un dedo en los labios, calladito, eh, y con la otra mano prensó el dedo medio de la mano con que la había tocado y lo dobló hasta acercarlo a un par de centímetros de su reverso; todo esto en un segundo. El aventurero se arrodilló de dolor en el poco espacio que había entre su asiento y el de enfrente y abrió la boca para gritar, pero antes de que la orden llegara a su cerebro Makina ya había insistido con su dedo en los labios, calladito eh; lo dejó acostumbrarse a la idea de que una mujer lo tenía jodido y luego le susurró, acercándosele mucho No me gusta que me manoseen pinches desconocidos ¿puedes creerlo?

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