Ecos del fuego. Laura Miranda. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Laura Miranda
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789877476392
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sí que eres tremendista. Basta ya. Estamos juntos. Estaremos bien.

      –No. Tú cargas con tres viejos y debes hacer tu vida –era testarudo y, la mayor parte de las veces, tenía razón. En ese caso, Gonzalo no iba a reconocerlo.

      –Yo hago mi vida.

      –¿Y la mujer de París?

      –La mujer de París quedó atrás.

      –Te conozco. Te hemos criado. Mientes. Ahora vete a trabajar, que llegarás tarde –el tío Frankie decidía siempre cuando empezar una conversación y el momento de terminarla.

      –Tío, nuestro hotel está junto a la casa. Ya sé… no quieres seguir hablando.

      –No. Tú no entiendes lo que es ser viejo.

      Gonzalo sonrió. Algo de razón había en sus palabras. Si Elina ocupaba su corazón y sus pensamientos y no hacía nada por recuperarla, ¿estaba realmente “haciendo su vida”?

      Muchas verdades se mezclaron con la sabiduría de su tío Frankie. Era verdad que él no entendía lo que era ser viejo porque simplemente no lo era. Pura teoría en su caso. Lo atravesaron preguntas y una gran confusión de sentimientos. Entonces, las imágenes en el televisor de la recepción de la posada, al entrar, le mostraron a Notre Dame arder. Se le anudó la garganta. Llamó a Elina, ella no respondió.

      Los recuerdos podían, a veces, devorarse el presente al extremo de convertirlo en la suma de momentos vacíos que evocan más y mejor el pasado.

      capítulo 6

      Lágrimas

      Las lágrimas son la sangre del alma.

      San Agustín

      Montevideo, Uruguay.

      Stella buscó en su celular los periódicos digitales del mundo, y todos informaban la noticia del incendio.

      Un fuerte incendio consume este lunes a la Catedral de Notre Dame de París, uno de los monumentos históricos más importantes de Francia, que cada año recibe a millones de turistas de todo el mundo. Las llamas se originaron en la estructura que sostiene el techo del templo, donde se estaban realizando trabajos de restauración, leyó.

      No pudo evitar preguntarse si se trataría del ático, sabiendo que ese lugar era el que amaba su amiga. Siguió buscando noticias para saber la respuesta.

      El fuego provocó el derrumbe de la aguja central y de la estructura completa del techo, ante la frustración de los bomberos, que no logran llegar al epicentro del incendio.

      Y así eran casi todos los titulares. Algo en su interior le gritaba que se trataba del lugar de la fotografía de Elina y su encuentro con Gonzalo.

      Cuando Stella llegó a casa de su amiga, ella había abandonado la pintura del cuadro y se estaba dando una ducha.

      –Hola, Ita. ¿Te ha dicho algo? –preguntó después de saludarla.

      –No, nada. Me preocupa mucho. Hace tiempo que no la veo con una angustia semejante.

      –¿Dices que regresó mal y que luego la afectó más lo de Notre Dame?

      –Sí. Así fue. Yo la conozco. No me gritó desde abajo como hace siempre y tenía esa expresión… La misma de desamparo que cuando era niña. Me duele tanto… Para peor, el fuego otra vez… y en Notre Dame… –se le caían las lágrimas.

      –No llores, Ita. Esto también pasará –la consoló y la rodeó con sus brazos–. ¿Tú cómo estás?

      –Bien. Solo mi flebitis y estas várices que no sanan. La diabetes que no deja cerrar mis heridas… ¡Como si tuviera ochenta! –agregó con sarcasmo y cierto humor–. Pero es Elinita lo importante –continuó–. Ve a su dormitorio, yo les prepararé algo para cenar. Te quedas, ¿verdad?

      –Sí.

      ***

      –Elina Fablet, ¿qué está sucediendo? –preguntó con cariño cuando entró a la habitación. La llamaba por su nombre y apellido cuando deseaba poner énfasis en su atención.

      –Hola...

      Stella miró a su alrededor.

      –¡Dios! ¿Te entraron a robar? –dijo en alusión al desorden del dormitorio.

      Elina sonrió.

      –Siempre logras hacerme reír y créeme si te digo que deberás esmerarte mucho de ahora en adelante –tenía la computadora portátil sobre la cama y estaba sentada con las piernas cruzadas delante de la pantalla.

      –¿Trabajas?

      –No… Busqué mucha información sobre algo y recién miraba imágenes de Notre Dame… Estoy muy triste.

      –Bueno, solo se ha quemado una parte, no se ha muerto Gonzalo ni lo que ustedes vivieron… París sigue allí –dijo intentando minimizar la cuestión. Aunque claramente lo que evocaba sus heridas era el fuego más allá de todo.

      –Lo sé…

      –¿Qué es lo que ocurre? ¿Algún caso de niños abusados?

      –No. No adivines… No lo lograrías aunque tuvieras toda la vida.

      –Entonces cuéntame.

      –Fui al médico… Después de tantas idas y vueltas, de visitar diferentes especialistas explicando cada síntoma, parece que he logrado que me digan qué tengo.

      –¿Qué tienes?

      –Según mis análisis, biopsia de glándulas salivales, varias pruebas diagnósticas y el test de Schirmer, tengo un raro síndrome. Se llama Sjögren –dijo mientras leía el nombre de la pantalla, le costaba retenerlo.

      –¿Qué es eso?

      –Es una enfermedad autoinmune, sistémica, reumática y crónica. Con una variedad tremenda de manifestaciones –respondió leyendo de la pantalla las características–. La sequedad en mis ojos, mi cansancio, la poca saliva, que implica la necesidad de tomar mucho líquido… son algunas de ellas. No puedo llorar, no genero lágrimas. ¿Imaginas eso?

      Stella se esforzaba por comprender y por no demostrar desesperación. Realmente amaba a su amiga y eso de no poder llorar… ¿Qué locura era esa? Todo el mundo puede llorar.

      –¿Qué dices? No exageres, no será para tanto…

      –Lo es. Es una enfermedad autoinmune. Por si no lo sabes, eso quiere decir que la ha generado mi propio cuerpo. Algo así como que me ataco a mí misma. Es muy simbólico, ¿no te parece?

      –Sé lo que significa “autoinmune”, pero no termino de entender por qué hablamos de eso –era cierto. De pronto, supo por la expresión de Elina que la cuestión no era menor.

      –Tengo un síndrome. Y por lo que me ha sucedido hoy y todo lo que termino de leer, es probable que ya no pueda volver a llorar.

      Stella trataba de ser consecuente consigo misma y no exagerar. Siempre intentaba darles a los problemas el tamaño real y reaccionar de manera calma cuando algo grave ocurría. Pero se trataba de su hermana del alma, de su mejor amiga. Habían sido vecinas desde la infancia de Elina y amigas desde su adolescencia. Le llevaba diez años y eso suponía que su experiencia siempre era útil. No estaba ocurriendo en ese momento. No era justo otro revés de la vida contra la mejilla de Elina. Mientras sus pensamientos la empujaban a enojarse con el destino, su razón le imponía prudencia.

      –¿Qué es lo que dijo el médico y qué has leído? Hasta donde sé, lo peor que se puede hacer con temas de salud es buscar en internet.

      –No