–Cuéntame cómo te sentiste al respecto.
–Normal.
Después lloró y me dijo que no podía hablar de eso. Y no habló más al respecto.
–Dayana, quiero que otra vez, cierres los ojos y hagas el conteo regresivo.
Una vez en hipnosis, le pedí que recordara su época de colegio y la escribiera en su diario. Le hice énfasis en que estaba en un lugar seguro y que nadie podía lastimarla. Que al despertar recordaría todo. Esta vez sin dolor. Le pedí además, que tan pronto escribiera, me enviara el diario para sacarle una copia y poderlo leer. Se limitó a seguir discutiendo sobre la tarea de escribir en el diario. Y al final, salió enojada como siempre.
Sin embargo, esta vez me hizo llegar las copias de lo escrito dos días después.
DIARIO
Después de dormir, me acordé de Juan Diego. Era un muchacho trigueño, alto, fornido, con mirada tierna. Él me vio y yo a él. Fue como amor a primera vista, me sentí muy nerviosa, y juro que sentí un cosquilleo en el estómago. Él solo me habló unas semanas después, cuando tropezamos en el pasillo.
Yo llevaba mi carpeta con unos libros de la biblioteca y él salía corriendo para su casa. Yo giré a mirar para atrás y me lo encontré de frente. Caímos en cámara lenta, yo de espaldas y el de frente. Mis papeles volaron por el aire y con sus brazos, evitó que me golpeara y no caerme encima.
–¡Estúpido! Le grité sin saber quién era ese joven tan churro.
–Discúlpame, me dijo y me ayudó a levantar.
Yo lo miré y cuando lo reconocí, le dije: ¡Más cuidado!
–Lo siento, Dayana. Me respondió.
Me puse como un tomate y hasta me ardieron las mejillas. ¿Cómo sabía mi nombre? No pude hablar y lo dejé de mirar.
Recogió mis papeles y me miró a los ojos.
–¿Te puedo acompañar? Me preguntó.
–Está bien. Respondí. Pero de lejitos.
Me miro con culpa y me acompañó hasta mi casa, a cuatro cuadras del colegio. Pero no me habló ni una sola vez, sus pasos lentos me hacían pensar que algo estaba tramando, pero no se atrevió a decirme nada.
Me moría de ganas de escuchar su voz gruesa de hombre. Lo miraba por el rabillo del ojo y él caminaba a mi lado. En el camino estuvimos caminando muy cerca pero nunca me rozó.
Cuando llegué a la puerta de mi casa, y le dije gracias, me miró y me entregó mis hojas y dijo:
–Discúlpame, de nuevo.
Se fue y volvió a mirarme con sus ojos oscuros mientras decía:
–Tal vez, podríamos comer algo juntos algún día.
–Claro, contesté precipitada sin pensarlo, como una idiota
Me hizo seña de “OK”, subiendo el pulgar de su mano derecha y se fue. Cerré la puerta con mi espalda y suspiré.
Luego pensé, que estúpida soy. No le pregunté su nombre, pero me puse feliz porque el sí sabía el mío.
Pero, cómo me va a llamar si, ¿no me pidió el número de mi teléfono? ¿Será que ya lo sabe? O será ¿que solo quiso ser amable?
Hubiera sido feliz, si me hubiera dado un beso, así fuera en la mejilla o en la boca.
No. En la boca no, no soy una cualquiera. Mi hermana es la que se besa con todos en el colegio. Y hoy, ni siquiera ha llegado, a pesar que estudiamos en el mismo colegio. ¿Será que soy buena besando? Pensé.
Cómo lo podía saber, si nunca me han besado, pero a Juliana, ¿quién le habrá enseñado? Claro, mi primo Martin. Recordé esa tarde calorosa cuando los encontré en el desván, besándose y tocándose.
–¿Será que Martín me podrá enseñar? Me pregunté.
Pero mejor no, yo no soy como mi hermana. ¿Qué puedo hacer? ¿Quién me puede enseñar?
¿Cómo hago para que Martín no se aproveche de mí? Y… ¿Si no le gusto? Pero, ¿por qué no le gustaría, si soy más bonita que Juliana? Y… ¿Qué tal que me rechace por no saber besar? Y si… A lo mejor le gusta, ¿qué tal que quiera algo más?
Duré casi dos semanas sin acercarme a mi primo, a pesar de vivir en la misma casa. Me sentía miedosa por él, y eso que él no sabía mis intenciones.
–¿Qué te pasa Dayana? Me preguntó.
–Nada, Martin, le contesté.
–¿Por qué andas tan rara? ¿Te llegó el período?
–No seas confianzudo, le dije, empujándolo.
–¡Cuidado le tomo el pelo! Definitivamente, eres una niña todavía.
Sus palabras fueron como un insulto para mí. Y le dije: vaya donde mi hermana Juliana que ella sí le da besitos.
–¿Estás celosa, Dayana? ¿Quieres un besito? Me dijo, se me acercó y me agarró con fuerza de los brazos.
–¡Suéltame! Le grité.
Entonces, se me acercó más y me besó. Y metió su lengua en mi boca sin temor.
Yo sentí ganas de vomitar, pero era mi oportunidad de aprender. Así que le respondí, él se detuvo y se fue. Me miró de forma extraña y me dijo:
–¿Dayana usted es virgen?
Yo lo empujé y salí corriendo. ¿Por qué sabría él eso? ¿Por qué pensaba que no lo era? Lo odié por ambas cosas.
En la noche, Juliana entró en la habitación, con sus ojos cafés encendidos y derechito, me dio una cachetada sin medir su fuerza.
–¡Perra, eres una perra! ¿Por qué te besaste con Martín?
–Él fue el que me besó… Contesté.
–No creo. ¡Eres una mosquita muerta! Me dijo, y me haló del cabello y me tiró al piso, mientras me decía desgarbada inmunda, solapada y muchas más groserías que no recuerdo bien.
Esa noche, mi madre me molió a palo porque Juliana le contó que me había besado con su sobrino.
No tuve tiempo de hablar ni explicar nada, porque me dio con el palo de la escoba hasta qué quedó exhausta, mientras me decía groserías
CINTA 3
–Buenas tardes, Dayana.
Quiero que me digas cómo estás hoy.
–Cansada de tanta cosa.
–¿Qué te molesta?
–Mi vida, recordar que me maltrataban tanto en la casa. Eso no es bueno.
–Está bien, hoy quiero que la sesión se centre en algo bonito que te haya sucedido. Empecemos. Hice el ritual de siempre y la llevé con la hipnosis a un nivel de subconsciencia.
–Cuéntame sobre el muchacho que conociste en el colegio y te gustó.
Sin escribir esta vez, Dayana empezó a hablar, del día siguiente de su golpiza. Fui al colegio