“Sólo lo finito tiene forma”, por eso toda forma hiere y, salvada del tiempo, suaviza nuestra destrucción. Todo lo que humaniza la fogosidad del tiempo contra nosotros, humaniza también al hombre, extraviado hoy en inaplazables apetitos. Cuando John Cage dio un concierto cerrando su piano para hacernos oír el silencio, creo que actuó de la misma manera: suspendiendo el tiempo para oírse, oírnos y para que nosotros nos oigamos a nosotros mismos. Se madura desde adentro. Si así no sucede, jamás sabremos a dónde ir. A qué filo, a qué acantilado. Quessep ha recorrido el complejo laberinto que nos vive, y ha aprendido el difícil arte de habitarlo, sitiados como estamos por la belleza y por el horror del tiempo.
Santiago Mutis Durán
Bogotá, julio 2009
De El ser no es una fábula (1968)
Mientras cae el otoño
Nosotros esperamos
envueltos por las hojas doradas.
El mundo no acaba en el atardecer,
y solamente los sueños
tienen su límite en las cosas.
El tiempo nos conduce
por su laberinto de horas en blanco
mientras cae el otoño
al patio de nuestra casa.
Envueltos por la niebla incesante
seguimos esperando:
La nostalgia es vivir sin recordar
de qué palabra fuimos inventados.
Materia sin sonido de amor
Vamos perdiendo cielo. Nos acosa
la alta noche. Soñamos y perdemos.
Los dados falsos, las huecas imágenes
en la tierra. ¿Algún día no fue nuestro
el mar, su ciclo de labios y pájaros,
su complicado amor, el son eterno
de su discordia? Turbias soledades.
Miramos esta luz y vuelan hojas
o nunca ya sin nombre de no ser
la transparencia, tocamos el tiempo
ya tan nosotros, ya tan nada, tan
palabra caída en loca hermosura.
Vamos perdiéndonos, precipitándonos
de esperanza. Materia sin sonido
de amor, materia aislada de los sueños
y el bosque de hadas en la húmeda noche.
Todo el resto es camino. ¿Dios? Silencio.
Palabras perdidas
La calle se desprende
por lo más hondo del cielo.
En su penumbra
hay palabras perdidas
que no encuentran
su pequeño sitio en el tiempo.
La calle inventa
un nuevo color,
y los hombres buscan
alguna fábula en su memoria.
Nosotros caminamos
a la ausencia
como fantasmas
en la viva sombra.
Lo que ignoramos
Aquí no hay un celeste. Nunca. Llegas
empujado por días, por palabras,
por el viento que sube del otoño
dándote niebla, lluvia entre los pasos.
Sólo tu negación. El tiempo. Siempre
se te podrá cantar: la vida no es
el volumen de ser en lo que sueñas.
La vida es esto que madura en sombra.
¿Quién se vuelve destino, piedra, fecha?
¿Quién va de nunca a olvidado mañana?
Lo que ignoramos, ay, lo que sabemos
entre voces perdidas en el polvo.
Cruda esperanza que incendia la piel.
Los días y las cosas sin nosotros.
Nos persiguen olvidos
Todo en ti es duro cielo. Me rodeas
casi entre la caída, cuando van
las nubes y las calles en un mismo
declive. Contra el filo de una música
tanto tiempo buscada y encontrada
en la muerte, con deseo, soplas hondo
por la raíz oscura, entonces surge
tu transparencia. El agua es menos río.
Pero en esta premura que nos hace
vivir ya destinados a la sombra
o a la orilla en silencio, nunca invade
tu fábula a mi lengua, nunca tus
nacimientos a tanta soledad.
Nos persiguen olvidos, esperamos
la desnudez: paraíso y derrota.
El cuerpo es duro sueño entre las manos.
Cuando dijo su nombre
Cuando oí su relato del exilio
supe que la impiedad no tiene nombre,
y el recio sol caía como un hierro
sobre nosotros, y entendí la muerte.
Cuando dijo, inocente, el hombre es sólo
cero a la izquierda, cero a la esperanza,
movió mi carne un blanco laberinto
de amor, y creció el tiempo de la culpa.
Ciegas palabras en la tarde dieron
su lucha contra el mar, y el sol rodaba
como una purulenta rosa oscura.
Cuando oí su relato del exilio
vino la gran desolación, el luto,
que movía los pasos en la sombra,
y la trampa del sueño, interminable.
Él pronunció su nombre, ya una larga
soledad comenzaba a separarnos.
La soledad es tuya
Tienes fábula al fondo, no te afirmas
sino en olvido