El tren de Daniel llegó a media tarde a la estación de ferrocarril de Newcastle y de acuerdo con lo que le había indicado Charlie, apenas la abandonó se encontró con la imponente iglesia. Cruzó la calle y golpeó la puerta lateral que daba a la vivienda de quien sería su jefe, la que a los pocos instantes fue abierta por un hombre que obedecía exactamente a la descripción que le diera el pastor. Se trataba de un hombre más bien bajo de estatura que debería tener unos cincuenta y cinco años, algo barrigón, con un pelo rubio mezclado con canas, amable, pero serio, que de inmediato le dijo:
–Tú debes ser Daniel. Bienvenido a casa.
Le agradeció el recibimiento y le manifestó que para él era un honor servirlo en la parroquia y que haría todo lo posible por satisfacer sus exigencias. Añadió que le agradecía la oportunidad de vivir allí y al mismo tiempo de poder estudiar para completar su enseñanza escolar. El pastor le respondió que estaba seguro –por lo que le habían dicho de él– que cumpliría tanto con su trabajo como con sus estudios. Luego lo llevó a la que sería su habitación. Se trataba de un lugar más bien estrecho, donde había una cama, un velador, una especie de tablón adherido a la muralla, que le serviría de escritorio, una silla y un armario, que resultaba inmenso para la escasa ropa con que contaba. La precariedad de las pertenencias del recién llegado no pasó inadvertida para el religioso. No lejos de lo que sería su habitación había un baño, el que servía para el uso de los feligreses que por las más diversas razones visitaban el templo durante los variados actos que se llevaban a cabo todos los días. Contaba con un W.C., un lavatorio y un rincón donde había una ducha, la que estaba rodeada por una lona de mala calidad que permitía no mojar el exterior a quien la usara. No se le escaparon a Daniel varios detalles. El W.C. no estaba conectado a un pozo séptico como en su casa, y tanto el lavatorio como la ducha contaban con dos llaves de agua, por lo que coligió que tendría agua caliente en ambos, lo que para él desde ya constituía un verdadero lujo. Eric le dijo que debería ser especialmente cuidadoso con la mantención del baño, ya que no deseaba que los visitantes que lo ocuparan le dieran quejas al respecto. El muchacho le respondió que se despreocupara, pues se haría cargo del tema dos veces al día, en la mañana y en la tarde cuando llegara del colegio, y que lo invitaba a que cuando quisiera, a cualquier hora, hiciera una inspección para comprobar que sus instrucciones se habían cumplido. Esta especie de desafío le pareció bien al religioso.
Eric era viudo y de las tareas del hogar se hacía cargo una señora de edad llamada Claire, que no recibió a Daniel con cara de muy buenos amigos. El pastor le señaló las horas de desayuno, almuerzo y comida, y le dijo que compartiría con él su comedor. Le hizo hincapié que el tema del horario de las comidas era algo importante para él. Luego hicieron un recorrido por las dependencias del resto de la casa, del templo y de las oficinas. Una vez terminado, se encerraron en el escritorio donde el dueño de casa le hizo una descripción de cuáles serían sus labores, las que se concentrarían esencialmente en los días sábados y domingos, ya que deseaba que durante la semana diera preferencia a sus estudios. Sin perjuicio de lo anterior, debía programar adecuadamente su tiempo para llevar al día los libros de la iglesia, donde se dejaba constancia ordenada de los diferentes trámites que durante la semana hacían los feligreses, los que se anotaban primeramente en una especie de cuaderno en borrador que era llevado por la secretaria, del cual obtendría los datos para pasarlos al libro oficial. Le puso acento en explicar que ese libro era en la realidad la historia de la parroquia, por lo que debería ser hecho en forma ordenada y con letra clara. Enseguida, debería hacer una revisión de las cuentas de cada semana, como una manera de supervigilar la labor que había efectuado la secretaria en días anteriores. Esto último asustó un tanto al recién llegado, pues era algo que nunca había hecho. Pese a ello, no dijo nada y pensó que sería cosa de revisar cómo se habían hecho las cosas con anterioridad para continuar por el mismo camino. Por último, lo instruyó para que todas las mañanas, temprano, antes de irse al colegio, revisara el estado de limpieza del templo y en el evento que algo no estuviera en orden, debía representárselo al antiguo encargado del tema con que contaba la iglesia, a fin de que corrigiera lo que debía ser enmendado. Eric le advirtió, una vez más, que esperaba que todas las labores fueran perfectamente realizadas, por lo que debía tener presente que su dedicación a la parroquia durante los fines de semana debía ser preferencial y que habría espacio para algún entretenimiento solo en la eventualidad que los trabajos hubieran sido bien finiquitados. Daniel estuvo de acuerdo en todo lo que se le instruyó. Respecto al día domingo en la mañana, debería estar presente en todos los oficios que se celebraran y después de ello debería compartir con la comunidad cuando hubiera actos en el edificio que estaba adjunto al templo. Le agregó que más de una vez pediría que lo ayudara en ceremonias como bautizos, matrimonios u oficio fúnebres. Esto último no fue muy del agrado de Daniel, pero calló. Terminaron la reunión alrededor de las ocho de la noche, hora indicada para cenar. Durante la comida, Eric le dijo que debía tomarse libre los dos primeros días para ir a presentarse al colegio, verificar los útiles que debería adquirir, tomar conciencia del camino que diariamente debería recorrer y medir el tiempo que necesitaría para ello, pues no deseaba que por motivo alguno llegara tarde a sus clases. En lo que respecta a los útiles, Eric le indicó que le dijera el costo, pues él le daría el dinero necesario para adquirirlos. Al final le hizo entrega de un mapa bastante primitivo pero muy claro del centro de la ciudad a fin de que pudiera ubicar sin dificultades el colegio y el resto de los lugares aledaños. Terminada la comida, se dieron las buenas noches y Daniel se dirigió a su habitación. Pero antes de ello, fue al baño y tomó una larga ducha de agua caliente, lo que para él constituyó un placer difícil de definir. Estuvo largo rato inmóvil debajo del agua dejándola escurrir por su cuerpo.
Ya acostado y relajado por el baño que había tomado, se dio cuenta de que estaba en un estado de excitación interno que le haría difícil dormirse. Muchas cosas pasaban por su cabeza. Recorrió los hechos que había vivido ese día y caviló en cada uno de ellos. Le dolió pensar en la despedida con los suyos y en la alternativa cierta de que pasaría mucho tiempo antes de que los pudiera volver a ver. Valoró en toda su dimensión, una vez más, a su madre y nuevamente sintió aflorar con fuerza desde sus entrañas el amor indescriptible que sentía por ella. Se detuvo a pensar en que el camino que el Señor le estaba poniendo ante sí no era fácil,