−Entonces, ¿no van a despedir a nadie? −preguntó el inocente Fermín Muñoz, despertando las ahogadas risas de sus compañeros.
−Mire, Muñoz, en esta casa se despide por expedientes disciplinarios o graves incumplimientos. Esto es otra cosa, se trata de optimizar los recursos e identificar sinergias. Si alguien debe abandonar la compañía, será después de un minucioso estudio de su situación y una justa indemnización, por eso no quiero volver a oír hablar de despido, como mucho de desvinculación, que es un acuerdo conjunto, del trabajador y la compañía, que beneficia a ambos.
Menéndez se hinchó como un globo orgulloso de su convincente discurso y se dirigió a todos de nuevo:
−Ésta será nuestra consigna: business as usual, que significa, “trabajar como siempre lo hemos hecho”, que los clientes no sospechen el cambio que estamos experimentando y sólo puedan detectarlo por la mejora de los productos y el servicio.
−Este tío llegará lejos −volvieron a murmurar al oído de Moisés.
Cuando ya se habían marchado todos, las dos limpiadoras rompían el silencio de la oficina con los topetazos de sus cubos y el vaciar de las papeleras. Iban y venían por las mesas reuniéndose cada poco en el carrito de la limpieza, aprovechando los escasos segundos de coincidencia para mantener una pespunteada conversación.
−Mira, yo llevo muchos años en esto y lo tengo claro…
»… tú a lo tuyo y no te metas en nada.
− Está claro.
−A veces, te da pena y le echas una mano a alguien…
»… y ¿qué te da a cambio? Nada. Desprecio.
−Hija, pero tampoco puedes ir así por el mundo.
−¿Que no? Si no lo haces así eres la más tonta de las tontas…
»… te lo digo yo que llevo muchos años en esto.
–Sí, tienes razón, pero a veces una no es de piedra…
»… y si alguien necesita una mano.
–Le das la mano y te toman el brazo y una pierna.
–Tienes razón.
–Que no, chica, que no vale la pena. Tú a lo tuyo y que cada cual se busque la vida.
−Sí, claro.
−No conozco a nadie que haya sacado nada bueno por ayudar a alguien…
»…pero disgustos y fatigas…
»…podría contarte hasta el día del juicio.
−No, si eso es como todo…
»…que te crees que los demás son como tú, y luego…
−Ya te digo.
Una corriente fresca entró en la caseta, la puerta se había abierto y Ana entró con un casco en la cabeza y unos planos en la mano.
−Cierra esa puerta, que nos volamos −dijo Jaime sin apenas mirarla mientras seguía hablando con un obrero de manos cuadradas−. Hay que marcar bien las parcelas antes de cimentar las calles. Poneos con ello empezando donde ya está allanado el terreno. Id descargando el material, enseguida vamos Ana y yo para el replanteo de los muros.
El obrero se marchó sin decir nada y cerró la puerta tras de sí. Ana se dirigió a Jaime con la misma dureza con que había sido recibida
–Están saliéndose de los límites de la finca, le estamos invadiendo el terreno al vecino. Tendrías que tener más cuidado con eso si quieres evitar que nos metan una denuncia.
–Bueno, bueno –dijo Jaime quitándole importancia al asunto–, no va a ser tan grave. Ahora lo revisamos y ya está.
–Pero no haría falta revisarlo. Tú estás aquí para que no ocurran estas cosas.
–¡Venga, mujer!, ¿has venido aquí a echarme la bronca de parte del jefe? –Le dio la espalda, se puso una cazadora de piel, cogió el telémetro y la guía y salió por la puerta luminosa.
Fernando vivía sólo. Después de su divorcio había tenido un par de amigas, pero la cosa no había cuajado. Estaba sumergido entre un montón de libros abiertos, tomando notas en el portátil. Buscaba la manera de reflejar en un cuadro simplificado cómo los liberales de la Constitución de Cádiz aparecían y desaparecían de la escena política sin conseguir mandar realmente nunca. “El fracaso del liberalismo español”, ese era el título del tema y uno de los ejes de su pensamiento: “la maldición liberal española, siempre ahí y siempre inútil”.
Estos pensamientos le absorbían cuando sonó el timbre de la puerta. Miró el reloj, eran las ocho y media y no esperaba a nadie. Se levantó y abrió la puerta. Era Moisés.
–¿Qué tal, compañero? –saludó Fernando.
–Ya tengo las ofertas –contestó Moisés enseñando unos papeles en su mano.
Pasaron al despacho, que era la única habitación iluminada.
–¿Estás con tu libro? –preguntó Moisés.
–No. Estoy preparando un tema para las clases. Quiero darles una visión general del liberalismo desde principios del XIX hasta ahora. La verdad es que me estoy pasando un poco, a veces me creo que son universitarios, pero como el tema me apasiona lo estoy preparando a fondo. Todo puede ser que al final no se lo dé para no asustarlos.
–También te vale para el libro –apuntó Moisés.
–Sí claro, el libro empieza con un apunte de la progresión histórica del liberalismo y ahora estoy recogiendo muchos datos –contestó Fernando, que llevaba varios años recogiendo material para escribir un libro sobre el liberalismo y el socialismo. Había pensado ya varios títulos: “¿Se puede ser liberal de izquierdas?”, “Liberalismo y socialismo”, “Liberalismo anticonservador” y muchos más que iban quedando sepultados por las montañas de papeles que se iban acumulando en la estantería.
–Se te iluminan los ojos cuando hablas de eso.
–Cada tonto con su tontería y a mí me ha dado por esto. Pienso que cada día es más difícil que llegue a resumirlo todo en un libro, pero disfruto mucho con los preparativos –Fernando se quedó silencioso unos segundos, como si la conversación siguiera dentro de él, hasta que, como despertando de un ligero sueño, volvió a la realidad, a su despacho y a su amigo Moisés que le miraba sonriente–. Pero vamos a lo nuestro, a ver esas ofertas.
Luis estaba saboreando una espumosa cerveza concentrado en el resumen de noticias de la televisión del bar. Jaime entró pidiendo una clara en vaso largo y saludó a la escasa concurrencia.
–Buenas noches a todos –Nadie le contestó. Sólo Luis le respondió con la mirada y le invitó a sentarse a su lado con un gesto. Jaime, se dirigió a él con una sonrisa cegadora– ¡Don Luis Menéndez, qué placer! ¿Cómo va el negocio del dinero? Me han dicho que te van a hacer dueño del nuevo banco.
–Un día de estos −respondió Luis sin mucho entusiasmo.
−¡Olvida la clara! Mejor una de éstas −pidió Jaime al camarero, apuntando la cerveza de importación que saboreaba su amigo−. ¡Qué frío hace! Me he pasado todo el día en la obra cogiendo frío. Este invierno está siendo duro ya desde el principio.
−Pero qué dices, si tenemos un otoño más suave que nunca. Han dicho hace un minuto en la tele que bajarán algo las temperaturas la semana que viene. Y recuerda que invierno, lo que se dice invierno, hasta el veintiuno de diciembre…
−Bueno, bueno, es una manera de hablar. Tú ya me entiendes −Jaime recogió la cerveza