Toda la sangre. Bernardo Esquinca. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bernardo Esquinca
Издательство: Bookwire
Серия: Saga Casasola
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078667338
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criaturas salidas de las profundidades, como en una película de terror. ¿Dónde estaban todas esas personas durante el día? Casasola nunca las veía a pleno sol; parecían existir sólo durante la noche del domingo cuando, protegidas bajo los árboles de la Alameda, se reunían en un aquelarre que celebraba su propia miseria. Los invisibles, pensó Casasola: nadie sabe que existen, pero de algún modo son quienes sostienen la ciudad sobre sus hombros. Sin ellos, todo esto terminaría de hundirse en el lodo.

      Cruzó avenida Juárez y después caminó sobre Balderas, taciturno. Casasola se dio cuenta de que no conseguía hacer suya la calle, y que si un vagabundo no lograba eso, entonces era un auténtico desposeído. No supo cuánto tiempo había pasado observando a los bailadores de la Alameda, pero ahora las calles lucían solitarias. Sólo algunos puestos de tacos permanecían activos, a la espera de comensales trasnochados. Siguió un impulso. Dobló a la derecha en Artículo 123: quería pasar frente a la comunidad George Romero; ellos sí habían podido adueñarse de ese perímetro de asfalto que era su hogar, en un sentido mucho más auténtico de lo que significaba para él la casa que rentaba en la calle de Donceles. Dio la vuelta y en segundos el panorama cambió. El alumbrado no funcionaba en esa zona y la calle estaba sumida en una profunda oscuridad. Vio las siluetas de las lonas que improvisaban como techos, y las de varios cuerpos, como bultos arrojados en el suelo. Después, algo extraño sucedió a tal velocidad que le costó trabajo comprenderlo; al día siguiente, incluso, llegó a pensar que aquella imagen era parte de un sueño: una camioneta último modelo se detuvo frente a los indigentes; un sujeto bajó del lado del copiloto, abrió la puerta trasera del coche y uno de los vagabundos subió por voluntad propia; no pudo distinguir si era hombre o mujer. Después, el vehículo se alejó tan rápido como llegó. Casasola también se marchó, desconcertado. Pensó en Santoyo y sus teorías paranoicas. Lo único que se le ocurría para explicar lo que acaba de atestiguar era que el viejo tenía razón: en verdad existía una trama secreta, cosas que se pactaban en las sombras y que a la mayoría de los habitantes de la ciudad les eran desconocidas. Pensó también que la urbe acababa de mostrarle su corazón más secreto y oscuro, y que no sabía si horrorizarse o considerarse afortunado por ello.

      ¡SACRILEGIO!

       Encuentran cuchillo con sangre en el Palacio del Arzobispado

      La Prensa, lunes 16 de agosto de 2011

       Extracto de nota

      Un cuchillo de obsidiana manchado de sangre fue encontrado el día de ayer en una de las ventanas arqueológicas del Antiguo Palacio del Arzobispado, ante la sorpresa de los trabajadores y visitantes del recinto ubicado en la calle de Moneda del Centro Histórico.

      Fue alrededor de las 11:00 de la mañana cuando Julio Domínguez, uno de los empleados que se encargan de la limpieza del lugar, realizó el siniestro hallazgo mientras barría el suelo cerca del barandal frente al que se encuentran las escalinatas de lo que fuera el templo de Tezcatlipoca.

      Peritos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal acudieron al Palacio y recogieron el objeto, aunque se negaron a hacer declaraciones al respecto. El cuchillo de obsidiana viene a sumarse a los hechos recientes ocurridos tanto en el Templo Mayor, donde se encontraron tres corazones presuntamente humanos, como en Tlatelolco, donde apareció un cuerpo decapitado, y que parecen indicar la existencia de un asesino obsesionado con las ruinas prehispánicas.

      Cuestionado al respecto, el policía judicial Jorge Mondragón, quien se encontraba presente en la escena, comentó que el hallazgo del Antiguo Palacio del Arzobispado no demuestra nada, y que la sangre debe analizarse para comprobar que es humana.

      Mondragón aprovechó para hacer una petición a los medios de comunicación: “No nos precipitemos y causemos pánico en la población. Actualmente no existen indicios que nos permitan ligar los restos humanos encontrados en el Templo Mayor y Tlatelolco con un mismo perpetrador. Lo que apareció aquí bien puede ser obra de un imitador e incluso de un bromista”.

      El Antiguo Palacio del Arzobispado continúa funcionando normalmente. Antes del cierre de esta edición, Pedro Luna, encargado del módulo de información de dicho lugar, confirmó vía telefónica que las visitas se incrementaron considerablemente a lo largo del día.

      5

      Casasola compró el Semanario Sensacional, y se sentó a leerlo en una de las bancas de avenida Juárez. Tras haber pasado una fría noche más a la intemperie, aquella soleada y calurosa mañana de lunes le pareció agradable. Sin embargo, la gente caminaba con mayor prisa de la habitual, ansiosa por ponerse a resguardo del clima en sus oficinas. Casasola estaba de buen humor. Tenía una reserva del dinero que había mendigado a lo largo de la semana pasada, y la utilizó en algo que le levantó el ánimo: un chocolate caliente del Seven Eleven. Incluso le alcanzó para un par de donas, por lo que a esas alturas del día se sentía satisfecho y confortado. Pasó las páginas de la revista y no encontró ninguna nota sobre el Asesino ritual. En principio le extrañó, pues aún era temprano cuando se despidió de Quintana el día anterior: su colega tuvo tiempo de sobra para escribir algo antes del cierre. Pero después comenzó a sentirse molesto, pues era evidente que, fiel a su costumbre, Quintana había preferido ahogarse en alcohol y hacer a un lado el semanario. Intentó calmarse, diciéndose que no era su problema; Santoyo toleraba los excesos de Quintana y ésas eran las consecuencias… Siguió leyendo y se topó con una nota que llamó su atención: dos extranjeros habían sido atropellados en el cruce de las avenidas Hidalgo y Reforma, a tan sólo unos metros de donde él se encontraba. Uno murió al instante y el otro en el hospital. La responsable era una mujer que se pasó el semáforo en rojo. La puesta en página del suceso resultaba particularmente dramática, pues mostraba las fotografías que unos estudiantes tomaron por casualidad a los extranjeros minutos antes de la tragedia. Se les veía sonrientes, bebiendo unos jugos y mirando un mapa de la ciudad que venían a conocer, sin imaginar lo que les esperaba. A un lado de esas imágenes estaban las del accidente. Los cuerpos yacían en el pavimento, ensangrentados y descoyuntados. No cabía duda de que Santoyo sabía cómo presentar la información. Le impresionó también el hecho de que los extranjeros llegaron puntualmente a su cita con la muerte. Pudo haber ocurrido en el camino cualquier cantidad de cosas que los retrasara, salvándolos del encuentro fatal: que uno amaneciera crudo y tardara un poco más en levantarse, que el otro se sintiera repentinamente mal del estómago y pasara al baño justo cuando se disponían a abandonar el hotel, que el vendedor de jugos se entretuviera buscando cambiar el billete con el que le pagaron, que un menesteroso los detuviera para sacarles plática y pedirles dinero. Era cuestión de dos o tres minutos, y ese automóvil hubiera pasado de largo. O quizás era al revés, quizá todo eso había sucedido, propiciando que se dieran los tiempos exactos y ellos acudieran a la hora señalada a ese semáforo. Cualquiera de las dos opciones resultaba aterradora… Casasola pensó también que ese cruce de avenidas tenía una particular carga energética, pues era el lugar por donde habían huido los españoles durante la llamada Noche Triste; de hecho, la continuación de Hidalgo se llamaba Puente de Alvarado, en referencia al conquistador español que realizó una espectacular fuga en aquel sitio mientras las canoas y flechas de los aztecas lo perseguían rabiosamente, casi quinientos años atrás. Por si fuera poco, en esa zona había estado también el quemadero de la Inquisición. Casasola procuraba evitar ese cruce de caminos, y cada que se veía obligado a pasar por ahí un presagio ominoso lo invadía… En eso reflexionaba cuando el claxon de una motocicleta llamó su atención: era Gerardo, quien desde la orilla de la banqueta le hacía señas para que se acercara. Casasola se alegró de verlo y se levantó con rapidez, estimulado por el chocolate.

      –Amigo, espero que esta vez también sea de atún…

      –Santoyo quiere verte con urgencia.

      El rostro de Casasola ensombreció ante la ausencia de la pizza.

      –¿Verme? ¿Dónde?

      Gerardo le hizo una seña para que se subiera a la parte de atrás de la motocicleta.

      –En su oficina. Ahora mismo.

      Santoyo