—Estos pobres se creen poderosos cuando tienen cien reales—dijo Martin.
Teodoro se sonrió con desdén, y Don Fernando lo advirtió.
—¿Cuánto será tu capital, Teodoro?—preguntó.
—Cien veces lo que contiene esa bolsa—contestó tranquilamente.
—¿Sabes lo que dices? esta bolsa contiene mas de mil escudos de oro.
—Así me lo pensaba.
—¡Cien veces mil escudos!—dijo el Bachiller mas asombrado á cada respuesta de Teodoro—¡Cien mil escudos! ¿entonces por qué eres esclavo? ¿por qué no compras á Doña Beatriz tu libertad?
—Ya dije á su señoría que por ningún caudal dejaria de ser el esclavo de mi señora Doña Beatriz, le debo la vida y la felicidad.
Martin abria los ojos como dos patenas, y la boca como una puerta cochera; aquello estaba para él fuera de lo natural, era casi un prodigio.
—A fé mia—dijo Don Fernando, que aquí se encierra un misterio profundo; ¿sabe tu ama, Teodoro, que eres tan rico?
—Mi ama sabe tambien que seria jo libre si quisiese, y que jamas lo seré.
—Dígale usía que nos cuente, que nos esplique todo eso.
—No, señor Bachiller, mucho le debo á Teodoro para obligarlo á que me descubra sus secretos, por mas que me anime el deseo y la curiosidad de conocerlos, principalmente por la parte que en ellos tenga Doña Beatriz.
—No serán secretos para su señoría—dijo el negro—que me basta que su señoría sea quien es, y tan alto lugar tenga en el corazón de mi ama, para que yo le confiara lo que guardo en mi seno, tanto mas que fío en su discreción como en la de mi confesor. ¿Quisiera su señoría conocer mi historia?
—Te confieso que me seria muy satisfactorio.
—Larga es.
—No importa, te permito que te sientes.
El negro se sentó humildemente en el suelo y á los piés de Don Fernando.
—¿Y yo?—preguntó Martin.
—¿Tienes inconveniente en que escuche Don Martin?
—No, señor—dijo Teodoro, volviendo su vista á Martin—quedaos, que yo sé cómo aseguraré con vos mi secreto.
Martin contento de escuchar la historia tomó asiento en un escabel.
El Oidor comenzaba á comprender por todo, que Teodoro no era un esclavo comun, aquel hombre era otra cosa de lo que á primera vista parecia.
XIII.
La historia del esclavo.
MI madre, señor, era esclava de la casa de Don José de Abalabide, comerciante español, que tenia una de las mejores tiendas mestizas que se hallan en la Plaza principal. Mi padre, esclavo tambien de la misma casa, habia servido muchos años á Don José y habia muerto pocos dias antes de mi nacimiento, á resultas de una caida que le dió un caballo.
«Mi padre, señor, lo mismo que mi madre, eran de sangre real; os hago esta advertencia, porque esto viene mucho á esplicar algunos acontecimientos de mi vida que vereis mas adelante.
«Mi amo no tenia familia y vivia solo conmigo y con mi madre: era un hombre muy honrado, buen cristiano y caritativo con los pobres; aunque si he de decir verdad, tenia mucho apego á las riquezas y procuraba atesorarlas, viviendo con sobrada economía.
«Como no frecuentaba amistad ninguna y hacia tantos años que mi madre era su esclava, el Sr. Abalabide me tenia un gran cariño, y así conforme fuí creciendo y ayudaba en los quehaceres de la casa, mi amo se fué interesando mas por mí, y en las noches cuando ya la tienda estaba cerrada se entretenia, despues de rezar el rosario, en enseñarme á leer y á escribir.
«Llegué así á cumplir veinte años y mi amo estaba muy contento de mí: era yo fuerte para el trabajo, y le ayudaba yo en todo.
«Mi amo debia ser rico, pero no sabiamos adonde tenia su dinero porque él lo ocultaba.
«Cerca de la tienda del Sr. Abalabide estaba otra de uno que se decia Don Manuel de la Sosa, y que por motivo sin duda de ser menos conocido, ó menos antiguo, tenia muy pocas ventas que casi todos los marchantes se iban á la de mi amo; esto le causaba á Don Manuel tanto desprecio, que casi nunca pasaba por delante de la casa de Don José de Abalabide sin proferirle alguna injuria; pero como éste era ya hombre de edad y de buen juicio, nunca quiso tomar la demanda.
«Mi madre comenzaba ya á ser inútil para el trabajo, y mi amo se decidió á comprar á un conocido suyo una esclava cocinera, que tenia una hija mulatita que servia de galopina. Llamábase Clara la madre y la muchacha Luisa.
«Luisa era muy jóven, pero muy agraciada: en la casa de sus antiguos amos la trataban muy mal y estaba muy delgada y muy enferma cuando llegó á la casa de Don José.
«Al principio traté á Luisa con indiferencia, pero despues comenzó á engordar y á robustecerse, y se puso tan bonita, que á poco me encontré enamorado de ella. El continuo trato nos hizo entrar en relaciones amorosas y yo iba á pedir licencia á mi amo para unirme con ella, cuando un incidente me hizo vacilar.
«Comencé á observar que Luisa andaba mas alegre y mas compuesta que de costumbre, y que se asomaba frecuentemente á una ventana desde donde se divisaba la casa de Don Ma nuel; yo la amaba con delirio y me empecé á entristecer: ella lo notó y me preguntó la causa: le cobré celos, y se rió.
—«No seas tonto, Teodoro—me dijo—yo te encargo que estés contento; todo esto es cosa que nos va á hacer mas felices: no me preguntes nada, y ya verás.
«Me tranquilicé un tanto y no volví á decirle nada; me puse alegre como de costumbre, y me determiné á hablarle á mi amo.
«Dormia yo en la trastienda con el objeto de estar mas al cuidado: una noche me pareció oir un ruido por el interior de la casa, y me levanté sin encender luz y sin hacer ruido y me entré por las piezas.
«Conforme me iba aproximando al aposento que tenia la ventana para la casa de Don Manuel, iba siendo mas perceptible el rumor, hasta que penetrando en él ví asomada una muger á la ventana hablando con alguien que estaba por fuera; debia haber escuchado, pero la luna que penetraba en el aposento me hizo reconocer á Luisa, y la cólera y los celos me cegaron y me arrojé sobre ella.
«Luisa al verme lanzó un grito, y el hombre de fuera huyó.
—«Traidora—la dije:—¿conque así me engañabas?
«Luisa se desprendió de mí, furiosa como una leona.
—«¿Y qué derecho tienes para reconvenirme?—me dijo.—¿Eres mi amo? ¿Eres ya mi marido?
—«¡Infame! ¿Y tú no me habias dicho que me querias?
—«Te queria, pero ya no te quiero, y no quiero ser esclava: un hombre libre me ama, me va á comprar y á darme mi libertad para que yo sea suya, y tú no harás esto por mí, y tú me dejarás esclava, y mis hijos serán esclavos, y yo no quiero que mis hijos sean tambien esclavos como mis padres.
«En el fondo Luisa tenia razon.
—«¿Pero nunca me has amado, Luisa?
—«Sí, te he amado; pero me tiene cuenta amar ahora al que me da mi libertad: ¿me la puedes dar tú, seré tuya; te seguiré amando; puedes?
«Comprendí toda la fuerza de lo que me decia Luisa, y casi