Un lápiz labial para una momia. Toshiko Tamura. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Toshiko Tamura
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789585665941
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él y sus problemas económicos.

      —¿Sabes que eres despiadada?

      Yoshio se quedó mirándola en silencio, con los ojos inyectados en sangre. Entonces el camarero les sirvió sus platos, con lo que Minoru le dio la espalda y fue a cogerlos sin decir nada.

      5 N. de la T.: Jinrikisha en japonés, hace referencia a un vehículo ligero de dos ruedas, parecido a un carro, que se desplaza por tracción humana. Suele ser para una sola persona.

      Capítulo III

      —No sabía que me tenías por un ser humano tan insignificante.

      Salieron de la estación hablando y empezaron a recorrer la colina envueltos en tinieblas. Las farolas de la calle, con las gotas de lluvia que resbalaban por sus cristales, parecían las sombras de aquella pareja teñida de oscuridad, múltiples sombras que derramaban sus lágrimas en un rincón.

      Incapaz de encontrar un trabajo para ganarse la vida, la pequeña autoridad que habría podido ganarse como escritor también se fue diluyendo con el paso de los años, lo que a todas luces le resultaba vergonzoso. Al mismo tiempo, encontraba aborrecible a la sociedad que había dado la espalda a sus largos años de trabajo, pero detestaba todavía más a su esposa por formar parte de ella. Cuando pensaba que, si alguien le lanzase una piedra, su mujer, su supuesto apoyo, sin duda acabaría poniéndose del lado del agresor, Yoshio confirmaba que no había palabras injuriosas suficientes para describir lo que sentía por la mujer que tenía junto a él. La sonrisa frívola que Minoru le había lanzado antes se le había clavado justo en mitad del pecho con sus afiladas garras y no conseguía quitársela de encima.

      —Me sorprende que puedas estar con un pobre desgraciado como yo. ¿No te avergüenza decir que este inútil es tu marido? Y, encima, veo que puedes burlarte de él en su cara así nomás. Eres más frívola que una zorra cualquiera.

      Para cuando Minoru llegó, Yoshio ya estaba tumbado frente al pequeño brasero de madera. Procurando no acercarse a la parte iluminada de la casa, donde estaba su marido, sacó de una bolsa el panecillo que había comprado y empezó a partirlo en trozos y a lanzárselos a Mei, que la había seguido hasta la parte sin entarimar de la vivienda.

      —Oye —la llamó Yoshio con una voz áspera.

      —¿Qué? —respondió Minoru antes de acariciar a la perrita—. Te habrás sentido muy sola sin nadie en la casa, ¿no?

      Minoru siguió hablando con Mei, negándose a entrar. De repente, Yoshio se levantó, alzó la pierna y dio un golpecito a la perra, que tenía la cabeza apoyada en el regazo de su esposa.

      —Sácala ya.

      Yoshio señaló hacia el exterior con la barbilla para remarcar la frase, como si la fuerza de la orden residiera en los músculos de la cara, y se quedó allí de pie. La perrita se acercó a sus pies y le mordió la punta del calcetín, con ganas de jugar.

      —Largo de aquí.

      Minoru agarró a Mei por el collar, la acercó a sí misma y tiró de ella para arrastrarla hasta fuera de la puerta corrediza bajo la lluvia. Luego cerró, entró en la casa y se sentó delante de su marido, que volvía a estar tumbado junto al brasero. Notó que las lágrimas empezaban a brotarle de los ojos, con lo que soltó un resoplido, apretó los labios con fuerza y alzó la mirada.

      —Quizá deberíamos separarnos —dijo Yoshio antes de ponerse boca arriba.

      Yoshio no podía soportar pensar que, de ahora en adelante, durante largos años, relacionarían la actitud libertina e indiferente de Minoru con la falta de severidad de su esposo. Se dio cuenta de que, durante casi un año entero desde que se casaron, nunca había tratado de paliar las dudas que llenaban sus vidas con una palabra amable que contuviera algo de verdad. Miró hacia atrás y vio que lo único con lo que su mujer daba color a su miserable existencia siempre era su obscena sonrisa teñida de sangre. Solo veía su cuerpo suave moviéndose con pesadez y llenándole la vista con un perfume misterioso.

      —Aunque sigamos juntos, la vida que te espera no será mucho mejor tampoco. No tengo la capacidad económica suficiente para mantener a mi esposa. Si no puedo ni mantenerme a mí mismo…

      —Ya lo sé —dijo Minoru con la voz clara. Sin embargo, al abrir los labios, las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

      —Entonces, la solución es que nos separemos. Será mejor para ambos que lo hagamos antes de que sea tarde.

      —Yo también trabajaré. Ya encontraré algo.

      Ambos permanecieron en silencio durante un rato.

      Al caer la noche, en el cementerio que tenían delante de casa, pareció como si las almas de los difuntos empezaran a susurrar maldiciones llenas de rencor y las enviaran a través de la lluvia hacia la silenciosa pareja. Los recorrió un escalofrío gélido.

      —¿En qué vas a trabajar? ¿Qué es lo que piensas hacer? ¿No ves que tú ya no puedes hacer nada? Tú estás peor que yo —le reprochó Yoshio antes de lanzarse a recordarle a todas las mujeres que decidieron dedicarse a la escritura en la misma época que ella y la brillante posición que habían alcanzado en el mundo literario actual—. Tú no puedes hacer algo así. Si yo estoy pasado de moda, tú aún más.

      Minoru lloró en silencio. No podía controlar las lágrimas al pensar en ellos: dos personas sin talento que habían tenido la mala suerte de nacer queriendo hacerse un lugar en el mundo literario, que también acabó por abandonarlos y dejarlos hundidos en una vida de pobreza en la que, agotados, solo podían contar con la espalda del otro para apoyarse.

      —¿Se puede saber por qué lloras?

      —¿Es que a ti no te entristece? Pero pienso vengarme. Me vengaré del mundo por ti. Te lo juro —dijo Minoru sin dejar de llorar.

      —No te he pedido que hagas nada. Si quieres trabajar, empieza ahora mismo. Piensa que, con un marido tan pusilánime, lo primero que está en juego es tu reputación. Si tan convencida estás de que podrás salir adelante, ve y trabaja, pero hazlo por ti.

      —Ahora mismo no puedo. Tengo que esperar una buena oportunidad. Si no, es imposible que consiga algo.

      Minoru alzó los ojos centelleantes por las lágrimas y miró a Yoshio a la cara. Él, al reconocer en ella la determinación de seguir adelante sola, volvió a sentir una punzada de rabia en el pecho.

      —Ahora eres muy valiente, pero la realidad es dura. A la hora de la verdad, el momento que esperas no va a llegar. En lugar de cultivar esperanzas en vano, lo más práctico es que nos separemos.

      Y, dando la conversación por terminada, Yoshio se levantó y se fue al salón del fondo a prepararse la cama él solo.

      Minoru era consciente de que, en una analogía de los recursos económicos de los hombres con los pisos de un edificio, los recursos de Yoshio no llegarían ni al primer piso. No quería tener