el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Aquí, en la noche oscura de la subida al monte Carmelo podemos poner rostro a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo que caminan por diferentes desiertos de la vida, pobreza, falta de trabajo, hambre, desamor, soledad, inclemencia, desesperanza, injusticia, migración, ausencia de Dios… y necesitan que los cristianos seamos oasis para ellos, que les llevemos al encuentro con el Señor, al agua viva.
Respondiendo a las preguntas que se hacía, afirma: «Desde hace más de veinte años, que había escrito un primer libro sobre él, estaba bastante habituado a su estudio, pero necesitaba ahora empezar una relectura más atenta que, más allá de las estructuras literarias, intentase captar el movimiento de fondo del espíritu para poder llegar a esa experiencia original de fe en la cual, por encima de la distancia de las épocas, podría encontrar la comunidad de experiencia, base para una comprensión del Santo desde la conciencia moderna».
La obra de san Juan de la Cruz se lleva a cabo desde la contemplación, que es una forma de experiencia; de este modo procura un intento de descripción fenomenológica y construcción sistemática de la experiencia dinámica de la fe, consiguiendo la fusión de la tradición bíblica y mística. Con estos cimientos en el libro Comentario a la «Noche oscura del espíritu» y «Subida al monte Carmelo», Fernando Urbina se adentra en la fe como experiencia común de un crecimiento interior, espiritual, una liberación y una consumación con el amor divino.
La obra que presento está compuesta por dos partes: la primera, «Una dinámica de liberación» (interpretación de la Subida al monte Carmelo), y la segunda, «La luz de la contemplación» (interpretación del libro de la Noche). Amigo lector, cuando tengas en tus manos esta hermosa joya para el alimento y cuidado de la vida espiritual, notarás, al menos así me ha sucedido a mí, que su escritura es totalmente actual, pues nos ayuda a seguir al Señor Jesús en actitud de desasimiento de todo lo que nos ata y nos divide el corazón, «lo mismo da que el pajarillo del alma esté atado a una maroma o a un hilillo fino, el caso es que no vuela».
En la Subida al monte Carmelo se detiene Fernando en la descripción de la liberación del espíritu bajo la imagen de la «salida» (de una cárcel), que tiene como finalidad liberar de las ataduras objetivas (salir de «todo lo creado») y liberar de las ataduras del yo (salir «de sí mismo»). En la Noche, el orgullo espiritual, la avaricia espiritual (pasión de posesión), la gula espiritual, la pereza o inercia espiritual («acidia»), la agresividad y la envidia espiritual, la lujuria espiritual, la voluntad de poder y dominación espiritual, los medios de liberación de las ataduras a las representaciones religiosas y a las pasiones espirituales de la conciencia religiosa, la liberación del «yo» y de sus vicios espirituales, las enfermedades del espíritu, el fariseísmo. Hemos de vivir una ascética de la vigilancia que nos advierte de la atracción de las seducciones, atracciones que esconden siempre engaño.
Nos dice Fernando Urbina que «todo debe ser purificado de ataduras egoístas… Esta purificación no es aniquilación o destrucción, sino un desatar el modo vicioso de la voluntad, que es la raíz del egoísmo, del espíritu. Es la raíz del actuar humano la que tiene que ser purificada de posesión, de la voluntad de poder y de miedo… para liberar la misma potencia del amor». Todo ha de estar orientado hacia el Amor como bien absoluto.
En la segunda parte, en el libro de la Noche, nos conduce el autor, con una pedagogía propia de un buen acompañante espiritual, por la «noche del sentido» y la «noche del espíritu». «¿Quién no habrá experimentado la belleza, la dulzura, la profundidad, el silencio de la noche, pero al mismo tiempo su extrañeza y su misterio? ¿Hay alguien que no haya vivido su propia “noche” personal de crisis, de interrogación, quizá de escalofrío, de desesperación, de lasitud? Y también puede ocurrir que en la densidad de nuestra noche empiece a insinuarse una nueva luz».
A nosotros, los creyentes en la proclamación cotidiana de la fe la Iglesia, la «teología de la noche» es capaz de iluminar el significado de la oscuridad que en determinados momentos atravesamos. Por ejemplo, en el capítulo 5 de la Noche oscura, el alma se duele de su impureza ante Dios al sentirse «profundamente inmersa» en el sentimiento de su miseria, aplastada bajo un peso enorme y una carga oscura, vacía de todo apoyo y de todo consuelo humano. Pero todo conduce hacia el renacer a una nueva vida; se pasa del ser encerrado en sí mimo al ser abierto al amor. El objeto de la fe es Dios que se revela al hombre, la «noche de la fe» es, por consiguiente, la operación activa de la fe en nosotros. «Es una potencia luminosa que nos posee, nos penetra y nos moldea. Esta potencia divina hiere y destruye para renovar y transformar al hombre». Y sigue afirmando: «Después del tránsito oscuro de la “noche”, el hombre de fe recupera la presencia de Dios, pero en su realidad auténtica, en esa “luz de la contemplación” tan penetrante y sutil».
Cuando nos acechan las tentaciones del activismo o de una espiritualidad desencarnada, la lectura de este libro nos lleva hacia san Juan de la Cruz, pues ahí hallamos orientaciones para la vida cristiana: reservar tiempo para la escucha de la Palabra de Dios, escrutar los signos de la vida y de las maravillas de Dios, estar atentos al aliento del Espíritu y a las personas que nos rodean, a la acogida del Reino de Dios, valorar el silencio, redescubrir el «sentimiento de la belleza» como expansión del alma en medio del bullicio de la ciudad, celebrar con gozo la eucaristía y los sacramentos, disponer todo nuestro ser a la «sabiduría de Dios», el conocimiento del «misterio de Dios» (Ef 1,15-23; 3,1-21), que tiene su plenitud en la caridad (cf. 1 Jn 3,7-21), y que se encuentra entre los sencillos y los pobres (cf. Mt 11,25). La orientación total del corazón hacia Dios colma a la persona de la verdadera alegría y de la paz propias de quien vive las bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-11; Lc 6,20-23) y se sabe sostenido por el amor del Señor en todo momento.
Termina el inolvidable testigo de la fe aconsejándonos: «La contemplación es una actitud general que debe impregnar toda nuestra vida: una actitud de desprendimiento y de libertad de apertura a los demás y a los signos de la realidad, de disponibilidad, de paz, de gozo, de coraje y de fe que supera la crispación del sujeto encerrado en sí mismo y fijo en la idea de que la acción depende exclusivamente de su esfuerzo». Se requiere una confianza incondicional en Dios, él es quien va delante abriéndonos camino, es la Roca sobre la que se fundamenta nuestra vida, nosotros somos unos sencillos cooperadores; nuestro cooperar siempre es eso, un «cooperar», no una pura decisión nuestra. Traigo a colación las palabras del libro de espiritualidad que tanto estimaba Fernando, Sabiduría de un pobre, en relación con la «noche oscura» de san Francisco de Asís: «Francisco escuchó una voz que le hablaba al corazón: “Aprende, ya que yo soy Dios, y deja para siempre de turbarte… Soy yo el que te ha llamado. Soy yo el que guarda el rebaño y lo apacienta. Yo soy el Señor y el Pastor. Es cosa mía. No te asustes más”. “¡Dios, Dios! –dijo despacito Francisco–. Eres protección. Eres guardián y defensor. Grande y admirable. Tú eres nuestra suficiencia. Amén. Aleluya”».
Aunque han transcurrido treinta años desde su primera edición, el trabajo de Fernando Urbina está impregnado de actualidad y coherencia, una buena ayuda para que «nada» esclavice nuestro discipulado de Jesucristo muerto y resucitado en el corazón de la Iglesia; enviados en medio del mundo como levadura en la masa. Solo si nos dejamos aferrar por Dios, que se ha hecho cercano en Jesucristo, seremos capaces de responder al desafío y la oportunidad de la nueva evangelización.
JOSÉ MARÍA AVENDAÑO PEREA,
Vicario general de la diócesis de Getafe
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