el amor conyugal deshecho,
la obra inconclusa para siempre.
En la acera unas cuantas plumas,
ahora llenas de sangre.
COSAS
A la memoria de José Donoso
Ternura
de los objetos mudos que se irán.
Me acompañaron
cuatro meses o cincuenta años
y no volveré a verlos.
Se encaminan
al basurero en que se anularán como sombras.
Nadie nunca podrá rehacer
los momentos que han zozobrado.
El tacto de los días sobre las cosas,
la corriente feroz en la superficie
en donde el polvo dice:
“Nada más yo
estoy aquí para siempre.”
GOTERA
Se hace presente.
Desafía al mundo entero la voraz humedad
y destila una gota más que arrojarla.
La deja libre por fin.
En un susurro le ordena:
“Invade ese lugar
en donde nadie te espera.
Rompe la cárcel metálica
en que te confinaron para servirlos.
”Los ofende tu avara lluvia,
tu leve ruido seco los enloquece.
Harán lo imposible
por cerrarte el camino,
como si fueras
la tempestad y no una simple gota de agua.
”La casa estalla por lo más delgado: los tubos.
Déjate caer a menudas pausas.
Sal a afrentarlos.
”Eres el minucioso poder del agua,
condenado en la brevedad que nadie puede parar.
Eres el triunfo
de lo insignificante
contra el significado de su orden, prendido
con alfileres a la nada y el caos.”
Siglo pasado (desenlace)
ENCUENTRO
Ya me encontré a mí mismo en una esquina del tiempo.
No quise dirigirme la palabra,
en venganza por todo lo que me he hecho con saña.
Y me seguí de largo y me dejé hablando solo
—con gran resentimiento por supuesto.
Como la lluvia
LA MIRADA DEL OTRO
El pez en el acuario
Mudo observa
El espacio que mide con su vuelo.
Del agua sólo sabe:
“Esto es el mundo”.
De nosotros lo azoran los enigmas.
“¿Quiénes serán? Extraños prisioneros
De la Tierra y el aire.
Si vinieran aquí se asfixiarían.
”Los compadezco. Pobres animales
Que dan vueltas eternas al vacío.
”Viven para ser vistos.
Son carnada
De un poderoso anzuelo inexplicable.
”Algún día
He de verlos inertes, boca arriba,
Flotantes en la cima de su Nada.”
EL MAÑANA
A los veinte años nos dijeron: “Hay
Que sacrificarse por el Mañana”.
Y ofrendamos la vida en el altar
Del dios que nunca llega.
Me gustaría encontrarme ya al final
Con los viejos maestros de aquel tiempo.
Tendrían que decirme si de verdad
Todo este horror de ahora era el Mañana.
AMANECER EN COATEPEC
Los pájaros que incendian la mañana
No estaban aquí anoche.
Tal vez se abrían camino en las tinieblas
Y como el Sol-jaguar de los aztecas
Absorbían la sangre de los muertos
(Basta leer las noticias)
Para resucitar entre las frondas
Como heraldos dichosos o sombríos
De que la absurda vida sigue intacta
Y nada pudo contra el día la noche.
LOS DÍAS QUE NO SE NOMBRAN
En vano trato
De recordar lo que pasó aquel día.
Estuve en algún lado,
Hablé con alguien,
Leí algún libro…
Lo he olvidado todo.
A tan sólo unos meses de distancia
Parece que las cosas sucedieron
En el siglo XIV antes de Cristo.
¿Qué dije, qué pensé?
No tengo idea.
Jamás me enteraré de lo ocurrido.
Salí de las tinieblas,
Voy a ellas.
Todo es nunca por siempre en nuestra vida.
La edad de las tinieblas
ELOGIO DEL JABÓN
El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que sólo huele a sí mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta.
En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos.
Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia. Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos, dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las alcantarillas y lodo de la cloaca.
También el jabón por servir se acaba y se acaba sirviendo. Cumplido su deber será laja viscosa, plasta informe contraria a la perfección que ahora tengo en la mano.
Medios lustrales para borrar la pesadumbre de ser y las corrupciones de estar vivos, agua y jabón al redimirnos de la noche nos bautizan de nuevo cada mañana. Sin su alianza sagrada, no tardaríamos en descender a nuestro infierno de bestias repugnantes. Lo sabemos, preferimos ignorarlo y no darle las gracias.