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ISBN: 978-84-18090-73-8
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INTRODUCCIÓN
Me he propuesto escribir un libro, me toca, como me tocó tener un hijo, plantar un árbol o subir en globo, cada cosa a su tiempo, y como me tocó la suerte, o la desgracia de otras tantas aventuras y desventuras: deseadas unas, odiadas otras. Ante este deseo me encuentro como el pintor con un lienzo en blanco, como el compositor con una partitura sin signo alguno o como el niño recién nacido ante la luz que le ciega y le confunde, impotente ante una tarea que desconoce y afronta por primera vez. Tengo que escribir un libro y no sé muy bien cómo comenzar.
Tal vez nadie llegue a leer el libro que me propongo escribir, lo cierto es que mi objetivo es escribirlo, pero no le veo mucho sentido si nadie lo va a leer, como explica la física cuántica; si nadie lo lee es como si no existiese. Porque hacer algo creativo y que te lleve un esfuerzo importante para que nadie se entere de que lo has hecho no constituye la mejor de las motivaciones para hacerlo, así que pensaré, mientras lo hago, que podré compartirlo con alguien a quien espero que le guste y —más que gustarle—, lo que realmente espero es que le sirva.
Lo más difícil es el tema, ¿de qué se puede hablar? Lo que me resulta más fácil es una autobiografía. Soy fruto de mi tiempo y testigo de importantes cambios y acontecimientos históricos que, aunque han sido mil veces contados, pueden adquirir otra dimensión bajo el prisma de un superviviente del terremoto de cambios a los que he tenido que adaptarme a toda velocidad para no perder el tren. No todas mis opiniones son políticamente correctas ni todos los que conozco son, han sido, ni serán, santos de mi devoción, pero ahí están, formando parte de mi vida, que es como formar parte de mí, pero esa parte de mí que preferiría no tener, como no se quiere tener un grano en la punta de la nariz ni en ninguna punta que se precie. Hay un remedio que empleo para soportar los granos en la punta de donde sea, el remedio no es mío, es adquirido de un libro y venía a decir, más o menos, que esos granos en la punta de donde sea, que tanto nos molestan, están donde están para curarnos, o sea, que ese maestro que te atizaba de lo lindo cuando tenías siete años, ese padre que solo ve su ombligo sin ocuparse de ninguno de sus hijos, o esa relación tortuosa con una compañera de trabajo que te trae por la calle de la amargura, en realidad son acontecimientos positivos en tu vida que te hacen reflexionar, superarte, enfrentarte y aprender, que si nuestra vida fuese como una balsa de aceite ni aprenderíamos, ni nos superaríamos, ni creceríamos. Así que hay que dar la bienvenida a los granos en la punta de donde sea y, encima, como lo he leído en otros muchos sitios, perdonar.
No deja de sorprenderme esta vida que me ha tocado vivir, en la que lo que más odio es lo que más me conviene y mi mayor enemigo es al que más tengo que agradecer y encima perdonarle.
Me toca escribir un libro, que no deja de ser como otro grano en la punta de donde sea y, como todos esos granos, espero que me ayude a reflexionar, superarme, aprender y crecer —y lo que ya sería rizar el rizo— que ayude a otros a superar alguno de sus miedos. En realidad, creo que las reflexiones y sus conclusiones solo me servirán a mí porque el grano es mío y nadie aprende en grano ajeno y puede que de esto se trate, de que cada uno tenga que vivir sus propios granos con su propio dolor o su propia alegría y que solo valga si son eso; propios, y los bienintencionados consejos de los demás solo sean eso; bienintencionados consejos, y que cada cual tenga que buscar el sentido a su vida en base a sus propias experiencias.
Mi sentido de la vida ha ido cambiando conforme he transitado por ella, recuerdo cuando era pequeño y acababa de estrenar mi uso de razón, lo tenía todo muy claro, Dios estaba en el cielo, lo que no entendía es por qué razón no se caía, el infierno estaba bajo tierra, esto ya me parecía más lógico. Si eras bueno subías al cielo, me seguía preocupando lo de caerme, si eras malo te ibas al infierno, que me parecía más lógico, era como bajar a una cueva. Lo cierto es que lo del infierno siempre me ha parecido más lógico. Creía en el cielo y en el infierno, en los Reyes Magos y en la cigüeña, en todo lo que decían mi maestro, el cura o mis padres.
Definiría mi paso por esta vida como de constante adaptación, por un lado, me tocó vivir un ambiente rural que había permanecido inmutable durante siglos, con creencias, costumbres y actitudes heredadas de padres a hijos y estructuradas de tal manera que el cambio era casi imposible. Yo nací en un ambiente en el que la Iglesia católica tenía un poder terrible en lo divino y en lo humano y gozaba de un gran respeto, quizás miedo, de todos sus feligreses. La estructura familiar era muy rígida, todo el mundo sabía cuál era el papel que tenía que desempeñar, y aunque hubiese querido desempeñar otro tampoco hubiese podido. Un pueblo es una sociedad pequeña donde todo el mundo controla a todo el mundo y nadie hace nada que no se espera que haga por el miedo a lo que digan los demás. Del sistema educativo solo debo decir que me tocó la época de «la letra con sangre entra», y luego estaba el amo, con el río del amo, la esquina del amo, todo era del amo, allí nadie movía un dedo sin el consentimiento del amo, así que, en cuestión de libertades, más bien pocas, aunque en realidad a mí esto del amo no me tocó de cerca, ese era un problema más de mayores, lo que a mí me tocó de cerca fue lo del cura y lo del maestro.
Ahora vivo una situación muy diferente en que la libertad juega un papel muy importante. El hecho de vivir en un ambiente urbano elimina muchas barreras, como la del temor al qué dirán, y es más fácil perderte entre la gente. Hoy en día la falta de libertad no viene por el amo, la Iglesia o el maestro, hoy en día se ha sustituido por la hipoteca, el trabajo y algunas obligaciones familiares, la cuestión es permanecer en un sistema donde tu rol sea el que se espera de ti a costa de las libertades, o puedes salirte de él y dejar de contar con el apoyo de la sociedad. Somos seres bien domesticados, aunque nos hayan cambiado de amo.
Desde la falta de libertad de mi pueblo en la infancia a la falta de libertad en la ciudad en la que vivo mi madurez, ha habido un largo camino en el que siempre he intentado compaginar tiempo alquilado a otros con mi tiempo personal, y he de reconocer que conseguir este equilibrio no resulta nada fácil, cada vez que quieres algo pierdes libertad, y controlar el grado de libertad que pierdes es una ardua tarea no válida para no iniciados. Normalmente, vendes muy caro todo lo que quieres y poner límites resulta muy difícil.
En definitiva, concluyo, la idea de los Reyes Magos y de la cigüeña nos la están vendiendo durante toda la vida y nos lo seguimos creyendo y también la de que, aun siendo santos varones, estamos condenados irremediablemente al infierno, lo único que cambia es el concepto de infierno y de demonio y de dónde se ubica, que no es debajo de nosotros, sino a nuestro lado; y tienen nombre y apellidos y son algunos con quienes compartes la oficina, o algunos familiares, jefes, amigos con los que no necesitas enemigos, y otros que culturalmente nos han sido impuestos como estereotipos: taxistas, talleres de reparación, abogados, políticos y un largo etcétera. Los nombro para demostrar que seguimos creyendo en los Reyes Magos, creemos en todo lo que nos cuentan y esto acaba por llevarnos a no creer en nada ni en nadie.
Después de releer lo que he escrito ya he llegado a la conclusión de que voy a macerar impresiones, vivencias y creencias en una marmita, y como soy consciente de que las opiniones