DESASTRE DE LOS GELVES
(1560)
a isla de los Gelves ó Gerves de nuestras crónicas, designada por los naturales con el nombre de Jerbah y por los italianos con el de Gerbí y Zerví, se halla al SO. de la de Malta, en el golfo de Caps ó Khabes por latitud media de 33° 45' Norte, tan próxima á la costa de Trípoli y boca del río Tritón, antiguo Lotofagite, que se comunicaba con la tierra firme por un puente de madera, y aun á marea baja podía vadearse el canalizo de separación.
En extensión superficial mide la isla unos 40 kilómetros de largo por 26 de anchura; abunda en olivos y palmares, cuyos frutos mantenían á la población, repartida en aldehuelas y alquerías, supliendo con pozos la carencia de ríos y fuentes de agua potable.
Rodean á los Gelves por todos lados bajos y canalizos de difícil acceso, que obligan á las embarcaciones de algún calado á fondear á tres ó más millas de distancia.
Siempre fué este rincón nido de piratas y peligroso padrastro de Malta, Sicilia y Cerdeña. El Almirante de Aragón Roger de Lauria castigó los latrocinios de aquellos naturales desembarcando en 1284. Pensó el Rey Don Fernando el Católico reprimirlos de nuevo, y lo hiciera de su orden en 1501 el Gran Capitán, á no estorbárselo las complicaciones de la guerra de Italia. En fin, se organizó al efecto la expedición del Conde Pedro Navarro en 1510: quedó en breve sometido Trípoli, saliendo de Málaga segunda armada á las órdenes de Don García de Toledo, sobrino del Rey Católico, padre del gran Duque de Alba, para dar fin á la jornada, ocupando la isla de los Gerbes, yendo no menos de 16.000 infantes, sin contar la gente marinera de las naves; dato que sirve á la medida de la importancia de la empresa.
Verificado sin oposición el desembarco el 30 de agosto del mismo 1510, emprendieron los escuadrones la marcha hacia el interior, llevando D. García la vanguardia. El ardor del sol, el peso de las armas, la falta de agua sobre todo, fatigaron tanto á los soldados, que al llegar á la arboleda y sitio de los pozos no hubo razón ni palabra que los contuviera, precipitándose en el mayor desorden á satisfacer la exigencia de la sed con porfía y aun lucha de unos con otros.
Unos cuantos moros á caballo que salieron en la oportunidad, de la emboscada en que estaban tras las palmeras, sembraron el pánico cargando al tropel desmoralizado. En vano quiso alentarlos con la palabra D. García de Toledo, y con el ejemplo los estimuló echando pie á tierra y tomando una pica, con la que avanzó y contuvo al enemigo por de pronto, seguido de muy pocos; su heróica muerte sirvió tan sólo para poner alas al miedo y para que los fugitivos desordenaran á los escuadrones de atrás[1]. Aquellos soldados mismos de Bugía y de Trípoli, asombro de Europa pocos días antes, tirando las armas se arrojaban al mar ó se dejaban degollar como carneros[2], sin que la autoridad y locución del Conde Navarro fueran atendidas. Hubo, por otra parte, cristiano que por entre las lanzas de los moros asía una vasija de agua y bebía traspasado[3].
La rota fué espantosa: con D. García de Toledo sucumbieron 60 capitanes ó caballeros principales[4], calculándose, con más ó menos, en 4.000 hombres los muertos y cautivos; y como de ordinario la desmoralización tenga consecuencias, perdiéronse luego cuatro naos con toda la gente embarcada, y otra vez en la isla inmediata de los Querquenes, la gente, sorprendida y acobardada, se dejó acuchillar por número muy inferior de moros mal prevenidos.
Diez años después llevó á los Gelves Don Hugo de Moncada, Virrey de Sicilia, otra armada de cien velas conductora de 13.500 infantes y 1.000 caballos; los puso en tierra por el mes de abril (1520), y no llanamente se abrió paso; que si el escuadrón que personalmente guiaba arrolló á los moros, otro de los suyos cejó viéndose en aprieto. Con todo, pidió paz el jeque de la isla, reconociéndose sometido y librando al Virrey de ansiedades[5].
Díjose entonces en España por proverbio «Los Gelves, madre, malos son de ganar[6],» aunque no pudiera presentirse que habían de ser teatro de desastre harto más serio, por uno de los mayores de la historia militar española, así en pérdidas de personal y material, como en la más sensible de la reputación y de la confianza ganada con tantas victorias anteriores.
Del suceso quedan relaciones suficientemente circunstanciadas para juzgarlo con apartamiento de la pasión de los contemporáneos. Antón Francesco Cirni Corso escribió una muy de atender, por la circunstancia de hallarse en contacto con el Capitán general y conocer las providencias del Consejo de guerra[7]. Más concisa, pero mereciendo también la fe de testimonio presencial, es de citar la de M. T. de Carrelières, Capitán de una compañía de franceses, relacionado con el gran Maestre de San Juan[8]; de las varias que circulaban formó la suya Alonso de Ulloa[9], trasladándola después al italiano con agregación de otras campañas[10], y acaso también sirvieran al genovés Foglietta[11], teniéndose en cuenta al redactar historias generales del reinado, tales como las de Antonio de Herrera[12] y Luis Cabrera de Córdova[13], pues que lo esencial de la jornada se encuentra en ellas.
Pero aún quedaron manuscritas, circulando privadamente, algunas que en más ó en menos se apartaban de las que alcanzaron sanción oficial. Al cabo de los años transcurridos han venido á dar á luz los Sres. Marqués de la Fuensanta del Valle y Sancho Rayón, en su Colección de libros raros ó curiosos, una desconocida, escrita por Diego del Castillo, en defensa de D. Álvaro de Sande[14], y no sola, toda vez que Nicolás Antonio vió y cita en la Bibliotheca hispana nova, tomo I, pág. 273, del mismo autor, otra cuyo paradero se ignora, intitulada Historia de la liberación de D. Álvaro de Sande y de la toma del Peñón de Vélez de la Gomera y el suceso de la armada enviada por el gran Turco sobre la isla de Malta.
Diego del Castillo no asistió á la jornada de los Gelves que relata: