—Te he dicho veinte veces, Arthur, que no tienes obligación de avisarme cuando vienes o cuando no vienes...
—Pero... –dijo Jelling con una sonrisa de ternura.
—Créeme, Arthur –replicó la señora Jelling sin dejarlo acabar...–. No aguanto que discutas sobre tus libertades. Me gustaría ver si estuvieras obligado a llamarme y avisarme con antelación de todo lo que haces...
—Adela, querida...
Cuando se acabó la llamada y Jelling se presentó en el Burday, Lila Leland estaba ya dentro sentada a una mesa un poco apartada.
Hubo una serie de disculpas por parte de Jelling; después, tras haber hablado un poco de todo, excepto de los temas que realmente le interesaban, Jelling sacó del bolsillo el rollo de película y lo puso delante de Lila Leland:
—Tendrá toda la razón del mundo si me llama cualquier cosa. Pero he debido registrar su casa, esta mañana, y hemos encontrado esto.
Luego bajó la cabeza hacia la lista de bebidas y las líneas se le mezclaban al mirarlas.
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