«Por cuanto D. José María Escrivá Albás, de diecisiete años de edad, natural de esta Ciudad y residente en Logroño, desde hace tres años, en compañía de su familia y con vocación al estado Ecco. según manifiesta, Nos ha solicitado el Exeat para la Diócesis de Calahorra, por las presentes, tomando en consideración las razones expuestas por dicho joven, y previa la aceptación de aquella diócesis, lo excardinamos de esta de Barbastro y transferimos toda la jurisdicción que sobre el mismo nos corresponde, ratione originis, al Excmo. Sr. Obispo de Calahorra que podrá conferirle todas las ordenes menores y mayores si lo considera conveniente» 97.
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El “ Viejo Seminario” de Logroño debía su nombre tanto a la antigüedad de los servicios prestados como centro de enseñanza eclesiástica cuanto al mérito de su vejez, que no era poca. El deteriorado edificio databa de 1559, año en que los jesuitas establecieron un colegio en Logroño, que luego, al ser expulsados, pasaría a manos de la diócesis. En 1776 comenzó a utilizarse como seminario, pero su funcionamiento académico sufrió notables interrupciones por largas temporadas. De 1808 a 1815 fijaron allí sus cuadras y cuartel las tropas napoleónicas. Y luego, en diversas ocasiones, fue hospital de guerra, o cárcel de prisioneros carlistas.
El decrépito edificio no conoció la luz eléctrica hasta 1910. Era un inmenso caserón rectangular, con patio interior y cinco plantas de altura. Sus habitaciones y aulas, amplias y más que suficientes, estaban vergonzosamente destartaladas. En fin, para que no faltase acompañamiento, la planta baja fue ocupada en 1917 por una Sección de Artillería, con su correspondiente dotación de hombres y caballos 98.
El régimen de vida en tan venerable morada estaba sometido a las normas compuestas y promulgadas, el primero de enero de 1909, por fray Gregorio Aguirre, Cardenal Arzobispo de Burgos y Administrador Apostólico de Calahorra y la Calzada. Disciplina interior que deben observar los señores colegiales que pertenecen al mismo, se titulaba el texto oficial por el que se regía el seminario. En él se detalla el horario, y los “principales deberes” y las “prohibiciones especiales” . Entre éstas últimas, específicamente, «se prohíbe toda comunicación (de alumnos internos) con alumnos externos» 99.
Internos y externos formaban grupos separados e independientes, por razones de disciplina, a fin de evitar que los externos fuesen el instrumento para burlar las severas reglas del internado, haciendo compras o encargos a espaldas de las autoridades. Los alumnos externos del seminario eran, corrientemente, aquellos que tenían familia en Logroño. Estos alumnos comían y dormían en sus casas, aunque, por lo demás, el régimen de enseñanza y vida de piedad era el mismo que para el resto, sin excepciones de ningún otro tipo.
A las seis y media de la mañana entraba Josemaría en el seminario. Tenían un rato de oración. Asistían luego a misa. Alguna vez aparecía un padre jesuita para predicarles. Los externos se iban después a sus casas a desayunar y, aquellos que estudiaban ya Teología, regresaban antes de las diez. A las doce y media acababan los estudios. Comían con sus familias y a las tres de la tarde estaban de vuelta en el seminario, donde tenían otra clase y tiempo libre, para terminar el día con el rezo del rosario, seguido de plática o lectura espiritual 100.
No abusó Josemaría de la libertad que le ofrecía su condición de alumno externo. Un condiscípulo, Máximo Rubio, que también vivía en Logroño con su familia, dice de él que «era puntualísimo y ejemplar. Por lo que se veía externamente tenía verdaderos deseos de perfección» 101. Los internos tenían además obligaciones especiales, entre ellas las de atender la catequesis de los domingos. No así los externos. A uno de los seminaristas internos, Amadeo Blanco, se le quedó muy impresa en la memoria la figura de Josemaría, porque era el único alumno externo que aparecía, voluntariamente, para ayudar en las catequesis dominicales 102.
El seminario estaba calle Sagasta arriba, no lejos del primer domicilio de los Escrivá. Luego, en 1918, la familia dejó aquel viejo piso para trasladarse a un nuevo edificio de la calle de Canalejas. Se trataba también de un cuarto piso, pero no tan céntrico como el anterior 103.
Uno de aquellos días tuvo Josemaría una inesperada sorpresa. Doña Dolores les llamó aparte, a él y a Carmen, para anunciarles que esperaba un bebé. Aunque la condición de su embarazo era manifiesta, sus hijos no la habían imaginado ni como posibilidad. Vino a la memoria de Josemaría la súplica hecha a Dios meses antes; y entonces se reafirmó en la seguridad de que sería un niño, y no una niña 104.
Aquellas semanas de invierno fueron de recogida intimidad familiar. El 28 de febrero de 1919 doña Dolores dio a luz un niño, lo cual fue para Josemaría una patente confirmación de su llamada. Como escribiría más adelante, era una clara respuesta a su petición:
A petición mía y a pesar de que hacía bastantes años que mis padres no tenían hijos y no siendo ellos ya jóvenes, a petición mía —repito— Dios nuestro Señor (a los nueve o diez meses justos de pedírselo) hizo que naciera mi hermano [...]. Un hermano varón, pedí yo 105.
A los dos días bautizó al niño en la parroquia de Santiago el Real don Hilario Loza, poniéndosele el nombre de Santiago Justo. Los padrinos fueron Carmen y Josemaría 106.
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Durante los dos años que estudió en el seminario de Logroño, (1918-1920), Josemaría hizo las asignaturas correspondientes al primer año de Teología, muy holgadamente y con las calificaciones excepcionales de Meritissimus 107. Tan sólo dejó una —Lugares Teológicos, también llamada Teología Fundamental— para el curso
1919-1920. En este su segundo año académico dispuso, por tanto, de bastante tiempo libre. Aprovechó, pues, esos meses para profundizar en los temas filosóficos y en el latín 108.
6. Sacerdocio y carrera eclesiástica
Los testimonios, precisos y concisos, de los compañeros de seminario sobre Josemaría resultan concordes. «Era muy cuidadoso en su porte exterior —dice de él Amadeo Blanco—: vestía una chaqueta azul, el cuello alto y sujetaba la camisa con un lazo» . Lo mismo refiere Luis Alonso: «vestía siempre muy elegante, con traje completo y oscuro, muy bien cortado» 109.
En cuanto a su carácter, según recuerda Pedro B. Larios: se mostraba «muy abierto y comunicativo, simpático, divertido, alegre y muy agradable» . «Lo que más llamaba la atención —observa
Amadeo Blanco— era su sonrisa abierta y amable: era un reflejo de su alegría interior» 110. Y, tocando otro aspecto de su personalidad, refiere Máximo Rubio que «era un hombre de carácter, de temperamento fuerte» , y que «influyó muchísimo en la piedad y espiritualidad de los seminaristas» 111.
Estos recuerdos adquieren relieve al contrastarse con la opinión que los Superiores del seminario tenían, por aquel tiempo, del alumno y de su comportamiento. Opinión expresada, con laconismo, en un breve informe del Rector, don Valeriano-Cruz Ordóñez: «El exponente procede del bachillerato del Instituto y es bachiller en Artes, es muchacho de muy buena disposición y de muy buen espíritu» 112. Josemaría se confesaba probablemente con el Director de Disciplina, don Gregorio Fernández Anguiano, al que siempre recordará como aquel sacerdote santo 113. Don Gregorio, además de piadoso, era hombre de sorprendentes dotes de mando. En 1921 se le nombró Vicerrector del seminario y, en breve, con mano firme, se puso a cultivar las almas de los seminaristas, que durante largo período habían estado en barbecho, por lo que se refiere a la dirección espiritual.
Dentro del seminario la disciplina era muy vigilada. Los externos, en cambio, vivían una existencia un poco diferente. Los fines de semana tenían tiempo libre para sus amigos y aficiones.
Llevaba Josemaría