La más odiada : ella no es difícil, es simplemente imposible / Nicolás Alejandro Quindt. - 1a ed. – Buenoas Aires : Nicolás Alejandro Quindt, 2017.
Libro digital,
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ISBN 978-987-42-5381-1
1. Narrativa Juvenil Argentina. 2. Novelas Románticas. I. Título.
CDD A863.9283
© Nico Quindt2018
Queda hecho el depósito legal establecido por la ley 11.723.
AVISO
La más odiada no tiene como intención fomentar el odio racial, cultural o religioso. Esta novela es una parodia orientada solamente a entretener y divertir, en ningún momento es mi intención ofender a ninguna persona cualquiera sea su color de piel, religión, preferencia sexual, contextura física, preferencia sexual, género, etc. Como tampoco lo es fomentar la discriminación de ningún tipo. Aclarado esto, quiero agregar que Sophia Laurent va a discriminar sistemáticamente a cualquier persona que no sea ella misma, esta novela no pretende hacer foco sobre ningún grupo en particular. Espero tomen todo a risa que es lo que esta historia pretende: hacerlos reír.
Nico Quindt
1
No tengo la culpa de ser la mejor
Soy Sophia Laurent. Sí, sí lo sé. No te gastes en decirme lo hermosa que soy, te dije que ya lo sé. ¿Qué? Que además soy perfecta. Bueno lo acepto, no puedo evitarlo…
Pero no te preocupes, no toda la novela hablará de lo grandiosa que soy… bueno sí. Pero en mi defensa te diré que esta no es una típica historia en la que yo me enamoro. Esta es la novela donde todos se enamoran de mí ¿Qué hago para merecerlo? Solamente maltratarlos, los hombres son estúpidos… te aman cuando tú los detestas… si no saben esto, entonces están perdidas.
Así que no esperes una historia cliché donde en el último capítulo un chico rico, pobre, malo o bueno me hace recapacitar sobre mi conducta y me obliga a darme cuenta de que el amor existe y los pajaritos y bla, bla, bla, porque eso no sucederá…
Yo no soy difícil, simplemente soy imposible. Y les advierto, no se adelanten a odiarme porque cuando me conozcan me amarán…
Seguramente te preguntarás ¿cómo llegué a ser tan genial? Bueno, comenzaré a contarles acerca de mi papá: Austin Laurent.
¿Qué puedo decirles además de que es el hombre más guapo que hayan visto jamás? Obvio, es mi padre. ¿De dónde creen que sale toda esta belleza?
Aunque pensándolo bien quizás es el culpable de que yo sea así… así de genial.
Déjenme comenzar a hablarles de él:
Podría contarles, por ejemplo, cuando tenía cuatro años y le pregunté: “¿por qué nunca santa Claus me trajo un regalo?”
—No, no empecemos a creer en Santa Claus, Santa Claus no existe, son los idiotas de los padres de tus amiguitas los que inventaron a Santa y ahora por culpa de ellos todos tenemos que regalar idioteces a las fracasadas de nuestras hijas para que se nos consideren buenos padres, pues déjame decirte que no te compraré nada, a menos que me pidas los últimos zapatos de Prada…
—¡Me leíste la mente es justo lo que quiero! —Me alegré.
—Por supuesto que los quieres, y por supuesto que los tendrás, una Laurent no puede no usar los últimos zapatos…
Imaginen lo que sucedió cuando yo repetí, palabra por palabra, lo que mi padre me había dicho, en el jardín de niños… esa fue la primera vez que me odiaron. Algunos niños lloraron al enterarse al día siguiente, por medio de chicos más grandes, de que era cierto lo que yo decía acerca de la no existencia de Santa… y mi padre los llamó “maricas”.
Ahora les hablaré de mí, que es lo que realmente importa. Tengo la edad perfecta, o sea diecisiete años, el cuerpo perfecto y el rostro perfecto.
Ese día entré a la cafetería de la escuela piojosa a la que asistía, en realidad no era una escuela piojosa, era la mejor escuela de la ciudad, pero, así y todo, estaba muy por debajo de mi categoría. Ni siquiera lo de mi propia categoría estaba en mi categoría.
Había un chico. Louis. Era el único que me hablaba. No era rico como casi todos los demás, todo lo contrario, había sido becado por su coeficiente intelectual y eso lo ponía en un lugar de “no tan idiota como el resto de los chicos”. Aunque no por eso significaba que lo trataría de manera más amable, al contrario, lo trataba igual que a todos, pero a él no le importaba, se reía a carcajadas pensando que yo solo bromeaba. Louis era un muchacho de cabello castaño oscuro con mirada tímida, pero que denotaba sagacidad. Era guapo y listo, si no fuera por su pobreza sería demasiado para cualquiera de las odiosas de la escuela.
—Hola —me saludó sonriendo. Claro, típico gesto que se le dibujaba a un hombre al ver mi rostro grandioso.
—¿Qué quieres, pobre? ¿Acaso deseas que te dé empleo para podar mi cerco? No, gracias, ya tengo jardinero… ah ¿no?, entonces ¿por qué me hablas? Ya veo, debes de tener hambre… ok, ponte debajo de la mesa cuando esté almorzando y tendrás algún hueso con qué entretenerte…
Louis lanzó una de sus carcajadas al aire y se fue a sentar con sus amigos a una de las mesas dispuestas en perpendicular al gran ventanal. Me agradaba ese chico. No se emocionen, me agradaba como si fuera una mascota. Nada en especial.
Me dirigí directo al mostrador a ordenar mi menú, era odioso tener que ir a solicitar mi almuerzo en lugar de que una sirvienta me lo trajera hasta la mesa, pero así eran las reglas decadentes de mi escuela. Estaba ese grupo de idiotas haciendo la fila para comprar… pasé por delante de ellas sin siquiera mirarlas y pedí un menú especial de bajas calorías para gente light y top. Como no podía faltar, una de esas arpías se quejó…
—¡Hey! La fila está atrás —levantó la voz Jessica. Esa mugrosa. Jessica era una chica rubia de rasgos delicados, bastante bonita para lo que pretendía.
Yo la miré indignada. Sin mencionar lo indignada que estoy de tener que describir a cada una de estas infelices para que puedan entender quiénes son, y por sobre todo tener que decir que son bonitas estas idiotas, ¡si ellas son bonitas, yo entonces soy grandiosa!
—¿Desde cuándo una fea le habla en ese tono a una linda? —Repliqué. Tomé mi almuerzo, bufé cuando les pasé cerca y me fui a sentar, negando con la cabeza. No podía creer su descaro.
Estaba desenvolviendo los utensilios para comer de sus respectivas servilletas de papel y sirviéndome el refresco en el vaso descartable, cuando las vi sentarse justo en la mesa de en frente.
Me levanté de mi asiento y me dirigí a la barra de la cafetería, directo a hablar con el dueño del lugar.
—Perdón ¿no hay un sector para que se siente la gente de menor calidad económica? Me molesta comer delante de ellas… —dije señalando a las infelices con educación forzada y un poquito de desprecio que hice notar al fruncir los labios. Era mi gesto favorito, obvio no pueden verlo porque estoy escribiendo esta historia y no filmándola idiotas, pero me tomaré una foto luego para que lo vean.
—Lo lamento señorita Laurent deberá comer donde todas…
—Pero, usted al menos entiende mi reclamo, ¿no? Yo no debo comer con el resto… ellas no son como yo.
—¿Ah no? ¿Usted tiene tres brazos o cuatro piernas?... —dijo con sarcasmo.
—Noooo… pero tengo una chaqueta Dolce Gabbana y unos Louis Vuitton en los pies… —remarqué arqueando las cejas, ya poseída por la impertinencia de ese soquete—. Ya veo, no lo entiendes, sigue pelando cebollas…
*
El estúpido maestro Della Fontaine. Un abuelito de unos cuarenta años, amargado y pulcro, que no dejaba de molestarme en cada una de sus tediosas clases, acomodó sus libros de literatura sobre el escritorio. Cuando lo vi entrar en el aula,