Anakin entró en el lado oscuro porque estaba encadenado al miedo de perder a su madre, a la culpabilidad de haberla dejado como esclava cuando a él le compraron su libertad. Estaba encadenado a la culpabilidad de no haberla visitado durante todos los años de formación como padawan o aprendiz con el maestro Obi-Wan Kenobi.
Aunque Vader dice a su hijo que «examine sus sentimientos», él no ha sido capaz de examinar a fondo su conciencia. Se ha dejado llevar por la capa de su interior, formada por el miedo, la angustia y la culpabilidad, pero no ha penetrado más adentro para encontrar la fuente de la vida. Ha cedido a la tentación de arreglar las cosas «a la fuerza», no «con la Fuerza».
Si hubiera «visto las cosas con sus propios ojos» y no tras una máscara, podría haber encontrado a ese niño esclavo todavía herido por el sufrimiento de su madre. Solo la compasión podía haberle llevado a sanar su corazón de miedo. La vía oscura del mal espíritu le llevó a la muerte de su esposa y a tratar de matar a su maestro y sus dos hijos. Pero en aquel momento de lucidez al encontrarse con su hijo, Vader tenía razón: hay que examinar el corazón.
La familia te lleva a las galaxias de la vida: es una experiencia luminosa y entusiasta que nos da los mejores momentos de la existencia. Cuando nació nuestro primer hijo, sentí que volvía a producirse el Big Bang, que el universo renacía, y todo y todos con él. Un año antes, nuestra boda había sido una experiencia que me llevó mucho más allá de lo que yo era hasta ese momento. Disfrutamos muchísimo de la gente, de las dos familias de origen, de la preparación, de cada persona que vino. Tuvimos una maravillosa vivencia de fusión con todos nuestros familiares y amigos. Cuando falleció mi querido tío a mitad de su vida, fue un doloroso golpe, pero a la vez nos unió a todos como una piña. Cuando viajamos juntos, cuando celebramos, cuando festejamos los éxitos y cuando juntos nos acompañamos en los momentos malos, la familia da muchísima luz.
Esas experiencias cumbre arrojan una profunda luz sobre lo que verdaderamente vale la pena. Ver la vida a la luz de la familia pone las cosas en su sitio: te dice lo que es pasajero o aparente y lo que realmente está lleno de valor humano. Esas experiencias de familia van plantando un bosque de faros que te guían en las costas de la vida. Discernir no es solo distinguir lo malo, sino sobre todo es señalar lo más valioso, lo bueno, lo que es de verdad. El discernimiento siempre está impulsado por la esperanza.
A su vez, la familia lleva a la gente al límite: al límite de lo más íntimo de sí misma, al límite de sus vulnerabilidades, al límite de la vida y la muerte, al límite del sentido de su existencia. En la familia se toca lo más excelso de cada uno y también sus más secretas miserias.
La familia acoge al ser humano, cuando es más vulnerable, en el seno materno, cuando depende para todo. Y también cuida al mayor, al enfermo o a la persona en sus discapacidades cuando más necesita de los demás. En la familia, la persona experimenta los límites más extremos de la condición humana. En consecuencia, hay que poner los cinco sentidos en la familia, porque te juegas lo que verdaderamente importa. Te juegas mucho en la familia: te lo juegas casi todo. Cuando las cosas van mal, el sufrimiento es profundo. A veces esos fracasos conyugales o familiares son capaces de hacer volcar la vida de cualquiera.
Al respecto, recuerdo un caso que me impresionó. Recientemente, Ángel me contaba en RAIS Fundación su historia de vida. Actualmente él es una persona sin hogar. Hace años su mujer le había engañado con uno de sus mejores amigos. Ella, con quien compartía dos hijos, se dejó seducir por la vida festiva que llevaba el amigo de la familia e incluso tonteó con drogas.
Cuando Ángel se quiso dar cuenta, su mujer abandonó el hogar familiar junto con su amante. Él se quedó deprimido y comenzó a beber. Su esposa comenzó a convivir con el amigo y se llevó a sus dos hijos con ella. Pese a las sospechas que tenía de la dependencia de las drogas de su exmujer, aceptó que los niños estuvieran con ella. Pero al poco tiempo supo que el amigo abusaba sexualmente de su hija y descubrió que su mujer se había enganchado a la heroína.
Aquel peligroso amigo se había metido en la vida de familia como una barrena minera y había hecho que todo estallase por los aires. Ángel denunció y una juez le concedió la custodia de ambos hijos, pero con el tiempo acabaron regresando donde su madre, muy influidos por un síndrome de alienación. Entonces Ángel comenzó a vigilar la vivienda día y noche, por si su hija le llamaba. Perdió su trabajo, pero no era capaz de separarse de aquella calle donde su hija podía necesitarle. Se quedó sin dinero y perdió su vivienda, perdió sus redes de relación y aquella calle se convirtió en todo su mundo.
Tiempo más tarde, sus dos hijos se habían enganchado también a la droga, y entonces el cielo se le cayó sobre la cabeza. Ya no logró salir de aquella enorme fosa que se había abierto en donde antes había tenido una familia. Han pasado muchos años y Ángel ha sufrido muchos años de calle durmiendo en bancos y parques.
Me emociona pensar en ese hombre que echó su vida por la borda con el fin de estar siempre presente para poder ayudar a su hija. Es dramático y una locura, pero llena de amor. Quizá un amor ciego, pero amor. Ahora Ángel se ha enterado de que tiene nietos y quisiera conocerlos, pero sus hijos siguen metidos en un mundo de toxicomanía y es muy difícil. Es lo que más desearía antes de morir: poder conocer a sus nietos. Quizá una nueva esperanza de volver a ser alguien para alguien. Quizá, como en Star Wars, sea el nombre para recomenzar la película de su vida: «Una nueva esperanza».
Sin llegar a casos tan terribles, es cierto que la vida diaria necesita de la fuerza del discernimiento para poder saber qué nos está pasando. Por ejemplo, ¿por qué mi suegra me contestó de esa manera cuando yo dije tal cosa? Si no cedemos a tan fáciles estereotipos y logramos conocer qué es lo que está pasando por el corazón de nuestra madre política, podemos darles la vuelta a muchos problemas, o al menos aliviarlos. O por lo menos comprender. Para eso hace falta una mirada profunda y compasiva al corazón.
Discernir en familia es vivir sin máscaras, mirándonos a la cara. Cada cual debe tener su intimidad; no solo hay que respetarla, sino cultivarla. Pero, a la vez, la vida debe ser transparente y, como la luna delantera del automóvil, mantenerla limpia para poder conducir nuestra vida común.
En la familia vivimos todos muy pendientes de los otros y sabemos día a día cómo está cada cual. Ese acompañamiento vital es crucial en la familia. Incluso cuando ya los hijos han fundado sus propios hogares se busca continuar ese acompañamiento.
Mi mujer procede de una familia de muchos hermanos y cada día hay una ronda telefónica para saber las novedades, lo que ellos llaman «el parte de guerra»: saber si todo ha ido en paz, los gozos y las sombras. En pocas llamadas todos han tomado la temperatura a la familia, saben cómo late ese corazón común. Sea diaria o semanalmente, esa atención mutua es algo importante en la familia. Generalmente se cuentan cosas ordinarias que carecen de mucha importancia, pero, cuando llegan los vaivenes o la marejada, se agradece sentir a la familia cerca, para alegrarse y celebrar su solidaridad o para dar el mejor consejo y la mejor ayuda.
Como en el caso de Darth Vader, la familia a veces tiene que desenmascarar lo que oculta el bien o la verdad. Tendemos a enmascarar lo que no nos gusta de nosotros mismos, y con frecuencia la sociedad hace pasar algunas cosas por lo que no son. En la historia de Star Wars fue Luke quien ayudó a que su padre se quitara la máscara para que realmente viera las cosas con sus propios ojos, los del corazón y no los de la máquina en que le habían metido –en principio con el fin de salvarle–. Luke tuvo que recordarle cuál era su verdadero nombre, porque se había olvidado de quién era en realidad, de su yo profundo.
A su vez, Anakin –como Darth Vader– le había revelado a su hijo el significado de su nombre: era su hijo. Luke ayudará a su hermana Leia a conocer cuál es su verdadero nombre, es una Skywalker. En el fondo, ¿acaso discernir no es encontrar el verdadero nombre de todo? Cada cosa tiene un nombre verdadero, aunque a veces quiera parecer otra cosa. Cuando las cosas se han hecho un lío, hay que sentarse y, desde lo más hondo, tratar de llamar a las cosas por su nombre. Quizá pueda ser una buena definición: discernir es llamar a las cosas por su nombre. Así de sencillo, pero con frecuencia ni siquiera