Shail suspiró.
—El lugar de donde venimos, Jack, está gobernado por unos... llamémoslos... individuos... a quienes no les gusta que se rebelen contra ellos. Por eso han enviado a Kirtash. Se dedica a ir por el mundo buscando gente... como nosotros. Gente... exiliada. Gente que ha escapado hasta aquí. Los busca, los encuentra... y los mata.
Jack respiró hondo. Se imaginó al punto un país ahogado por unos dictadores que gobernaban con mano de hierro.
—Pero mis padres... no pertenecían a ese lugar –objetó–. Me lo habrían dicho.
—Puede que sí, o puede que no, Jack. Tal vez tengas razón y Kirtash y los suyos se hayan equivocado con vosotros. Pero me parecería muy extraño, porque ellos nunca cometen errores de ese tipo.
Jack no dijo nada. Le costaba asimilar tanta información.
—Nosotros somos... rebeldes –prosiguió Shail–. O renegados, como nos llaman ellos. Alsan y yo vinimos aquí para cumplir una misión, y nos tropezamos con Kirtash. Hemos intentado impedir que siga asesinando a nuestra gente, pero siempre se nos adelanta y... –ahora fue Shail quien se estremeció– no podemos luchar contra él. No tenemos los medios suficientes.
—¿Qué...? No lo entiendo. Solo es un chico, y no será mucho mayor que yo. Bueno, tal vez uno o dos años mayor que yo, pero... sigue siendo un chico, y si está solo...
Shail le dirigió una mirada inescrutable.
—Kirtash no es lo que parece. Por lo que sabemos, tiene solo quince años, pero ha asesinado a incontables personas desde que está aquí.
—Pero eso... no puede ser, es... absurdo.
—Será o no absurdo, pero es la verdad. Créeme si te digo que nadie que se haya enfrentado a él ha salido con vida. Nadie.
A Jack le pareció que Shail temblaba, y no lo consideró una buena señal. Recordó de pronto una cosa.
—Pero nosotros escapamos. Kirtash tenía esa espada, iba a... –frunció el ceño–. Y yo me desvanecí, y de pronto estaba aquí...
Shail parecía incómodo.
—Escapamos –dijo ambiguamente–, sin enfrentarnos a él. Alsan no habría podido aguantar mucho tiempo, así que... tuvimos que huir.
—¿Cómo?
—Nos habría matado –prosiguió Shail, eludiendo la pregunta–. Ha sido entrenado para ser el mejor y el más despiadado asesino que jamás se haya visto. Es rápido, venenoso y mortal como un escorpión. Y muy discreto. Nunca deja huellas ni rastros de su paso. Es como la sombra de la muerte. Como el ángel exterminador de la Biblia.
Jack respiró hondo. La cabeza le daba vueltas otra vez.
—Debo volver a casa –pudo decir.
—No, no debes. Si vuelves, Kirtash te encontrará y te matará. No le gusta dejar las cosas a medias. Aquí estarás seguro.
Jack levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Seguro? –repitió–. Pero si ni siquiera sé dónde estoy. Este es un sitio muy extraño...
Shail esbozó una media sonrisa.
—Este lugar es Limbhad. Fue construido por nuestros antepasados, hace mucho, mucho tiempo. Kirtash y los suyos no lo conocen. Es un refugio secreto.
—¿Y cómo sabes que no os encontrarán?
Shail se levantó con gesto serio.
—Tenemos nuestros medios. No estamos tan indefensos como parece. Es solo que... –dudó antes de decir, en voz baja–: Es solo que Kirtash nos supera a todos. Me gustaría saber quién es él realmente –añadió como para sí mismo.
Jack se recostó contra el respaldo de su asiento, un cómodo sillón, y cerró los ojos.
—Estás muy pálido –dijo Shail–. Debes tratar de recuperar fuerzas...
Pero Jack negó con la cabeza.
—Se supone que mis padres habían huido de un lugar –dijo con lentitud–. ¿Qué lugar es ese?
Shail no respondió. Se quedó mirándolo, dudoso.
—¿Qué lugar es ese? –insistió Jack.
—Se llama Idhún –dijo Shail por fin, en voz baja. Jack parpadeó, perplejo.
—Nunca lo he oído nombrar.
Shail no dijo nada. Se levantó y salió de la habitación en silencio. Jack quiso detenerle, pero reaccionó tarde, y cuando intentó incorporarse, las piernas le fallaron. Tambaleándose, logró asomarse al pasillo otra vez. Pero Shail ya se había ido.
Jack se quedó allí parado, un momento. Entonces, lentamente, se dejó resbalar hasta el suelo y se quedó sentado allí, con la espalda apoyada en la pared. Rodeó las rodillas con los brazos, hundió la cabeza en ellos, encogiéndose sobre sí mismo, y se puso a llorar de nuevo, en silencio.
Estaba cansado, muy cansado. El miedo y la tensión parecían haberse esfumado, dejando paso a la tristeza y el abatimiento. No sabía si Shail había dicho la verdad ni si realmente estaba a salvo en aquel lugar, pero sí era cierto que resultaba difícil no calmarse con aquella apacible noche silenciosa y estrellada que se veía desde la ventana. Un remanso de paz y tranquilidad. Jack cerró los ojos, deseando descansar, pero su corazón seguía sangrando. En apenas unas horas todo su mundo se había vuelto del revés. Sus padres habían muerto y él no sabía por qué. Estaba atrapado en un lugar desconocido y tampoco sabía por qué. Y había algo muy extraño en todas aquellas personas: los dos individuos que habían irrumpido en su casa... los mismos Alsan y Shail...
Evocó sin quererlo el momento en que su vida se había hecho añicos. El hombre de la túnica, ese tal Elrion, había matado a sus padres, o tal vez lo había hecho el otro, a quien Shail había llamado Kirtash, el muchacho de... los ojos azules.
Jack se estremeció involuntariamente...
Frío.
Volvió la cabeza con brusquedad. Nunca más vería a sus padres con vida, y esa idea resultaba horrible y angustiosa. Se había quedado huérfano. De golpe.
Costaba mucho asimilarlo.
Por un momento creyó que no lo conseguiría, deseó dejarse llevar por la pena, cerrar los ojos y dormir, y dormir para siempre, y no despertar nunca más, para no tener que enfrentarse al miedo y al dolor. Se dejó arrastrar por la marea de sus sentimientos, y estos estuvieron a punto de ahogarlo. Pero poco a poco, lentamente, fue saliendo a flote.
No habría sabido decir cuánto tiempo había permanecido allí, acurrucado junto a la pared, pero en un momento dado alzó la cabeza y se dio cuenta de que seguía en aquel extraño lugar que Shail había llamado «Limbhad», solo, en aquella habitación. Respiró hondo e intentó pensar con un poco más de claridad. Decidió entonces levantarse y salir de aquella casa, a pesar de lo que le había dicho Shail. Buscaría un teléfono y llamaría a la policía, y entonces trataría de localizar a sus tíos, que vivían en Silkeborg. Seguramente estarían preocupados por él.
Se levantó, tambaleándose, y avanzó por el corredor en busca de la salida.
Un poco más allá encontró una puerta entreabierta, de la cual salía un alegre resplandor. Jack se asomó con precaución.
Había llegado a la cocina, una cocina tan extraña y original como todo lo que había en Limbhad. Al fondo de la sala ardía un fuego cálido y acogedor, y los cacharros, de formas diversas, estaban colocados en una serie de alacenas de cantos redondeados. Pero a la derecha había un frigorífico, un horno eléctrico y una placa de vitrocerámica. Jack no terminaba de habituarse