Pero antes de que alguno de los dos tuviera ocasión de volver a hablar, se desvanecieron por completo. Habían desaparecido.
—¡Volved! —exclamó Oliver al vacío.
Entonces, como si le estuviera hablando al vacío, oyó que la escasa voz de la mujer decía:
—Tú salvarás a la humanidad.
Oliver parpadeó hasta abrir los ojos. Volvía a estar en la cama de su hueco, bañado en la luz pálida y azul que entraba por la ventana. Era por la mañana. Podía sentir como su corazón bombeaba con fuerza.
El sueño le había sacudido hasta la médula. ¿Qué habían querido decir con que tenía un destino? ¿Y con que salvaría a la humanidad? ¿Y quiénes eran aquel hombre y aquella mujer, de todos modos? ¿Productos de su imaginación o algo más? Era demasiado para comprenderlo.
Cuando la conmoción inicial por el sueño empezó a desaparecer, Oliver sintió que una nueva sensación se adueñaba de él. La esperanza. En algún lugar, en lo profundo de su ser, sentía que estaba a punto de experimentar un día trascendental, que todo estaba a punto de cambiar.
CAPÍTULO CUATRO
El buen humor de Oliver se acrecentó cuando se dio cuenta de que la primera clase del día era ciencias, y que eso significaba que podría ver de nuevo a la Sra. Belfry. Incluso mientras cruzaba el patio, agachándose para esquivar pelotas de baloncesto que sospechaba que iban intencionadamente dirigidas a su cabeza, la sensación de emoción de Oliver no hacía más que crecer.
Llegó a las escaleras y sucumbió a la fuerza de los niños, que lo empujaron como un surfista hasta arriba al cuarto piso. Entonces salió paso a empujones en el rellano y se dirigió a la clase.
Fue el primero. La Sra. Belfry ya estaba dentro, llevaba un vestido gris de lino y estaba preparando una fila de modelos a escala en la parte de delante de su mesa. Oliver vio que había un pequeño biplano, un globo aerostático, un cohete espacial y un avión moderno.
—¿Va sobre vuelo la clase de hoy? —preguntó.
La Sra. Belfry se sobresaltó, pues era evidente que no se había dado cuenta de que uno de sus alumnos había entrado.
—Ah, Oliver —dijo, sonriente—. Buenos días. Sí, así es. Pero supongo que tú ya sabes un par de cosas sobre este tipo de inventos.
Oliver asintió. Su libro de inventores tenía una sección entera sobre vuelo, desde los primeros globos inventados por los hermanos franceses Montgolfier, pasando por el primer aeroplano de los hermanos Wright hasta llegar a la ingeniería aeroespacial. Igual que el resto de las páginas del libro, había leído tantas veces esta sección que en su mayoría había aprendido de memoria.
La Sra. Belfry sonreía como si ya hubiese adivinado que Oliver sería una fuente de conocimiento sobre este tema en particular.
—Podrías ayudarme a explicar algo de física a los demás —le dijo.
Oliver se sonrojó mientras tomaba asiento. Odiaba hablar en voz alta delante de sus compañeros de clase, especialmente desde que ya era un sospechoso de empollón, y confirmarlo daba la sensación de que alardeaba más de lo que él realmente deseaba. Pero la Sra. Belfry tenía una manera de ser tranquilizadora, como si pensara que el conocimiento de Oliver era algo que debía celebrarse en lugar de ridiculizarse.
Oliver escogió una silla cerca de la parte delantera de la clase. Si es que se veía forzado a hablar en voz alta, prefería no tener treinta pares de ojos mirándolo embobado mientras lo hacía. Por lo menos, de esta forma solo sería consciente de los otros cuatro niños de la primera fila que lo mirasen.
Justo entonces, los compañeros de Oliver empezaron a entrar y a tomar asiento. El ruido en el aula empezó a intensificarse. Oliver nunca entendía cómo las otras personas tenían tanto de que hablar. Aunque él podría hablar sobre inventores e inventos eternamente, no había mucho más de lo que él sintiera la necesidad de hablar. Siempre le desconcertaba cómo las otras personas conseguían conversación tan fácilmente y cómo compartían tantas palabras sobre lo que, en su mente, parecía casi nada importante.
La Sra. Belfry empezó su clase, haciendo señales con las manos intentando que todos se callaran. Oliver se sentía muy mal por ella. Siempre parecía una batalla conseguir que los niños escucharan. Y ella era tan dulce y tenía la voz tan suave que nunca recurría a alzar la voz o a gritar, así que sus intentos por hacer callar a todo el mundo tardaban un buen rato en funcionar. Pero, finalmente, el parloteo empezó a desvanecerse.
—Niños —empezó la Sra. Belfry—, hoy tengo un problema que necesita solución —Levantó un palito de helado—. Me pregunto si alguien puede decirme cómo hacerlo volar.
Una ola de alboroto recorrió el aula. Alguien gritó:
—¡Láncelo!
La Sra. Belfry hizo lo que sugirieron. El palito de helado viajó menos de un metro antes de caer al suelo.
—Mmm, no sé vosotros, chicos —dijo la Sra. Belfry—, pero a mí me parece que sencillamente ha caído. Lo que yo quiero es que vuele. Que se eleve en el aire, no que caiga en picado al suelo.
Paul, el que se burló de Oliver en la clase anterior, hizo la siguiente sugerencia:
—¿Por qué no prueba con una goma elástica? Como un tirachinas.
—Esa es una buena idea —dijo la Sra. Belfry asintiendo—. Pero hay algo que no os he dicho. Este palito en realidad mide tres metros.
—¡Entonces hay que hacer un tirachinas de tres metros! —gritó alguien.
—¡O ponerle un lanzacohetes! —se metió otra voz en la conversación.
La clase empezó a reír. Oliver se movía en su asiento. Él sabía exactamente cómo podía volar el palito de helado. Todo se reducía a la física.
La Sra. Belfry consiguió que la clase se calmara de nuevo.
—Este es exactamente el problema al que se enfrentaron los hermanos Wright cuando estaban intentando crear el primer aeroplano. Cómo imitar el vuelo de los pájaros. Cómo convertir esto —sujetó el palito de forma horizontal— en alas que puedan aguantar el vuelo. Así que ¿alguien sabe cómo lo hicieron?
Inmediatamente fijó la mirada en Oliver. Él tragó saliva. Por mucho que deseara no hablar en voz alta, otra parte de él deseaba desesperadamente demostrarle a la Sra. Belfry lo inteligente que era.
—Tiene que crear sustentación —dijo en voz baja.
—¿Cómo dijiste? —dijo la Sra. Belfry, aunque Oliver sabía de sobra que lo había oído a la perfección.
—Con reticencia, habló un poco más alto.
—Tiene que crear sustentación.
En cuanto terminó de hablar, Oliver sintió que se le sonrojaban las mejillas. Notó el cambio en el aula, la tensión de los otros alumnos a su alrededor. Demasiada para no tener treinta pares de ojos mirándolo embobados; Oliver casi podía sentir cómo le quemaban en la espalda.
—¿Y qué es exactamente la sustentación? —continuó la Sra. Belfry.
Oliver se mojó sus secos labios y se tragó la angustia.
—Sustentación es el nombre de la fuerza que contrarresta la gravedad. La gravedad siempre está atrayendo objetos al centro de la tierra. La sustentación es la fuerza que la contrarresta.
Desde algún lugar por allí atrás, oyó la voz de Paul en un susurro y gimiendo en tono de burla imitándolo:
—La sustentación lo contrarresta.
Una risita nerviosa se extendió entre los alumnos que había detrás de él. Oliver sintió que los músculos se le tensaban