Un Reino de Sombras . Морган Райс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: Reyes y Hechiceros
Жанр произведения: Зарубежное фэнтези
Год издания: 0
isbn: 9781632915337
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de alguna increíble manera no sentía ningún dolor. Tenía una sensación de paz, la sensación de llegar al final de su vida.

      Miró hacia adelante y, entre las flamas, vio a su madre que la esperaba en el otro extremo, en el lado opuesto del campo. Se sintió en paz al pensar que al fin estaría en los brazos de su madre.

      Aquí estoy, Kyra, la llamó. Ven a mí.

      Kyra observó entre las llamas y apenas pudo distinguir el rostro de su madre, casi translúcido, parcialmente oculto entre un muro de llamas que se elevaba. Se adentró más en las crujientes flamas y sin poder detenerse hasta que estuvo rodeada por todos lados.

      Un rugido atravesó el aire incluso elevándose sobre el sonido del fuego, y miró hacia arriba impresionada al ver el cielo lleno de dragones. Volaban en círculo y chillaban y, mientras observaba, un inmenso dragón rugió y se dirigió justo hacia ella.

      Kyra sintió que era la muerte viniendo por ella.

      Mientras el dragón se acercaba extendiendo sus garras, de repente el suelo se abrió debajo de ella y empezó a caer dentro de la tierra, una tierra envuelta en llamas, un lugar del que ella sabía nunca podría escapar.

      Kyra abrió los ojos con un sobresalto y respirando agitadamente. Miró hacia los lados preguntándose en dónde estaba y sintiendo dolor en todo su cuerpo. Sintió dolor en su rostro y sus mejillas estaban palpitantes e hinchadas, y mientras levantaba la cabeza respirando con dificultad, descubrió que su rostro estaba cubierto de lodo. Se dio cuenta de que estaba boca abajo sobre el lodo, y mientras se levantaba lentamente empujando con sus manos, se limpió el lodo del rostro y se preguntó qué había pasado.

      De repente un rugido atravesó el aire, y Kyra sintió una oleada de terror al ver algo en el cielo que era muy real. El aire estaba lleno de dragones de todas formas y tamaños y colores, todos dando vueltas, chillando, respirando fuego y enfurecidos. Mientras observaba, uno de ellos bajó y arrojó una columna de fuego directamente hacia el suelo.

      Kyra miró hacia los lados tratando de reconocer el lugar y su corazón se detuvo al ver en dónde estaba: Andros.

      Su memoria regresó en un instante. Había estado volando encima de Theon en dirección a Andros para salvar a su padre cuando fueron atacados en el cielo por una manada de dragones. Aparecieron repentinamente en el cielo, mordieron a Theon, y los habían arrojado al suelo. Kyra descubrió que había perdido la consciencia.

      Ahora era despertada por una oleada de calor, espeluznantes chillidos, una capital en caos, y por una capital que estaba cubierta en llamas. Las personas corrían por sus vidas en todas direcciones mientras una tormenta de fuego caía sobre ellos. Parecía como si el fin del mundo hubiera llegado.

      Kyra escuchó una respiración agitada y su corazón se desplomó al ver que Theon estaba derribado cerca de ella, herido y con sangre saliéndole por entre las escamas. Sus ojos estaban cerrados, su lengua estaba fuera de su boca y parecía estar a punto de morir. La única razón por la que seguían vivos era que estaban cubiertos por una montaña de escombros. Debieron haber sido lanzados contra un edificio que se colapsó encima de ellos. Al menos esto les había dado protección escondiéndolos de los dragones en el cielo.

      Kyra sabía que tenía que tomar a Theon y salir de allí cuanto antes. No les quedaba mucho tiempo antes de ser descubiertos.

      “¡Theon!” le gritó.

      Se dio la vuelta haciendo un gran esfuerzo y al fin fue capaz de quitarse un pedazo de escombro que estaba sobre su espalda para liberarse. Entonces se dirigió con rapidez hacia Theon y empezó a arrojar frenéticamente el escombro que estaba sobre él. Fue capaz de arrojar la mayoría de las rocas, pero al empujar la roca más grande que lo mantenía atrapado, no fue capaz de moverla. Empujó una y otra vez pero, sin importar cuanto lo intentaba, no pudo hacer que cediera.

      Kyra corrió hacia el rostro de Theon desesperada por despertarlo. Le acarició las escamas y lentamente, para su alivio, Theon abrió los ojos. Pero volvió a cerrar los ojos mientras ella lo sacudía con más fuerza.

      “¡Despierta!” demandó Kyra. “¡Te necesito!”

      Los ojos de Theon se abrieron un poco otra vez y voltearon a verla. El dolor y furia en su mirada se suavizó cuando pudo conocerla. Trató de moverse, de levantarse, pero estaba claramente muy débil; la roca lo tenía atrapado.

      Kyra empujó la roca con desesperación pero finalmente se echó a llorar al ver que no podrían moverla. Theon estaba atrapado. Moriría aquí al igual que ella.

      Kyra, escuchando un rugido, miró hacia arriba y vio que un inmenso dragón con afiladas escamas verdes los había descubierto. Rugió con furia y empezó a bajar sobre ellos.

      Déjame.

      Kyra escuchó una voz resonando en su interior. Era la voz de Theon.

      Escóndete. Vete lejos de aquí mientras haya tiempo.

      “¡No!” dijo ella estremeciéndose y rehusándose a dejarlo.

      Vete, insistió él. O ambos moriremos aquí.

      “¡Entonces moriremos los dos!” gritó ella dejando que una valiente determinación la dominara. No abandonaría a su amigo. Nunca lo haría.

      El cielo se oscureció y Kyra vio que el dragón estaba sobre ellos con las garras extendidas. Abrió su boca mostrando filas de dientes afilados y ella supo que no sobrevivirían. Pero no le importó. No abandonaría a Theon. La muerte podía vencerla pero no la cobardía. No temía morir.

      A lo único que le temía era a no vivir correctamente.

      CAPÍTULO CUATRO

      Duncan corrió junto con los otros por las calles de Andros, cojeando pero haciendo su mejor esfuerzo por seguirle el paso a Aidan, Motley y a la joven que iba con ellos, Cassandra, mientras que el perro de Aidan, Blanco, lo animaba empujando sus talones. Tomándolo del brazo estaba su antiguo y leal comandante, Anvin, con Septin, su nuevo escudero a su lado, tratando de ayudarlo a seguir avanzando pero claramente estando también en mal estado. Duncan pudo ver que su amigo estaba muy herido, y se conmovió al pensar que había venido en tal estado desde tan lejos para liberarlo.

      El desorganizado grupo corría por las calles destrozadas de Andros, con caos levantándose en todos lados y teniendo las probabilidades de sobrevivir en contra. Por un lado, Duncan se sentía aliviado por estar libre, feliz por volver a ver a su hijo otra vez, y agradecido de estar con todos ellos. Pero al mirar al cielo, sentía que había dejado una celda para caer en una muerte segura. El cielo estaba lleno de dragones que volaban en círculos, que caían sobre los edificios y pasaban sobre la ciudad arrojando sus terribles muros de fuego. Calles completas estaban cubiertas en fuego limitando el avance del grupo. Mientras perdían una ruta tras otra, escapar de la ciudad parecía cada vez menos probable.

      Motley claramente conocía estas calles muy bien y los guiaba con habilidad pasando por un callejón tras otro, encontrando atajos en todas partes y logrando esquivar a los grupos de soldados Pandesianos que eran la otra amenaza en su escape. Pero sin importar lo habilidoso que era, Motley no podía evitar a los dragones, y mientras entraban en otro callejón se encontraron con que ya estaba en llamas. Se detuvieron al sentir el calor en sus rostros y retrocedieron.

      Duncan, cubierto en sudor mientras retrocedía, miró hacia Motley, pero no encontró consuelo al ver que, esta vez, Motley volteaba hacia todos lados con el rostro lleno de pánico.

      “¡Por aquí!” dijo finalmente Motley.

      Se dio la vuelta y los guio por otro callejón apenas escapando de otro dragón que cubría el lugar en el que habían estado con una nueva oleada de fuego.

      Mientras corrían, Duncan sentía el dolor de ver su ciudad siendo destrozada, el lugar al que tanto había amado y defendido. No pudo evitar sentir que Escalon nunca recuperaría su antigua gloria; que su tierra natal estaba arruinada para siempre.

      Se escuchó un grito y Duncan vio sobre su hombro que una docena de soldados Pandesianos los habían descubierto. Los perseguían por el callejón acercándose cada vez más, y Duncan