Un Sueño de Mortales . Морган Райс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: El Anillo del Hechicero
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9781632916853
Скачать книгу
tiempo, tuvo la voluntad de impulsarse más fuerte con los pies y, con una patada final, salió disparada a la superficie.

      Angel salió buscando el aire y trayendo a Thor con ella, con los brazos alrededor de él y usando las piernas para mantener a ambos a flote, dando más y más puntapiés, manteniendo la cabeza de él por encima de la superficie. Todavía le parecía inconsciente y ahora le preocupaba si se había ahogado.

      “¡Thorgrin!” gritaba. “¡Despierta!”

      Angel lo agarró por detrás, pasando los brazos con fuerza alrededor de su estómago y apretó bruscamente hacia ella, una y otra vez, como había visto hacer a uno de sus amigos leprosos cuando otro amigo se estaba ahogando. Ahora lo hacía ella, apretando su diafragma, sus pequeños brazos temblaban mientras lo hacía.

      “Por favor, Thorgrin”, gritaba. “Por favor vive! ¡Vive por mí!”

      Angel de repente oyó una gratificante tos, seguida de una expulsión de agua y se sintió feliz al darse cuenta de que Thor había vuelto. Echó todo el agua del mar, con un dolor en los pulmones, tosiendo una y otra vez. A Angel la inundaba el alivio.

      Incluso mejor, Thor parecía haber recuperado la conciencia. Todo el sufrimiento parecía finalmente haberlo sacudido de su profundo sueño. Ella esperaba que, quizás, fuera incluso lo suficientemente fuerte para derrotar a aquellos hombres y ayudar a ambos a escapar hacia algún lugar.

      Angel apenas había terminado este pensamiento cuando sintió, de repente, que una cuerda pesada iba a parar a su cabeza, descendiendo desde el cielo y envolviendo por completo a ella y a Thorgrin.

      Miró hacia arriba y vio a los despiadados por encima de ellos en el borde del barco, mirando fijamente hacia abajo, agarrando el otro extremo de la cuerda y tirando de ella, subiéndolos como si fueran peces.

      Angel luchaba, tirando de la cuerda, y esperaba que Thor lo hiciera también. Pero mientras tosía, todavía yacía allí flácido y ella vio claramente que todavía no tenía la fuerza para defenderse.

      Angel sentía que lentamente los elevaban hacia el aire, más y más arriba, el agua goteaba por la red, mientras los piratas tiraban de ellos, acercándolos más, de vuelta al barco.

      “¡NO!” exclamó ella, luchando, intentando liberarse.

      Un despiadado sacó un largo garfio de hierro, enganchó la red y tiró de ellos con un movimiento errático hacia cubierta.

      Se balancearon en el aire, cortaron las sogas y Angel sintió como caía e iba a parar de golpe a cubierta, cayendo desde unos tres metros y rodando al hacerlo. A Angel le dolían las costillas por el impacto y luchaba con la cuerda, intentando liberarse.

      Pero fue inútil. En unos instantes varios piratas saltaron encima de ellos, inmovilizándolos a ella y a Thorgrin y tirando de ellos. Angel sintió que varias manos ásperas la agarraban y sintió que le ataban las manos a la espalda con una cuerda tosca que la arrastraba tirándole de los pies, chorreando. No podía incluso ni moverse.

      Angel echó un vistazo, preocupada por Thorgrin y vio que él también estaba atado, todavía desorientado, más dormido que despierto. Los arrastraron a ambos por la cubierta, demasiado rápido, Angel tropezaba mientras andaban.

      “Esto te enseñará a no escapar de nosotros”, dijo un pirata bruscamente.

      Angel miró hacia arriba y vio una puerta de madera que se abría en la parte inferior de cubierta y miró fijamente hacia la oscuridad de las bodegas que había bajo cubierta. A continuación vio cómo los piratas la lanzaban a ella y a Thorgrin.

      Angel sintió cómo se tambaleaba mientras caía volando de cabeza hacia la oscuridad. Se dio un glope fuerte en la cabeza con el suelo de madera, cayendo de cara y después sintió que el peso del cuerpo de Thor iba a parar encima suyo y los dos daban vueltas en la oscuridad.

      Desde arriba cerraron de golpe la puerta de madera de cubierta, tapando toda la luz y después la cerraron con una cadena pesada y ella estaba allí tumbada, respirando con dificultad en la oscuridad, preguntándose dónde la habían lanzado los piratas.

      En el otro extremo de la bodega de repente entró la luz invadiendo el espacio y vio que los piratas habían abierto una escotilla de madera, cubierta por barras de hierro. Allá arriba aparecieron varias caras, que los miraban con desprecio, algunos de ellos escupían antes de irse. Antes de que cerraran de golpe también esta escotilla, Angel escuchó una voz en la oscuridad que la tranquilizó.

      “Todo está bien. No estás sola”.

      Angel miró fijamente, sorprendida y aliviada al oír una voz y se sintió sorprendida y feliz al darse la vuelta y ver a todos sus amigos sentados allí en la oscuridad, todos con las manos atadas detrás de su espalda. Allí estaban Reece y Selese, Elden e Indra, O’Connor y Matus, todos ellos prisioneros pero vivos. Ella había estado segura de que habían muerto en el mar y el alivio la invadió.

      Y, aún así, también la llenaba una premonición: si todos aquellos guerreros habían sido tomados como prisioneros, ¿qué posibilidad tenía cualquiera de ellos de salir de allí con vida?

      CAPÍTULO TRES

      Erec estaba sentado en la cubierta de madera de su barco, con la espalda contra un asta, las manos atadas a la espalda y miraba con consternación la visión que tenía ante él. Los barcos que quedaban de su flota se extendían ante él en las tranquilas aguas del océano, todos prisioneros en la noche, asediados por la flota de mil barcos del Imperio. Todos estaban anclados allí mismo, iluminados bajo las dos lunas llenas, sus barcos ondeaban las banderas de su tierra y los barcos del Imperio ondeaban las banderas negras y doradas del Imperio. Era una visión desalentadora. Se había entregado para evitarles a sus hombres una muerte segura- y aún así estaban a la merced del Imperio, prisioneros comunes sin salida.

      Erec veía cómo los soldados del Imperio ocupaban cada uno de sus barcos, igual que el suyo propio, una docena de soldados del Imperio hacían guardia en cada barco, mirando fija y lánguidamente al océano. En las cubiertas de sus barcos Erec veía a un centenar de hombres en cada una, todos en fila, con las muñecas atadas a su espalda. En cada barco, ellos superaban en número a los guardas del Imperio, pero estaba claro que los guardas del Imperio no estaban preocupados. Con todos los hombres atados, no necesitaban que otros hombres los vigilaran, mucho menos una docena. Los hombres de Erec se habían entregado y estaba claro que, con su flota asediada, no podían ir a ningún lugar.

      Mientras Erec observaba la visión que tenía ante él, la culpa lo atormentaba. Nunca antes en su vida se había entregado y tener que hacerlo ahora le dolía sin límites. Tenía que recordarse a él mismo que ahora era un comandante, no un simple soldado de a pie y tenía una responsabilidad sobre todos sus hombres. Tan superiores en número como habían sido, no podía permitir que los mataran a todos. Estaba claro que los habían llevado hasta una trampa, gracias a Krov, y luchar en aquel momento hubiera sido en vano. Su padre le había enseñado que la primera ley para ser comandante era saber cuando luchar y cuando bajar las armas y escoger luchar otro día, de otra manera. Él le había dicho que eran la bravuconería y el orgullo los que llevaban a la mayoría de los hombres a sus muertes. Era un consejo sensato, pero un consejo difícil de seguir.

      “Yo hubiera luchado”, dijo una voz a su lado, sonando como la voz de su conciencia.

      Erec echó un vistazo y vio a su hermano, Strom, atado a un poste a su lado, que parecía tan imperturbable y seguro como nunca, a pesar de las circunstancias.

      Erec frunció el ceño.

      “Tú hubieras luchado y todos nuestros hombres estarían muertos”, respondió Erec.

      Strom encogió los hombros.

      “Seremos derrotados de todas formas, hermano mío”, respondió él. “El Imperio solo tiene crueldad. Por lo menos, a mi manera, hubiéramos sido derrotados con gloria. Ahora estos hombres nos matarán, pero no será de pie-será por la espalda, con las espadas en nuestros cuellos”.

      “O peor”, dijo uno de los comandantes de Erec, atado a un poste al lado de Strom, “nos tomarán como esclavos y nunca volveremos a vivir como hombres libres.