Ellos continuaban resbalando, pero ahora a una velocidad mucho más lenta, facilitando que pudieran ir parando gradualmente hasta llegar a un pequeño altiplano cerca de la base de la montaña. Thor miró hacia abajo y vio que se había detenido en un agua poco profunda y, allí de pie, vio que le llegaba por las rodillas.
Thor miró alrededor sorprendido. Miró hacia arriba a la montaña y vio la pared de lodo congelado, colgando en el aire, como si estuviera preparada para volver a caer hacia abajo en cualquier momento, todavía bloqueada por su burbuja de luz. Lo admiraba todo, sorprendido de haber hecho todo aquello.
“¿Ha muerto alguien?” gritó O’Connor.
Thor vio a Reece, O’Connor, Conven, Matus, Elden e Indra, todos ellos magullados y debilitados, poniéndose de pie, pero todos milagrosamente vivos y ninguno con heridas importantes. Se frotaban la cara, cubierta de lodo negro, parecía que todos ellos habían andado a gatas a través de una mina. Thor podía ver lo agradecidos que estaban de estar vivos y podía ver en sus ojos que creían que él había salvado sus vidas.
Al acordarse, Thor se giró e inmediatamente miró hacia la cima de la montaña con una sola cosa en su mente: su hijo.
“¿Cómo vamos a subir de nuevo…” empezó a decir Matus.
Pero antes de que pudiera finalizar sus palabras, Thor sintió repentinamente que algo se enroscaba alrededor de sus tobillos. Miró hacia abajo, perplejo, y vio una criatura gruesa, viscosa y musculosa enroscándose alrededor de sus tobillos y hacia sus espinillas, una y otra vez. Vio horrorizado que era una criatura larga, parecida a una anguila, con dos pequeñas cabezas, siseando con sus largas lenguas mientras lo miraba y lo envolvía con sus tentáculos. Su piel empezó a quemar las piernas de Thor.
Los reflejos de Thor reaccionaron, sacó su espada y daba cuchilladas, al igual que los demás, que también estaban siendo atacados a su alrededor. Thor procuraba dar cuchillazos con cuidado para no cortatse su propia pierna y, con un corte, la anguila se soltó y el horrible dolor desapareció. La anguila volvió deslizándose al agua, siseando.
O’Connor buscaba con sus manos su arco, les disparó y falló, mientras Elden temblaba al acercársele tres anguilas a la vez.
Thor se apresuró hacia adelante y le hizo un corte a la anguila que se dirigía a la pierna de O’Connor, mientras Indra dio un paso adelante y gritó a Elden: “¡No te muevas!”
Levantó su arco y disparó tres flechas rápidamente una detrás de otra, matando cada una de las anguilas con un disparo perfecto, tan solo rozando la piel de Elden.
Él la miró sobresaltado.
“¿Estás loca?” gritó. “¡Casi me dejas sin pierna!”
Indra le sonrió.
“Pero, no lo hice, ¿verdad?” respondió ella.
Thor oyó un chapoteo y miró a su alrededor al agua y vio docenas de anguilas más avanzando. Sabía que tenía que hacer algo para salir de allí rápidamente.
Thor se sentía agotado, exhausto por haber reunido su poder y sentía que le quedaba muy poco dentro; sabía que todavía no era lo suficientemente poderoso para reunir su poder continuamente. Aún así, sabía que tenía que recurrir a él una última vez, al precio que fuera. Si no lo hacía, sabía que nunca regresarían, morirían aquí, en esta charca de anguilas y su hijo no tendría ninguna oportunidad. Puede que le costara toda su fuerza, que lo dejara débil durante días, pero no le importaba. Pensaba en Guwayne, allá arriba, a la merced de aquellos salvajes y sabía que haría cualquier cosa.
Mientras otro grupo de anguilas empezaba a deslizarse hacia él, Thor cerró los ojos y levantó sus manos hacia el cielo.
“En el nombre del único Dios”, dijo Thor en voz alta, “os lo ordeno, cielos, abriros! Os ordeno que nos enviéis nubes para elevarnos!”
Thor pronunció las palabras con una voz profunda y oscura, ya sin miedo de abrazar al Druida que era y sintió cómo vibraban en su pecho, en el aire. Sintió un tremendo calor concentrándose en su pecho y, mientras pronunciaba las palabras, sentía la certeza de que acontecerían.
Se oyó un gran rugido y cuando Thor miró, vio que los cielos empezaban a cambiar, a transformarse en un lila oscuro, las nubes se arremolinaban y echaban espuma. Apareció un agujero redondo, una abertura en el cielo y, de repente, una luz escarlata salió disparada hacia abajo, seguida de una nube en forma de embudo, descendiendo hacia ellos.
En unos instantes, Thor y los demás se encontraron barridos por un tornado. Thor sentía la humedad de las suaves nubes arremolinándose a su alrededor, se sentía a sí mismo inmerso en la luz y, unos momentos más tarde, sintió que se alzaba, se levantaba hacia el aire, sintiéndose más ligero de lo que nunca se había sentido. Verdaderamente se sentía uno con el universo.
Thor sentía como subía más y más, a lo largo de la montaña hacia arriba, pasando por el lodo, pasand por su burbuja, directo hacia la cima de la montaña. En unos instantes, la nube los llevó hacia arriba del todo del volcán y los dejó con delicadeza. Después se disipó con la misma rapidez.
Thor estaba allí de pie con sus hermanos y todos lo miraban asombrados, como si fuera un dios.
Pero Thor no pensaba en ellos, se dio la vuelta y rápidamente inspeccionó el altiplano y solo tenía una cosa en mente: los tres salvajes que había delante suyo. Y la pequeña cunita que había en sus brazos, suspendida en el filo del volcán.
Thor soltó un grito de guerra mientras corría hacia adelante. El primer salvaje se giró para mirarlo, perplejo y, al hacerlo, Thor no vaciló, sino que corrió hacia delante y lo decapitó.
Los otros dos se giraron con una expresión de horror y, entonces, Thor apuñaló a uno en el corazón y después golpeó al otro con la empuñadura de su espada en la cara, tirándolo hacia atrás, gritando, por el borde del volcán.
Thor se dio la vuelta y rápidamente les arrebató la cuna antes de que pudieran tirarla. Miró hacia abajo, el corazón le latía con fuerza de agradecimiento por haberlo cogido a tiempo, preparado para coger a Guwayne y tenerlo en sus brazos.
Pero cuando Thor miró a la cuna, todo su mundo se derrumbó.
Estaba vacía.
El mundo se congeló para Thor mientras estaba allí, paralizado.
Miró hacia abajo al volcán y vio abajo, a lo lejos, las llamas subiendo hacia arriba. Y supo que su hijo estaba muerto.
“¡NO!” gritó Thor.
Thor cayó sobre sus rodillas, gritando a los cielos, soltando un tremendo grito que resonó en las montañas, el grito primal de un hombre que ha perdido todo por lo que vivía.
“¡GUWAYNE!”
CAPÍTULO DOS
Por encima de la solitaria isla en el centro del mar volaba un dragón solitario, un pequeño dragón, todavía no muy grande, su grito era estridente y penetrante, ya dejaba entrever el dragón que algún día sería. Volaba victoriosamente, sus pequeñas escamas vibraban, crecían a cada minuto, batía sus alas, sus garras sujetaban la cosa más preciosa que había tocado en su corta vida.
El dragón miró hacia abajo, sintiendo el calor entre sus garras y observó su preciada posesión. Oyó el llanto, notó el retorcimiento y se sintió tranquilo al ver que el bebé aún estaba en sus garras, intacto.
Guwayne, había gritado el hombre.
El dragón todavía oía los gritos retumbando en las montañas mientras volaba alto. Estaba muy feliz por haber salvado al bebé a tiempo, antes de que aquellos hombres pudieran clavarle sus dagas. Les había arrancado a Guwayne de las manos sin perder ni un segundo. Había hecho bien el trabajo que se le había ordenado.
El dragón volaba más y más alto por encima de la solitaria isla, hacia las nubes, ya