âLo dice con orgullo.
âNo, es solo de las pocas cosas que he aprendido en estos tiempos violentos.
âHábleme de esas cosas.
â¡Son tantas! âSonrÃe.
â¿Qué me dice de usted? Hábleme algo sobre su vida.
âEra una mujer muy feliz, hasta que mi esposo decidió divorciarse de mÃ, me quitó la custodia de mi hijo y me vine a vivir a los Estados Unidos tras el sueño americano.
âUn momento, ¿es la madre del chico Fournier?
âNo, y ese hombre tampoco es el esposo del que hablo; más bien hablo de mi antiguo esposo, Yaro, al cual le di un hijo, para mi desgracia.
La oficial permanece perpleja. Estos detalles de la acusada no aparecen en su expediente.
âDesconocÃa esto.
âLo sé. Llegue a este paÃs como una mujer soltera. Tuve que desbordar un avión para recluirme por meses en un hospital.
â¿Vino enferma?
âNo, nunca estuve más sana que en ese entonces. En ese tiempo la ira, el odio, el rencor no habÃan arropado este seco corazón.
âLo siento.
â¿Puede darme un cigarrillo?
âClaro. Tenga. âSe lo enciende y se lo cede.
âNo se imagina lo que ansiaba fumar. ¿Sabe? Cuando empecé a hacerlo fue para encajar en un cÃrculo. Curioso, terminó gustándome. âLanza humo hacia arriba.
âHábleme de ese cÃrculo.
âLe hablaré, solo que debo relatar los hechos desde el principio, asà podrá entender mejor y colaborar con lo que le pediré sin dudar.
âAdelante.
âLa Venganza Es Una Especie De Justicia Salvaje â
Francis Bacon
CAPÃTULO II
Confesiones
âLa mujer resplandeciente que venÃa de Kenya dejó su encanto en el aeropuerto de Nairobi, tras la llamada de mi antiguo esposo, quien me contó en ese instante la gravedad en la que se encontraba nuestro hijo de dieciséis años, mi amado Ismat. âLlora al decir su nombre, pero continúa hablando entre llantoâ: Llegué hechas trizas a ese hospital. Fue desastroso verle en coma. Fue terrible. Mi pequeño, tantos años sin verle y volver a ver su rostro, tocar su mano sin vida verdadera, conectado a un aparato, como si fuera un muñeco. PermanecÃa a su lado, nunca le deje.
â¿Qué le pasó al chico?
âAlgo inesperado. Bueno, una madre siempre cree que morirá en su cama tras tener a toda su familia alrededor a la espera de esa hora, pero a veces no es asÃ; al menos, yo nunca me lo imaginé asÃ.
âDebe ser doloroso lo que te sucedió, me pongo en tu lugar.
âNunca querrÃas haber estado en mi lugar, admÃtelo. En el fondo, te aterran mi caso, mis razones y mis consecuencias.
âEs cierto âsuspiraâ, pero soy madre. Antes de ser policÃa soy madre más que nada.
âEntonces, de madre a madre, me entenderás. âSus ojos lucen llorosos. Hay un profundo pesar en esa mirada.
La oficial Fátima se mantuvo silente por unos segundos. Estaba impresionada. La mujer habÃa tocado fibras en su ser. Le hizo sentir un vacÃo por lo desconocido y un dolor por lo que conocerÃa en las próximas dos horas.
âSÃ. âBaja la cabeza, la levanta y se acerca más a la reja, quedando sus rostros muy cerca. Solo los frÃos barrotes les separanâ. De madre a madre, lo prometo.
âBien. âSe retira de los barrotes y se sienta en el suelo al fondo de la celda. Se ve solo el humo y la pequeña luz del casi terminado cigarrillo.
âDebo decirle que es muy extraño todo esto. Yo conozco este caso muy bien, he interactuado con la familia del niño, he visto su sufrimiento, pero debo admitir que su misterio me tiene totalmente cautivada. Es una pequeña esperanza.
â¿Esperanza? Entonces, ¿me cree inocente? SerÃa un milagro. Todos en este Estado y en esta nación me creen culpable. No le recomiendo que sea diferente a ellos. Bueno, por lo menos el tiempo que dure nuestra charla.
â¿De qué vale que la escuche sin esperanza?
âBueno, hágalo por sus hijos, piense en ellos ahora. Cierre los ojos, piense en lo que pasarÃa si alguien toca un solo cabello de ellos.
Fátima entendió claramente que esta mujer podrÃa ser más culpable que inocente.
âEntonces le escucharé sin esperanzas, es lo que debo hacer.
âMuy bien, asà me gusta. Los elementos sorpresa son indispensables en esta conversación.
âEmpecemos de nuevo. El tiempo apremia.
âLe decÃa que estuve meses en ese hospital, tres y medio. En principio habÃa esperanza de que él regresara, pero no. Su caso fue muy extraño: entró en un coma profundo que carcomió su joven cuerpo. ParecÃa un cadáver conectado a una máquina. Espero que no le haya dolido. Bueno, los médicos aseguran que Ismat no sufrió en absoluto. Tal vez lo dicen para que yo como madre me sienta resignada. Tuve una discusión con su padre el dÃa que llegué, y con la madre de este, la responsable de que mi esposo se esperanzara con este paÃs y decidiera abandonar todo para venir a vivir aquÃ. A mà no me era en ese entonces atractiva la idea de dejar mi vida en Kenya. Ãramos felices, tenÃamos un hogar. Ãl trabajaba como mecánico de motocicletas en el centro de la ciudad y yo hacÃa trabajo laboral con tela. Soy costurera, aunque al llegar aquà abandoné la costura, pero es lo que mejor hago.
Ãl me echó en cara el hecho de que nunca quise venir a vivir a este paÃs. Fue un tonto, creyó que no me di cuenta de que su madre tenÃa para él una esposa con quien se casarÃa al llegar aquÃ, aunque fue para obtener papeles; pero lo hizo, a escondidas de mÃ. Por ello me exige el divorcio antes de salir de Kenya. No hice caso a nada de ello. Su estúpida discusión tan solo me llenó de valor para entender que mi hijo merecÃa que luchará por el. Haber llegado a los Estados Unidos por mis propios medios era una proeza. Ãl quedó impactado al verme, nunca pensó que lo lograrÃa por mà misma. Yaro cayó en caos al ver que los dÃas pasaban e Ismat no despertaba. Empezó a tomar, se refugió en el alcohol, sufrió una depresión muy fuerte. Yo, tras pasar tres meses viviendo en condiciones paupérrimas en un hospital, habÃa perdido mucho peso. ¿Sabe? Yo era una mujer robusta. En mi paÃs la mujer delgada no es bien vista, mientras más llenita de grasa estás, más esperanza de marido tienes, todo lo contrario, a este lado del mundo. Cuando me di cuenta la ropa me colgaba, mis huesos de los hombros se veÃan como profundas cuencas y la falta de sol habÃa esclarecido un poco mi tez oscura. Allà empecé a fumar, era lo único que me calmaba un poco.
La mañana fatÃdica en que mi antigua