Luego, este mismo individuo (que continúa su observación y narra lo que ve) percibe que la luz brilla por primera vez y cree que Dios en ese preciso momento la crea -como luz-, ya que aún no puede ver que es el sol el que la origina. Ve la luz, pero no de dónde proviene. Para él es como si Dios hubiese âencendidoâ la luz.
Es necesario aclarar que cuando hablo de un observador me refiero a alguien que en una época reciente -digamos hace unos tres mil años atrás-, recibe una visión o una revelación de Dios y a través de ella logra ver la creación del Sistema Solar.
No significa que el observador haya presenciado la creación en el momento en que Dios la realizaba, sino que la vio o la captó con posterioridad, a través de algún tipo de visión extremadamente resumida.
Entonces âal aparecer la luz pero no haber podido ver los astros- aparece el primer gran dilema tÃpico del Génesis: ¿cómo puede crearse la luz antes que los astros?, (esta pregunta -obviamente retórica- por lo general va acompañada de algún gesto escéptico, mirada cómplice jactanciosa y la intención de terminar la conversación). SÃ, es cierto, no puede ser, pero -siempre hay un pero-, ¿qué pasarÃa si situáramos al observador en el lugar exacto donde se encuentra el remolino primigenio?, el que va a dar lugar al planeta. Es obvio que nuestro observador podrÃa ver la luz, pero serÃa incapaz de saber de dónde procede, de dónde viene esa luz, ya que como advertimos antes, la âtormenta de polvoâ se lo impedirÃa. También, al estar âparadoâ (de pie) sobre el remolino, percibirÃa el paso de dÃa-noche, luz-oscuridad, debido a su rotación. Esta persona, al estar parada, instalada, sobre el remolino, girarÃa con él, y por ello, un momento estarÃa de frente a la luz, y en el siguiente, de espalda a ella.
AquÃ, ya podemos darnos cuenta de que es fundamental, fundamental, la existencia de un observador y -más aún- su ubicación, para poder comprender el Génesis.
Este individuo que observa, y luego relata lo que ha visto, lo contempla desde un sitio determinado, desde una ubicación concreta. En algún lugar se encuentra apostado en el momento en que âveâ, en el momento en que recibe la visión, la revelación. Y ese lugar, esa ubicación en la que se halla, es la que hace la diferencia, eso es lo que nos da la pauta de que la descripción del Génesis puede tener sentido, es la clave del acertijo. La clave que abre un mundo de posibilidades
(¿Y ahora?, ¿el gestito jactancioso?...).
Creo que el Génesis nunca tuvo sentido para muchos. O al menos creo que no tuvo sentido porque la mayorÃa de quienes lo analizan parten del presupuesto de que la información de la Creación (el Génesis) se le deberÃa haber dado a la persona que escribió La Biblia con el formato de un libro de ciencia, con datos cientÃficos, tablas y gráficos; o con la estructura de una revelación detallada, que permitiera comprender lo ocurrido desde todos los ángulos. EspecÃficamente con esa posibilidad: la de poder ver los hechos desde todos los ángulos.
Es posible, que el motivo de este preconcepto se encuentre, en que nuestra mente cientificista espera que los datos cientÃficos sean acompañados de gráficos, tablas, estadÃsticas y -por supuesto- el formato correcto. Sin embargo, si nos remitimos a cómo las personas que reciben visiones o revelaciones de Dios âvenâ lo que Ãl les revela, vamos a comprender mejor que esas manifestaciones divinas nunca ocurren según los parámetros humanos. Por lo general, estas visiones o revelaciones son, justamente eso, visiones. Visiones semejantes a pelÃculas muy cortas sobre las que el espectador no tiene ningún control. Las visiones suelen ser similares a un sueño.
A veces, estas visiones son acompañadas de una idea que se aclara tras la contemplación extática o, en algunos casos, hay alguien que le habla a la persona que tiene la experiencia y le explica algo en particular que puede -o no- estar relacionado con lo que ha visto.
Bien.
Avancemos un poco más con nuestro enfoque e intentemos desentrañar este misterio.
Si este individuo (nuestro observador) se hubiese encontrado flotando en el espacio por encima del Sistema Solar en formación habrÃa âvistoâ que la estrella nace junto con la luz, pero es claro que no fue asà ya que él percibe primero la luz y mucho después la existencia de los astros. Entonces, llegado a este punto me pregunté: ¿por qué?, ¿por qué no lo ve?, ¿por qué no ve algo tan evidente?
Simplemente porque no puede.
Es indudable, para mÃ, que su ubicación -el sitio desde donde observa-, no se encuentra en el espacio sino a nivel del disco de acreción, en el nivel donde se crean los planetas, y es justamente por ello que los astros le quedan ocultos tras el polvo remanente. La clave, la llave de este misterio es la ubicación del observador, y esa ubicación tiene que ser -sin lugar a dudas- algún punto sobre la superficie del planeta. Por lo tanto, vamos a continuar nuestra comparación bajo el supuesto que el observador se encuentra parado sobre lo que va a ser en algún momento la superficie de nuestro planeta, la Tierra.
Leamos lo que ocurre en el segundo dÃa:
«Dijo Dios:
«âHaya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otrasâ. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y asà fue. Y llamó Dios al firmamento âcielosâ. Y atardeció y amaneció: dÃa segundo» (Génesis 1:6-8).
En este fragmento, nuestro observador se mantiene en el mismo sitio, la superficie de la Tierra (ahora ya formada), y desde allà cuenta lo que âveâ, es la visión que Dios le envÃa.
Para mà es obvio que está observando el enfriamiento del planeta y, como consecuencia de ello, la condensación del agua, el agua que se empieza a acumular en la superficie y la clara separación de los gases de la atmósfera que van a formar el firmamento, el cielo.
Para él, antes de la separación de las aguas, todo se encontraba mezclado, de ahà la âseparaciónâ. Pero ¿qué es lo que está mezclado? El agua y el aire (el firmamento).
Es tal el vapor y la humedad existente, a la que se suman las nubes -posiblemente