Terminó sus investigaciones y se dio cuenta que todavía tenía algo de tiempo a utilizar antes que se le requiriera regresar a su cuerpo. Debería usarlo. Tenía una pequeña afición, una afición inofensiva. Zarti tenía también costa, y Garnna había nacido cerca de una de ellas. Había pasado su juventud cerca del mar y nunca se había cansado de mirar las olas venir y rompiendo en la playa. Por eso, se encontrara donde se encontrara, durante su tiempo libre recordaba sus años de niñez junto al océano. Ayudaba a ver a los extraterrestres como algo familiar y no provocaba problema alguno a nadie. Planeó suavemente a lo largo de la costa del océano en aquel extraño mundo, contemplando y escuchando aquella agua negra, casi invisible, romper contra la oscura arena de aquel planeta a cientos de parsec de su lugar de nacimiento.
Algo le llamó la atención. En lo alto de los acantilados que daban a la playa en aquel punto, estaba brillando una luz. Debía ser un solitario individuo de aquella sociedad, lejos de su grupo más cercano. Garnna, se dejó ir hacia allí.
La luz provenía de un pequeño edificio, construido sencillamente en comparación con los edificios de la ciudad pero sin duda confortable para una sola criatura. Había dos vehículos aparcados fuera, ambos sin nadie dentro. Ya que no eran automáticos, implicaba que al menos debía haber dos extraterrestres dentro del edificio.
Utilizando tan sólo su mente, Garnna atravesó las paredes de la cabaña como si no existieran. Dentro había dos criaturas, hablando una con la otra. La escena no parecía muy interesante. Garnna tomó nota rápidamente de los muebles de la habitación y cuando se disponía a abandonar el lugar, una de las criaturas atacó de repente a la otra. La agarró del cuello y empezó a estrangularla. Sin fijarse mucho, Garnna pudo notar la rabia que emitía la criatura atacante. Lo dejó frío. Normalmente los instintos como especie lo había obligado a venir volando hacia el lugar a la máxima velocidad. En aquel caso, a la velocidad del pensamiento. Pero Garnna había recibido un extenso entrenamiento para dominar sus instintos. Había sido entrenado para ser siempre un simple observador. Y observó.
* * *
Stoneham volvió a la realidad poco a poco. Empezó con un sonido, un rápido ka-thud, ka-thud, ka-thud que reconoció como el latido de su corazón. Nunca lo había oído tan fuerte. Parecía como si fuera a terminar con el universo. Stoneham puso sus manos sobre sus orejas a fin de parar aquel sonido, pero no hizo otra cosa que empeorar la situación. Se escuchó un timbre como un hormigueo agudo parecido a la alarma de un reloj sonando dentro de su cabeza.
Y entonces vino el olor. En el aire parecía haber un olor extraño, un olor como de baño. Numerosas manchas iban apareciendo en la parte trasera del vestido de Stella.
Gusto. Había sangre en su boca, salada y tibia, dándose cuenta Stoneham que se había mordido a si mismo los labios.
Tacto. Sentía un hormigueo en la punta de los labios, sus muñecas parecían haber estado temblando, pero su bíceps permanecían relajados tras haber estado tensos en exceso.
Vista. El color volvió al nivel normal para aquel mundo, y la velocidad a la usual. No había otra cosa a ver que la del cuerpo de la esposa postrada sin vida en medio del suelo.
Stoneham permanecía allí durante no se sabe cuantos minutos. Sus ojos recorrieron la habitación, saliendo a la búsqueda de un lugar común donde quedar fijados y así evitar el cuerpo a sus pies. Pero no por mucho tiempo. Había cierta fascinación horripilante por el cuerpo de Stella que le obligó a contemplarlo estuviera donde estuviera dentro de la habitación.
Se arrodilló junto a su esposa y le tomó el pulso, sabiendo que ya no existía. Su mano notó el frío en ella (¿o era tan sólo su imaginación?) desapareciendo toda señal de vida en ella. Apartó rápidamente su mano y se levantó otra vez más.
Caminó hacia el sofá, se sentó en él y allí se quedó mirando durante un rato largo la otra pared. Unas letras parecían gritarle:
FAMOSO ABOGADO LOCAL DETENIDO POR LA MUERTE DE SU MUJER.
Todos aquellos años planificando con cuidado su carrera política, haciendo favores a gente a cambio de favores hacia él, ir a aburridas fiestas y cenas que no parecían terminar nunca... todo aquello terminó hundiéndose sobre un gran vértice de calamidad.
Y empezó viendo largos y vacíos años, paredes grises y barrotes ante él.
—¡No! —gritó. Miró al cuerpo sin vida a su esposa.
—No, creo que te gustaría, ¿verdad? No dejaré que ocurra, no a mi. Tengo cosas demasiadas importantes para hacer.
Una sorprendente calma se estableció en su mente haciéndole ver de manera clara lo que había echo. Destrozó el todavía humeante cigarrillo que su esposa había dejado caer. Luego fue hasta el estante de los utensilios y tomó un cuchillo enrollando su pañuelo sobre el mango a fin de no dejar huellas. Salió y cortó un trozo grande de cuerda de tender. De vuelta a la cabaña, ató las manos de su esposa por detrás doblando su cuerpo para poder atar sus pies a su cuello.
Tomando el cuchillo de nuevo, procedió a realizar un corte limpio sobre el cuello de Stella. Sangre goteó poco más de unas pocas gotas por tener ya su corazón sin bombear.
Dio hachazos a sus pechos creando una obscena masacre en su vestido a la altura de su entrepierna. Por si no hubiera sido suficiente, siguió su trabajo en el abdomen de ella, cara y brazos. Le sacó los ojos e intentó cortarle la nariz, pero era demasiado dura para su cuchillo.
A continuación, hundió el cuchillo en la sangre y escribió con él “Muerte a los cerdos” en una de las paredes. Como acto final, cortó el cordón telefónico de un solo golpe. A continuación, dejó el cuchillo en el suelo junto al cuerpo a la vez que recogía la nota que ella le había escrito sobre su intención de divorciarse. Se la colocó en el bolsillo de sus pantalones.
Permaneció de pie observándola una vez más. Sus manos y su ropa estaban literalmente untados con sangre. Pensaba que no lo haría nunca. Tenía que deshacerse de ello de alguna manera.
Limpio sus manos a consciencia en el fregadero hasta que logró sacar todo rastro de sangre.
Miró alrededor de la habitación y encontró algo que le hizo recobrar el aliento: una pequeña caja de cerillas sobre la mesa que había junto al cenicero. Lo cogió, pensando que sería de locos dejar una pista como aquella para que la policía. Colocó la caja de cerillas con cuidado en su bolsillo.
Luego fue donde había dejado su maleta y saco ropa limpia de ella. Rápidamente se cambió, pensando que debería enterrar su ropa vieja en algún lugar a una milla o más de allí para que no la encontraran. Entonces regresaría a la cabaña y haría ver haber encontrado el cuerpo. Ya que el cable del teléfono estaba cortado, tendría que conducir hasta algún lugar para llamar a la policía. El vecino más cercano con teléfono estaba a dos millas de ahí.
Stoneham examinó su trabajo. La sangre estaba embadurnando todo el suelo y parte de los muebles, el cuerpo estaba desmembrado de una horripilante manera, y el mensaje estaba escrito en la pared. Aquella era una escena parecida a una pesadilla surrealista. Ningún asesino hubiera realizado tal carnicería como aquella. Toda la comuna se sentiría culpable, quizás Polaski también. Eso serviría para dos propósitos: cubrir su culpabilidad y quitarse de encima de una vez por todas de aquellos jodidos hippies de San Marcos.
Había una pala dentro de una pequeña caja de herramientas fuera de la cabaña. Stoneham la cogió y caminó hacia el bosque para enterrar su ropa. Puesto que no había llovido durante meses, la tierra estaba seca y compacta; no dejó huellas algunas mientras andaba.
* * *
No le llevó mucho tiempo a la criatura grande matar a la pequeña. Pero tras hacerlo, el asesino parecía no poder hacer nada por culpa de sus acciones. Cautelosamente, Garnna accedió a la mente del asesino. Sus pensamientos eran un batiburrillo de confusión. Todavía quedaban trazos de ira, pero parecían ir desvaneciéndose lentamente. Otros sentimientos iban creciendo. Culpabilidad,