Asalto A Los Dioses. Stephen Goldin. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Stephen Goldin
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9788873041542
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a las mentes de quienes les sirven,” observó Anthropos una vez. Le hizo preguntarse sobre la salud intelectual de los daschameses.

      El pueblo estaba oscuro y preternaturalmente tranquilo. Dev calculó la población en muchos miles, aunque después del anochecer había pocos indicativos de que la región se encontrase habitada. Naturalmente, eran los dioses de nuevo—tabúes estrictos contra salir después del anochecer, exceptuando ciertas circunstancias. Para estar segura, incluso los sombríos daschameses tenían vida nocturna, pero era un pálido placer en comparación con la de la civilización humana.

      Era una norma del universo el que las criaturas protoplásmicas de sangre caliente pudieran ser afectadas por las bebidas fermentadas. También era una norma el que las mentes inteligentes con frecuencia se aliviasen de las realidades opresivas al inducirse ciertas formas de alteraciones mentales. La combinación de esas dos normas significaba que habría, en cualquier mundo que un ser humano pudiese tolerar, el equivalente a un bar.

      Los bares daschameses, construidos en el mismo estilo arquitectónico—o mejor dicho, en la misma carencia de estilo—que las casas, sólo eran ligeramente más grandes. Estaban iluminados durante la noche, en contraste con las oscurecidas casas durmientes, y también tendían a ser ligeramente más ruidosos—aunque de acuerdo a lo que había visto Dev de los nativos, apostaba a que los daschameses eran ebrios tranquilos. Los bares parecían ser los únicos lugares en todo el planeta que ofrecían un descanso del hastío de las vidas de los daschameses—y sería en uno de estos bares donde más probablemente ella encontraría a Dunnis y Zhurat.

      No había calles en el pueblo. Las chozas se construían donde quiera que el dueño considerara conveniente, lo cual significaba que un residente debía encontrar la forma de llegar a una choza por instinto.

      Dev luchó a través del lodazal, buscando al azar un pueblo para los hombres de su equipo. Comenzó a lloviznar antes de que ella lograse encontrar el primer bar—una monótona y pesada niebla que difuminaba las siluetas de los objetos a su alrededor. Su cabello castaño, casi corto, se mojó, pegándose a su frente y cuello. Pero además del vapor de la lluvia al golpear el suelo, no había otro sonido—ni bebés llorando, personas hablando, ni mascotas ladrando. Parecía como si el pueblo se agazapara de miedo ante algún horror inmencionable. Finalmente, vio una choza de mayor tamaño con luces que brillaban entre las grietas—un bar. Incrementó su marcha hasta casi correr. No quería moverse con demasiada rapidez y caer en el barro; eso le daría a ese par de payasos una razón más por la cual reírse si se entraba en tales vergonzosas condiciones.

      Al entrar al bar, parpadeó hacia la suave iluminación suministrada por velas dispuestas en candelabros alrededor de las paredes. Después de permanecer afuera entre la oscuridad absoluta de la noche daschamesa, le tomó algo de tiempo a sus ojos adaptarse. Además, había una atmósfera llena de humo, la cual Dev atribuyó que fue producida por alguna droga local distinta al alcohol. El humo le causaba ardor en sus ojos, y eso le hacía estrujar sus lágrimas con el dorso de sus manos.

      Cuando pudo ver nuevamente, revisó el interior. Cuatro pequeñas mesas punteaban el piso, cada una con cuatro mesas a su alrededor. El propietario se encontraba de pie detrás de una mesa ligeramente más larga—más como un banco de trabajo que como una barra. El piso era de madera desnuda y las paredes—a excepción de los candelabros y algunas cobijas usadas para cubrir las grietas más grandes—estaban exentas de decoraciones.

      Muchos daschameses ocupaban las mesas. El metro con ochenta centímetros de estatura de Dev resaltaba entre los demás nativos, quienes sólo promediaban un metro con cincuenta y cinco centímetros. Los daschameses no se parecían más a otra cosa sino a osos de peluche con vida. Un pelaje grueso y despeinado de distintos colores cubría sus cuerpos. Caminaban sobre pies anchos y planos, y usaban pesadas ropas de lana. Sus cortas y rechonchas manos tenían tres dedos cada una y un pulgar oponible. Era imposible para un humano leer cualquier expresión en sus rostros úrsidos, pero a sus ojos les faltaba el brillo vibrante que caracteriza a quienes están realmente vivos.

      Ante su vista, los nativos se acercaron rápidamente hacia sus pies—por respeto o miedo, Dev no sabía decirlo. Probablemente un poco de cada uno, supuso. Después de todo, ella era uno de esos extraños seres provenientes del cielo. Muchos daschameses probablemente nunca habían visto a un humano de cerca, ya que su planeta estaba bastante alejado de las rutas ordinarias de comercio y pocas naves se atrevían a llegar hasta allí. Para los habitantes locales, con su primitiva tecnología, los humanos podrían parecer casi tan poderosos como sus propios dioses.

      Alcanzando su mejilla, encendió su traductor. “Por favor, no se sobresalten,” le dijo al auricular, y escuchó su propia voz emanando la gruñona lengua de los daschameses. “Sólo estoy buscando a dos de mis amigos. ¿Alguno de ustedes los ha visto?”

      Hubo silencio durante un momento, y luego hubo gruñidos en voz baja, de los cuales la computadora informó que se trataba de un coro de ‘NOs’. Agradeció a las personas y, con un suspiro, se aventuró a salir una vez más.

      La llovizna se había convertido en un aguacero solamente durante el corto espacio de tiempo que ella había pasado adentro del bar. Dev deseó haber podido traer su casco con ella, pero en ese caso, hubiese tenido que traer algunos tanques de oxígeno, y las bodegas de Foxfire no podían permitirse ese gasto. Así que su cabello castaño tomó un aspecto fibroso y el agua goteaba por su nuca mientras recorría con cansancio el oscuro pueblo para encontrar el próximo bar.

       ***

      Era una capitana Korrel menos mojada, pero más desesperada, quien caminó hacia la puerta de Elliptic Enterprises dos meses atrás, en búsqueda de un empleo. El planeta era Nueva Creta y la situación era crítica. Su casero había notado su intención al dejar el apartamento; ella casi pudo oírlo preguntarse cuánto tiempo le tomaría fumigar el lugar y mudar a un nuevo inquilino—uno que pagara la renta puntualmente. Sus escasos ahorros prácticamente se habían evaporado y los prospectos de trabajo para la capitana de una nave, quien era tanto humana como eoana, eran mínimas.

      La puerta se abrió cuando ella tocó el timbre e ingresó a la oficina externa. Los alrededores no estaban tan mal como ella esperaba. En realidad, la oficina se encontraba ubicada en la zona menos elegante de la ciudad, pero se había hecho un esfuerzo para preservar la dignidad y el confort. Los pisos se encontraban cubiertos con alfombras, y las paredes estaban pintadas en un tono azul relajante y placentero. Interesantes piezas pequeñas de esculturas se encontraban colocadas en los rincones, y un par de móviles de plata colgaban del techo. El escritorio de la secretaria parecía estar hecho con madera real y la superficie de su tope estaba ocupada pero despejada a la vez. Nada en la sala combinaba totalmente con las demás cosas, pero al menos se había tomado algo de esfuerzo y orgullo para hacerla habitable. Dev había solicitado empleo en algunas oficinas que tenían pisos y paredes desnudas, además de enormes insectos que se arrastraban despreocupadamente sobre los escritorios. Esta era una mejora distinta.

      La secretaria—una agradable mujer de mediana edad—anotó su nombre, la invitó a tomar asiento y se fue a la oficina interna para informarle a su jefe sobre la llegada de Dev. Dev comenzó a hojear algunas revistas mientras esperaba—inicialmente, sólo para calmar sus nervios, pero apenas después de un minuto se encontraba absorbida por ellas. Casi consideró una intrusión cuando la asistente regresó para decirle que el Maestro Larramac la atendería en ese momento.

      Siguió a la mujer hasta la oficina interna, un tributo al eclecticismo. Larramac obviamente era un coleccionista de cachivaches, porque la habitación estaba adornada con extraños artilugios pequeños: un hidrante antiguo, un surtido de rocas coloridas, un conjunto de floreros de porcelana y muchas cosas pequeñas que ella no reconoció de inmediato. Afiches cubrían las paredes: “Trabajar es lo que haces, para que algún día no tengas que hacerlo más” y “Creo en meterme en agua caliente—me mantiene limpio.”

      Luego Dev notó al hombre detrás del escritorio. Era muy delgado y su cuerpo parecía estar compuesto en su totalidad por ángulos agudos. Sus ropas eran de violentos tonos rojos y azules, y su bragueta sólo era un estaño solapado. Su perilla se estaba poniendo gris y su cabello se estaba