Naturalmente, cuando lo que está en juego es algo más importante, más íntimo que una excursión, es necesaria mucha sensibilidad por parte de quien practica la adivinación. Es lícito predecir, pero debe hacerse sin desconcertar y sobre todo sin influenciar. El riesgo es especialmente notable para los individuos psicológicamente débiles, que muchas veces acaban por convertirse en esclavos de la previsión, sobre todo de la negativa, hasta el punto de que, inconscientemente, se llegan a comportar del modo más adecuado para que esta se lleve a cabo. Otros caen en manos del ansia y estrechan auténticos y verdaderos vínculos de dependencia con relación al adivino, sobre el que proyectan mecanismos de identificación afectiva hasta el punto de que ya no saben cómo conducir su vida sin sus consejos. Todo esto ya es suficiente para poder entender que nadie se puede convertir en adivino de la noche a la mañana y que esta actividad implica una gran responsabilidad. En la práctica, un buen cartomántico o quiromántico o astrólogo es un curioso cruce entre un psicólogo, un estudioso, un sacerdote, un hermano o una hermana mayor y precisamente por ello tiene que responder a numerosos requisitos: un fuerte conocimiento de las leyes esotéricas del universo, un sincero interés hacia los demás que, sin embargo, no debe llevarlo a peligrosos procesos de identificación, una profunda sensibilidad que le ayude a establecer qué es en realidad lo que la persona que le consulta está preparada para saber y asimilar, y una pasión hacia su oficio que no derive de un interés únicamente económico.
EL TAROT Y LA PSICOLOGÍA
De todas formas, no hay que pensar que las cartas del tarot no pueden ser utilizadas por los que no pretenden prever el futuro y prefieren no saber en lugar de angustiarse antes de lo debido. En efecto, en virtud de su simbolismo, de su lenguaje arquetípico que reproduce las distintas etapas de la experiencia vivida por toda la raza humana, también se pueden utilizar únicamente como instrumento de meditación y de autoconocimiento. El conocido psicólogo suizo Carl Gustav Jung, que fue el primero que formuló la teoría de los arquetipos, compara la conciencia con la parte visible de una isla, el inconsciente individual con la parte sumergida y el inconsciente colectivo, el que es común a todos los hombres, con el mar que fluye por debajo de ella. Las cartas hablan este lenguaje universal, que resulta muy útil para poner en comunicación casi inmediata la esfera de la conciencia con la zona del inconsciente individual y, desde esta, con el mar que fluye por debajo, el inconsciente colectivo. En efecto, los símbolos, al funcionar como auténticos y verdaderos imanes, atraen a otros símbolos y llevan a la superficie las ideas que todavía están en germen, y los sentimientos que han permanecido ocultos durante demasiado tiempo; en síntesis, desarrollan el trabajo del psicólogo y ayudan a asociar, a concatenar, a dialogar con uno mismo para lograr un mejor conocimiento del yo.
No es una casualidad que hoy en día haya numerosos grupos de investigación psicológica, sobre todo cuando se trata de análisis de grupo, que se apoyan en el simbolismo de los arcanos mayores para analizar los distintos tipos de comportamiento y los diferentes modos de actuar. La autoidentificación con una carta, una forma especial de ser, estudiada en relación con todas las demás se transforma así en una clara fotografía de uno mismo y de la forma de relacionarse con los demás: por ejemplo, está la mujer que prefiere el papel de mujer-Luna, maternal y receptiva, pero a veces, embustera y chismosa; o las que se identifican con mucha facilidad con la mujer-Papisa, sabia y silenciosa, o bien con la mujer-Emperatriz, serena e intelectualmente cultivada. Del mismo modo, está el hombre-Emperador, enérgico y autoritario; el hombre-Papa, sabio y paciente consejero; el hombre-Diablo, seductor y embaucador.
En cualquier caso, tanto si se trabaja sobre un solo arcano como si se une a otros, por ejemplo al que le precede o le sigue en la serie numérica, o bien al que está situado frente a él, la regla básica para meditar con el tarot siempre es la misma: entrar con fantasía en la carta, atravesarla como si tratase de una puerta abierta, instaurar un diálogo imaginario con el personaje que está reproducido en ella, visualizarla después de haberla mirado fijamente durante bastante tiempo intentando reconstruir todos sus detalles con los ojos cerrados. Después de esto las asociaciones de ideas se presentan espontáneamente: no hay más que pensar en la carta en cuestión, en su palabra clave, en sus atributos y enseguida aparecerá en la mente una multitud de pensamientos, recuerdos, experiencias y asociaciones a través de los cuales será posible dejarse deslizar dulcemente, casi como si se tratase de raíles, hasta la zona más profunda de uno mismo.
LAS BUENAS CARTAS NO MIENTEN
Hoy sabemos que habitualmente no utilizamos gran parte de nuestro cerebro. Así mismo, ignoramos casi por completo las funciones de la epífisis o glándula pineal, que quizás está ligada al llamado sexto sentido. Y precisamente el sexto sentido, es decir todos los fenómenos ajenos a los otros cinco, es el objeto de estudio de una ciencia a la que todavía se le ponen muchos obstáculos pero que actualmente está en vías de expansión: la