Maestros de la música. Nadia Koval. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Koval
Издательство: Издательские решения
Серия:
Жанр произведения: Современная русская литература
Год издания: 0
isbn: 9785448506536
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era «un bicho raro»: tenía la manía de contar los ladrillos y las ventanas de los edificios y también el número de barras en sus partituras orquestales gigantescas, asegurándose de que sus proporciones fueran estadísticamente correctas. Pero había cosas más extrañas en su comportamiento. Por ejemplo, cuando su madre murió, Bruckner encargó una fotografía de ella en su lecho de muerte y la dejó en su habitación de enseñanza. No tenía retratos de su madre de cuando estaba viva; sólo miraba fijamente a esa única fotografía como si en ella hubiese un «memento mori» inquietante. Bruckner parece no haberse involucrado nunca demasiado profundamente con una mujer. Las mujeres le fascinaban y continuamente les proponía matrimonio a las jovencitas. En su diario llevaba una lista de todas las mujeres por las que alguna vez se había sentido atraído. Sus frustraciones amorosas continuaron prácticamente hasta su muerte. En 1891 y, nuevamente en 1894, le propuso matrimonio a una camarera de un hotel, pero ella se negó a convertirse al catolicismo y el imposible matrimonio nunca se llevó a cabo.

      No obstante, «la verdadera naturaleza de Bruckner se revela en sus obras. En comparación con sus creaciones todo lo demás carece de importancia y conlleva el peligro de hacer que aparezca bajo una luz equivocada ante un público que aún no ha reconocido plenamente su grandeza». Estas palabras escritas por el compositor y ex alumno de Bruckner, Friedrich Klose, son tan verdaderas como desalentadoras para los biógrafos. Para muchos de ellos el hombre cuya vida están describiendo y el creador de las nueve grandes sinfonías parecen ser dos temas totalmente diferentes. Pero hay un puente de un solo sentido que va desde las obras de Bruckner hacia el hombre mismo. Solamente teniendo esto en cuenta se puede conocer su verdadero carácter.

      Es interesante notar que la vida externa de Bruckner no ha tenido ningún efecto aparente en su trabajo. Una inmensa reserva de fuerzas psíquicas, originaria de un reino que no estaba sujeto a ninguna influencia del exterior, fue almacenada en él, dotándolo de un gran poder creativo. Hoy en día es difícil de imaginar conciertos sinfónicos sin la música de Bruckner, pero para los directores de orquesta de aquella época, tales como Arthur Nikish, Karl Muck o Franz Schalk, era un atrevimiento incluir una sinfonía de Bruckner en sus programas. Interpretarlos significaba un riesgo para la gestión de los conciertos. Había varias razones para causar esta incertidumbre. En primer lugar, la gran parte de los oyentes prefería las obras de Brahms, considerándolas la culminación de la música sinfónica. En segundo lugar, las nuevas tendencias en la música le parecían al público completamente desfavorables para el oído.

      Los amantes de la música clásica no cesan en debatir acerca de la importancia y el valor artístico de las sinfonías de Mahler y Bruckner. Sobre la cuestión se expresaba ampliamente Bruno Walter, famoso director de orquesta, diciendo que «…en la música de Bruckner vibra un tono malheriano secreto, al igual que en la obra de Mahler algún elemento intangible es una reminiscencia de Bruckner. A partir de esta intuición de su parentesco trascendental es claramente permisible hablar de Bruckner y Mahler; por lo tanto, es posible que a pesar de las diferencias en su naturaleza e incompatibilidad de características importantes de sus trabajos, mi amor incondicional e ilimitado puede pertenecer a los dos».

      Aunque Bruckner siempre trabajaba meticulosamente, los nueve años dedicados a su última sinfonía fueron algo sin precedentes. Su salud estaba decayendo y presentaba claros síntomas de inestabilidad mental. Una de las manifestaciones de su enfermedad fue la manía por revisar varias de sus sinfonías anteriores. Además, otro fanatismo se apoderó de él y le quitó sus energías: su devoción religiosa, que siempre había sido fuerte, en sus últimos años quedó fuera de control. Su deseo de dedicar la Novena Sinfonía a Dios es sintomático de su obsesión. La obra quedó incompleta debido a la muerte del compositor en 1896.

      Revista QUID N° 55, diciembre 2014

      FERRUCCIO BUSONI

      Ferruccio Busoni (1866—1924)

      Ferruccio Busoni fue una de las figuras más grandes en la historia del mundo pianístico, además de haber sido compositor, director y pedagogo. Fue un músico que tenía una capacidad artística brillante y una amplísima aspiración creativa. En él se combinaban las características del «último de los mohicanos» del arte del siglo XIX y las del visionario valiente del futuro de la música. Su idea de la «unidad de la música», la diversidad de estilos con los que experimentó y la originalidad de sus obras no fueron comprendidas en su momento y es quizás la razón por la cual su nombre sufrió un relativo olvido en la lista de las grandes personalidades musicales del siglo XX.

      Busoni nació el 1 de abril de 1866 en la ciudad de Empoli, que se encuentra al norte de Italia en la región de Toscana. Era el hijo único del clarinetista Ferdinando Busoni y de la pianista Anne Weiss, que era de origen alemán. Los padres del niño se dedicaban a dar conciertos y llevaban una vida errante. El padre, una persona muy exigente, fue el primer maestro del futuro virtuoso; era capaz de sentarse al lado de su hijo durante cuatro horas al día cuando éste tocaba el piano, controlando cada nota y cada dedo. Orientando a Ferruccio hacia el «camino de Mozart», lo preparó para que diese su primer concierto en público a los siete años. Esto aconteció en 1873 en Trieste. Luego, en 1876, el pequeño músico viajó a Viena, donde fue presentado a Franz Liszt y a Johannes Brahms. En el periódico austriaco Neue Freie Presse salió un artículo sobre uno de sus conciertos, que decía: «En el pequeño pianista había muy poco de niño prodigio, pero mucho de un verdadero músico».

      Después de estudiar con el compositor Wilhelm Mayer-Remy en Graz, el joven Busoni comenzó su gran carrera musical. En 1881, se convirtió en miembro de la Academia Filarmónica de Bolonia. Este fue el segundo caso, después de Mozart, en el que una persona tan joven recibió este importante título honorífico. En 1889, el músico se trasladó a Helsinki, donde comenzó a trabajar como profesor de música. Durante ese período, se conoció con Gerda Sjöstrand, la hija de un escultor sueco, con la cual contrajo matrimonio.

      La vida de Busoni hizo un gran giro en 1890, cuando participó en el Primer Concurso Internacional de Pianistas y Compositores Antón Rubinstein. Cada sección fue galardonada con un premio. Ferruccio Busoni ganó el primer premio como compositor, gracias a la presentación de su Konzertstück. Según la opinión de la mayoría de los jueces, debería haber ganado también el premio como pianista. Luego de este concurso se convirtió en profesor del Conservatorio de Moscú. Tenía un gran número de discípulos y estaba obligado a enseñar treinta y cinco horas por semana. Pronto descubrió que sus ingresos no bastaban para cubrir todos los gastos, a pesar de que Gerda era una ama de casa inteligente y cuidadosa. Pronto empezó su añoranza por Hamburgo y Leipzig; en Moscú sentía que se hallaba separado de la cultura europea y solo podía esperar con ansias su gira de conciertos durante las vacaciones de Navidad.

      Un miembro de la familia Steinway lo urgió desde Nueva York para que visitara los Estados Unidos. Se precipitó a estudiar inglés y decidió aceptar la invitación para ocupar un puesto de catedrático en Boston. El salario propuesto era tres veces la suma que recibía en Moscú. Había otro estímulo más por el hecho de que su viejo amigo Arthur Nikish se había establecido en Boston como director de orquesta. No obstante, tras instalarse en Estados Unidos en 1891, Busoni pudo contemplar su estancia como un periodo de transición. La carrera que buscaba desarrollar era la de un virtuoso pianista viajero. Con tal idea en mente determinó situar su hogar en Berlín. El primer gran éxito de Busoni fue en 1898, después de una serie de cuatro conciertos dados para ilustrar la historia y el desarrollo del concierto para piano. Busoni tocó los conciertos de Bach, Beethoven, Mozart, Hummel, Mendelssohn, Schumann, Chopin, Hensel, Brahms, Liszt y Rubinstein.

      La energía de este hombre simplemente no tenía fronteras. A principios del siglo organizó una serie de conciertos en Berlín con el nombre de «Las tardes de orquesta» donde bajo su dirección se interpretó una gran cantidad de música contemporánea. Entre las obras se encontraban las composiciones de Elgar, Delius y Schönberg. Busoni fue promotor de la música moderna; influyó a muchos de sus alumnos y otros músicos. En su libro «Esbozo de una nueva estética musical», aclaró su filosofía sobre la música y cómo hay que hacer para alcanzar la libertad en ella. Sus