La muchacha muy simpática y bonita vuelve un día, al anochecer, de lavar en el río los lacrimosos pañuelos de la princesa[50].
En medio del camino, y muy distante aún de las puertas de la ciudad, se siente algo cansada y se sienta al pie de un árbol.
La muchacha saca del bolsillo una naranja, y ya va a mondarla para comérsela, cuando se le escapa de las manos y empieza a rodar por aquella cuesta abajo con singular ligereza[51].
La muchacha corre en pos de su naranja. Pero mientras más corre más la naranja se adelanta, la pierde de vista[52].
La muchacha está cansada de correr, y sospechando, aunque poco experimentada en las cosas del mundo, que aquella naranja tan corredora no es del todo natural.
La pobre muchacha se detiene a veces y piensa en desistir de su empeño; pero la naranja al punto s detiene también.
La muchacha llega a tocarla con la mano, y la naranja se le desliza otra vez y continúa su camino[53].
La pobre muchacha está muy cansada cuando nota al fin que ella está en un bosque intrincado, y que la noche se le venía encima, obscura como boca de lobo[54].
Entonces la pobre muchacha tiene miedo, y rompe a llorar.
La obscuridad creció rápidamente, y ya no puede ver ni naranja, ni árboles, ni dar con el camino para volverse atrás.
La pobre muchacha está muerta de hambre y está muy cansada, cuando ve no muy lejos unas brillantes luces[55].
Piensa ser las de la ciudad; dio gracias a Dios, y va hacia aquellas luces. Y ve un gran palacio[56].
Pero, ¡cuán grande no sería su sorpresa al encontrarse, a poco trecho y sin salir del intrincado bosque, a las puertas de un suntuosísimo palacio, que parece un ascua de oro por lo que brilla, y en cuya comparación pasaría por una pobre choza el espléndido alcázar del rey Venturoso! No hay guardia, ni portero, ni criados que impidiesen la entrada.
La chica, que no es tonta y que además siente el estímulo de la curiosidad y quiere dormir y comer algo[57].
La muchacha sube por una ancha y lujosa escalera de bruñido jaspe, y empieza a discurrir por los más ricos y elegantes salones, aunque siempre sin ver a nadie[58].
Los salones están, sin embargo, profusamente iluminados por mil lámparas de oro, cuyo perfumado aceite difunde suavísima fragancia. Los primorosos objetos que hay en los salones son ricos y hermosos.
La muchacha los admira a su sabor, y admirándolos se va poco a poco hacia un sitio de donde sale un rico olorcillo de viandas muy suculento y delicioso[59]. De esta suerte llega a la cocina, pero no hay nadie[60]. Ni jefe, ni sota-cocineros, ni pinches, ni fregatrices había en ella; todo está desierto, como el resto del palacio. Ardían, no obstante, el fogón, el horno y las hornillas, y en ellos estaban al fuego infinito número de peroles, cacerolas y otras vasijas.
Levantó nuestra muchacha la cubierta de una cacerola y vio en ella unas anguilas; levantó otra y vio una cabeza de jabalí desosada y rellena de pechugas de faisanes y de trufas[61]. Vio los manjares más exquisitos que se presentan en las mesas de los reyes, emperadores y papas. Vio algunos platos, al lado de los cuales los imperiales, papales y regios serían tan groseros como al lado de éstos un potaje de judías o un gazpacho.
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