En una buena temporada, puede que ganes entre mil quinientos o mil seiscientos euros a la semana. Si la cosa está mal, puedes sacarte setecientos, ochocientos euros por semana. Todo depende de los trabajos que te salgan. Ten en cuenta que se trabaja veinticuatro horas, y a veces te pueden salir clientes que nosotros llamamos «de colocón». Estos pueden tirarse fácilmente trece, catorce o quince horas. Los pisos son como los puticlubs de las chicas, siempre tienen droga por si acaso llega algún cliente por sorpresa y pregunta por una dosis. No suelen tenerla físicamente por temor a posibles redadas de la policía o por si algún chico denuncia al piso. Temen que vaya la policía y encuentre algo. Pero por lo general tienen contacto con un camello que, tras una llamada, en diez minutos te tiene la droga en la puerta. Lo más frecuente es que los clientes pidan alcohol, cocaína y popper. Viagra también se consume, aunque eso ya depende del chico. Yo, por ejemplo, nunca la he tomado.
Otras veces tienes que hacer dos o tres pases diarios para llegar a una buena suma a fin de mes. Aunque sean muchas horas, eso no importa; y al acabar un servicio si quieres puedes volver a trabajar. Si quieres trabajar, trabajas, y si no, pues no lo haces. Depende del piso, sus normas y de lo que el dueño te diga. Trabajar tanto tiempo con clientes, por supuesto, desgasta, pero yo no hago nada particular. No sigo ninguna dieta especial, como lo mismo que cualquier persona. Tampoco hago mucho ejercicio. Yo creo que el secreto está en el descanso, aunque cuesta, uno allí no descansa bien, aguantas hasta que el cuerpo te dice «hasta aquí», y entonces tienes que parar. Porque se nota, se nota el estrés, y el agotamiento te acaba pasando factura. Algunos chicos consumen Viagra, pero yo nunca la he tomado.
Los servicios más demandados son el francés, la penetración, toqueteos, magreos, besos, caricias. Lo normal. A veces, servicios sadomasoquistas, pero eso ya son servicios especiales. Para ello tienen que pagar una tarifa extra. Yo he tenido servicios sadomasoquistas y en una hora de sado puedes llegar a cobrar hasta seiscientos euros. ¿Límites con los clientes? Son relativos, y va en función del cliente y la confianza que te dé, pero por lo general el único límite que pongo es que, para penetrar, ya sea yo a él o él a mí, siempre se use condón. Yo nunca he dejado de usar condón. Ese creo que es el único límite que tengo, ese y que se corran en mi boca. Eso tampoco lo acepto.
Es muy común que te pidan sexo sin condón y, claro, cuando les dices que no, te dicen: «Ay, pues un compañero tuyo aquí me acaba de decir que sí». «Pues entonces cógele a él. ¿Para qué me preguntas a mí sabiendo que te voy a decir que no? ¿Para qué me preguntas si antes él te ha dicho que sí, que lo va a hacer sin condón? Pues ahora vas y lo coges a él».
Algunos gerentes intentan obligarte a aceptar estos servicios, sobre todo si el cliente es un fijo de la casa. Ellos obviamente no te tienen ahí para perder dinero, así que, si el cliente se mete coca, te pedirán que tú te metas coca. Respecto al uso del condón, depende del dueño con el que topes. Cada uno tiene su manera de pensar y gestionar el sitio. Pero yo no, nunca he accedido a no usar condón. Otros compañeros sí, claro que otros acceden. Creo que en esos casos el cliente les da propina, les suelen ofrecer doscientos o trescientos euros de propina y, claro, por ganar más dinero lo hacen. Yo también podría haberlo hecho, pero prefiero mi salud a una propina. Por trescientos euros no voy a coger cualquier enfermedad. Cuando me entero de que un chico ha tenido sexo con un cliente sin condón, soy el primero que no entra a hacer tríos con él. Y de poder, buscaría otra «plaza» hasta que ese compañero se fuese del piso.
La mayoría de los clientes son mayores, con edades de entre cincuenta y sesenta años, casi todos ellos casados, con mujer e hijos. Hay un porcentaje grande de gay oculto, ¿no?, que tiene mujer como tapadera. Muchos son gais y así se reconocen, pero obviamente piden discreción. Pero también pueden venir solteros u hombres con pareja, pero sin estar casados ni nada. Yo he tenido clientes de veintitrés y veinticuatro años que solamente por morbo o por saber lo que se siente han pagado a un chico profesional. También he tenido clientes jóvenes de verdad y clientas femeninas. Mujeres solas no, pero muchas parejas heterosexuales que llaman, así como travestis que vienen también como clientes. Yo soy gay, pero he tenido servicios con parejas. Pensaba en el dinero, uno tiene que ser profesional para poder hacer eso. Casi siempre atendemos a hombres, pero si sale un servicio con una pareja heterosexual, pues obviamente sabes que va a ser más dinero, va a ser el doble. Cuando uno hace servicios con parejas y hace el amor con una mujer, es cuando ya se siente profesional. Porque ahí tienes que controlar mucho la mente para que no se te desempalme y poder hacerlo y correrte con una mujer. Lo bueno es que las mujeres no son tan exigentes como los hombres, no piden tantas cosas. Un hombre sí, con un hombre te toca aguantar, con un hombre obviamente sientes dolor, porque muchos de los clientes son activos, con una mujer no sientes dolor. En este sentido, la diferencia se nota mucho, es abismal.
Los clientes que atendemos son de todo tipo, sin diferencias entre los que van de pisos y los que hago por libre. Recuerdo que una vez, aquí en Madrid, trabajando en el centro, hubo una salida con alguien muy importante del Ayuntamiento de Madrid. Creo que todo el mundo le conoce, pues bueno, el servicio era para él. Esa es la profesión. También hay un piso aquí al que va siempre un cura, es sacerdote. A él le gusta, bueno, le gustaba estar con chicos. Yo también he estado con ese cliente. Se puede tirar horas, le gusta que le digas cosas como: «Mira como me follo al padre», o cosas así, todo relacionado con su mundo. Me cuesta contener la risa cuando pienso en ello, aunque ya no me impacta. Tras seis años de prostitución, he visto mucho. Claro que cuando sucede te quedas pensando: «Estoy pecando, ¿no?». Pero luego te relajas y dices: «Pues ahora estoy pecando más porque estoy con un cura».
Problemas con los clientes he tenido pocos. Se dio una ocasión en que un tipo empezó como a darme azotes, bofetadas y a escupirme. Yo eso sí que no lo aguanto, porque somos putas, pero no somos sacos de boxeo, así que le dije que parara, pero me contestó que para algo estaba pagando. Pero, vamos, que, salvo esto, nunca he tenido ningún problema. Ni siquiera entre compañeros. Con gerentes de pisos, en cambio, sí.
Las normas que imponía este hombre yo creo que eran muy bruscas. Uno está prostituyéndose en un piso, no está pagando condena en una cárcel donde te tienen encerrado y te obligan a hacer cosas. Ese es el caso. Como ninguno de los compañeros daba el paso, lo di yo, no iba a aguantar eso, ni para mí ni para la gente que se prostituye, así que le denuncié. Le denuncié y ahora a esperar el juicio. A los compañeros no les queda más remedio que callar y aguantar porque muchos vienen solos a España y no tienen a donde ir. Lo peor es que yo creo que hay muchos pisos igual que ese. Yo no aguantaría estar en un piso con esas normas. Buscaría otra «plaza», pero muchos compañeros no se van porque tienen miedo.
Con ello no quiero decir que los pisos estén mal ni nada, pero sí creo que deberían pagar sus impuestos y tener unas normas, como las de un trabajo normal. Y en el que los chicos tengan más, más, más… prevención y facilidades para cuidar su salud. Que tengan sus pruebas, que no cojan enfermedades y que vivan en condiciones dignas y no infrahumanas, como en las que vivíamos en ese piso. Hay pisos en los que duermes hacinado con el resto de chicos en la cocina, con cucarachas; en el mismo sitio donde cocinas están las camas, las literas. Muchas veces duermen dos en una cama de noventa. No tienes descanso, no tienes salud, no tienes nada. Estás viviendo en la porquería.