The mystery box. Polo Toole. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Polo Toole
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788419300973
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      —¡Ah, sí! –se emociona.

      —¿Vas a hacer un video especial o qué? –Alberto se sorprende de que no le haya dicho nada.

      —Sí, pero voy a necesitar tu ayuda, igual...

      —A ver...

      —Bueno, la cosa es que voy a llegar al millón de subscriptores y, como en su momento hubo un boom de canales subiendo videos de cajas misteriosas de la Deep web y dije que lo haría en mi canal cuando llegara al millón, me han estado pidiendo a hierro que compre una y lo suba.

      —Pero tío..., ese boom ya..., pelín caducado, ¿no crees?

      —Pues bastante, pero es que me lo han estado pidiendo a muerte. Pero obviamente tiene que ser real.

      —...ya, –medita Alberto– porque no puedes hacer como la mayoría e inventarte algo y ya está, ¿no? –se indigna.

      —Joder, tío, no pensaba que te fuera a molestar, la verdad.

      —A ver, Víctor, la verdad es que no te lo recomiendo para nada. Y es que además está desfasado no, lo siguiente, vamos, a años pasados te vas a pillar una caja...

      —Tío, es un canal de misterio, les hace gracia, yo que sé. Y no puedo fingir con algo así, no me parece razonable. Hay algunos canales que han comprado realmente las cajas.

      —Pues mira, otra excusa para no hacerlo. Porque hubo morralla a saco, pero algunos de verdad quedaron expuestos a mucha mierda.

      —A ver..., –intervino Atalanta– a mí me da mal rollo.

      —¡Qué va! Hay un montón de gente que se aprovecha de esto y simplemente hacen cajas pareciendo chungas, pero es mentira todo.

      —Vale, pero hay un porcentaje que realmente viene de un mundo turbio y, haciendo eso, estarás expuesto porque la probabilidad sigue existiendo.

      —Joder, vaya ánimos...

      —Lo vas a hacer igual, ¿no? –pregunta Alberto tras una pausa mirándolo muy serio.

      —Pues..., sí, no me parece big deal –suspira–. Me he comprometido con mis subscriptores y, sinceramente, quiero comprarla, que me quedé con las ganas en su momento.

      —Tú mismo... –sentencia Atalanta.

      —Joder... –Alberto hace una pausa–. Pues nada, tendré que ayudarte –dice enfadado.

      —¿En serio? –la cara le resplandece.

      —Qué remedio, pero tú me prometes que no harás el unboxing en el piso. Es que ni quiero estar cerca de donde vaya a estar esa cosa.

      —Trato hecho. Mejor, así busco un decorado decente para vuestro canal favorito..., –carraspea y cambia la voz– Mysterious Headache.

      —Hay que reconocer..., –Atalanta mira a Alberto y se agarra de su brazo– que el niño hace gracia –los tres acaban riendo.

      —Ay..., –Alberto hace como Atalanta y agarra a su amigo por el brazo también– me llevas por el camino de la amargura.

      Los tres se relajaron tras la discusión y terminaron de beber y charlar de otros asuntos más triviales, como las últimas series que habían visto y qué portal de series era mejor.

      —¡Por cierto!, –Atalanta se emocionó mucho cruzando la calle– ¡venid, mirad!

      —¿Qué pasa? –Víctor y Alberto se acercaron.

      —¡Dentro de nada es el concierto, tenemos que ir! –los miró a ambos con ojos chispeantes. Había un par de carteles de The Blaze, que iban a dar un concierto en Madrid en unos meses. Había más carteles del grupo, pero los habían arrancado y solo quedaban algunos pedazos.

      —¡¿Qué dices?! –Víctor se emocionó y se quedó mirando el cartel, escrutándolo–. No sabía que venían –dijo con los ojos muy abiertos.

      —Pues solo haría falta la entrada para ti, –le señaló Alberto a Atalanta– porque Vesta y yo compramos entradas para los tres hace tiempo –sonrió a su amigo.

      Al rato de terminar las bebidas decidieron andar mientras se aventuraban a la sala. No había una sesión especial, así que las expectativas en cuanto a la música estaban bajas, seguramente acabarían poniendo lo de siempre, claro que era mejor que lo de siempre de los demás sitios. La sala Saturno no era una de las más grandes, pero la gente que solía entrar parecía ir a su rollo más que en otros sitios, no iban con más intención que disfrutar de la música bailando. Y así era que la sala, aunque todos la abreviaran a Saturno, se llamaba en realidad Saturno bailando con sus hijos, en una referencia al mito y al genial pintor. Antes de siquiera acercarse al final de la cola, un chico de ojos saltones y que hablaba muy rápido se lanzó sobre Alberto haciéndole todo tipo de preguntas. Atalanta y Víctor lo miraron con el hocico torcido, pero Alberto se adelantó.

      —Lo conozco, íbamos a un grupo juntos hace cuatro años – aprovecha para decir mientras el otro le da dinero a una chica de su grupo que se marcha.

      —¡Es increíble encontrarnos aquí!, –continuaba el de ojos saltarines– desde que el grupo se cerró la verdad es que hemos estado todos muy a la nuestra, ¿sabes?, pasando mucho, metidos en nuestras vidas, ¡pero qué alegría verte! Están Venecia y Lucía también esperándome en Gran Vía, ¿seguro que no te quieres venir? Esta sala no está tan bien, no sé si la conocéis mucho... –Víctor le echa una mirada de toro a su amigo, pero Alberto está ocupado intentando sacárselo de encima. Al final, la chica del grupo con la que iba le pegó un grito diciendo que no lo iban a esperar más porque no llegaban a la fiesta y tuvo que ceder y salir corriendo mientras le decía de quedar una y otra vez a Alberto.

      —Uf..., qué agobio –Alberto realmente odiaba este tipo de encuentros forzados con gente con la que nunca tuvo ninguna relación de amistad.

      —Cringe.

      —Joder, parecía que te conocía desde la primera infancia, macho.

      —Pues ni mucho menos. Estábamos juntos en el mismo grupo, pero él llegó más tarde y yo me fui antes, con lo cual la relación tú me dirás...

      —Pues te adora –añade Atalanta.

      —¿Y de qué grupo lo conoces?

      —Psicólogo.

      —Te encantaba, ¿no? –pregunta y sonríe Víctor con sarcasmo.

      —Era mi pasión, –Alberto entra en modo cínico chistoso y dibuja una tenue sonrisa hasta activar el hoyuelo– todas las semanas deseaba que llegara el día de la reunión. Cuando el día llegaba, desde que salía del autobús recorría corriendo los metros que me separaban de mi destino, ansioso, excitado, embravecido. Fue la época dorada de mi vida –Atalanta y Víctor se echan a reír y casi se les cuelan porque ya habían llegado al principio de la fila.

      —Eh, eh, –les replica Víctor a los que intentaban aprovecharse de su despiste– que estamos nosotros delante, tíos, no seáis así, por Dios, por la Virgen, que somos solo tres.

      Por fin dentro, habían llegado al destino y las luces verdes y rosas fosforitas tan características del Saturno hacían que abrirse paso hasta las escaleras para bajar a la sala fuera un trance de color. Por el ambiente psicodélico, eran muchos los que optaban por agolparse en las escaleras con los codos hacia afuera en la barandilla mientras preparaban sus caramelos discretamente, al menos ellos lo creían así, a la vista estaba. ¿Quién iba a sospechar de una fila de espaldas y cabellos sudorosos mirando hacia la pared con el cuello inclinado? Los tres sortearon las concurridas escaleras y entraron por fin a la sala donde la acción pasaba y, justo mientras terminaba un tema electrónico más bien suave, de repente sonó un remix potente y todo el mundo enloqueció. Atalanta se hizo hueco en la pista y Alberto y Víctor se posicionaron junto a ella para disfrutar la canción. Bailaron otros dos temas más cuando Alberto dijo de tomar la consumición y entonces fueron a la barra rosa. El local no era gigante,