Esta dirección es la que se expresa en la enseñanza social de la Iglesia con el nombre de «subsidiariedad»: lo que pueden conseguir los sujetos asociados no debe realizarlo el Estado, porque imaginarlo, actuarlo y gerenciarlo constituye un ejercicio de creatividad y de convivialidad y cooperación: de amor del bueno. Hay que insistir porque una tendencia de las izquierdas es copar estas organizaciones con lo que son privadas de su subjetualidad y por tanto de su carácter crítico26. No habrá posibilidad de superar la cautividad de los gobiernos respecto del gran capital ni, en el otro polo, de la tendencia a la estatización de los gobiernos de izquierda, si no existe una red tupida de estas organizaciones y no conservan su carácter deliberante y de base.
Así como creemos que sí existe una base de personas densas con libertad liberada que viven agónicamente, aunque en paz, la polifonía de la vida, no creemos que exista una masa crítica de esas organizaciones, aunque en este siglo ha habido un incremento de ellas y las que existen, por ejemplo, de derechos humanos y muchas otras –por ejemplo, las indígenas y las de defensa de las aguas, las tierras y la misma existencia de las comunidades, en grave peligro de envenenamiento, degradación y disolución por causa de las empresas mineras, irresponsablemente habilitadas por los gobiernos–, hacen ver la fecundidad de la propuesta y son fuente de esperanza.
Estas organizaciones se oponen al totalitarismo del mercado y a su lógica, que es lo que se opone radicalmente a Dios en el mundo y en nuestra región. Pero para una mirada convencional no aparece claro cómo en ellas se hace presente Dios, si se mantienen superando la militancia y el doctrinarismo, la lucha interna por el poder y el dirigismo, y si están abiertas al grupo humano más amplio en el que se incardinan y entablando con los adversarios del establecimiento injusto una contienda justa.
No son organizaciones religiosas, ¿cómo se hace presente Dios en ellas? Ya hemos insistido en que Jesús fue una persona religiosa, pero hizo presente a Dios en la vida, instaurando la reciprocidad de dones como modo primario de relación y de personalización. Encontró su propio bien haciendo el bien a los demás, sin sustituirlos sino activando sus mejores energías. Por eso provocó un movimiento de reunión. Lo que vivió fue manifestación de amor. Esto es lo que intentan estos grupos, organizaciones y movimientos, cuando se mantienen en los parámetros antedichos.
Por eso la Enseñanza Social de la Iglesia sostiene que una manifestación eximia de la caridad es la caridad social. La razón es que el bien cuanto más universal es más divino27. Ese amor es el que recibimos incesantemente y el que actuamos cuando damos de nosotros mismos, aunque no hagamos explícitamente estos análisis. Por eso, buscando la vida buena conjuntamente actuamos el amor, en definitiva el amor en que Dios consiste, del que participamos, y por eso hacemos presente a Dios, y por eso de ese modo, digamos atemático, podemos encontrarnos con la sustancia de Dios.
Una política realmente democrática es indispensable para superar el totalitarismo de mercado que es lo que se opone frontalmente a Dios en el mundo y en nuestra región
Dios quiere que la política no siga siendo expresión del poder despótico del capital sobre los ciudadanos, sino de la gestión de los ciudadanos en pro del bien común, que no sacrifique el de cada componente de la nación, pero que los concilie en torno al bien común, en el que están resguardados los bienes privados legítimos.
Pero la política no es absoluta; vale tanto cuanto exprese en la práctica los mínimos de buena vida pactados por los ciudadanos y expresados en la Constitución: la seguridad de los ciudadanos y sus propiedades; la posibilidad real de medios de vida para todos; servicios de educación y salud, en gran medida gratuitos y a la altura del tiempo; un sistema de tributación en gran parte directo, tanto a las ganancias como al patrimonio28, y no casi todos indirectos, como viene sucediendo; el salario congruo y regulado por la ley, la participación de la empresa en la seguridad social de los trabajadores, que incluye el seguro de enfermedad y la jubilación; la división efectiva de poderes, la independencia del poder judicial respeto del ejecutivo y de los poderes fácticos; la competencia y probidad de los funcionarios del Estado y su independencia respeto del gobierno; la trasparencia de la gestión y la responsabilidad ante los ciudadanos.
Estos mínimos no solo no se dan en Nuestra América, sino que son vistos como máximos imposibles. Pero sin estos mínimos lo que se da, en palabras de Medellín es «violencia institucionalizada»29 y al rechazar así el don de la paz, que es el don mesiánico por excelencia, se rechaza a Dios mismo30, que es lo que sucede en la mayoría de los países de la región. Por eso decimos que esta es una situación de pecado. Por eso para hacer presente a Dios hay que procurar estos mínimos que solo políticamente se pueden lograr. De ahí la trascendencia de la política.
Estos mínimos que tiene que realizar la política hasta lograr que se conviertan en un Estado dinámico de derecho, elegido y querido por la mayoría y actuado tendencialmente por todos los ciudadanos, son tan decisivos y se necesita tanta determinación y arte para ir llegando progresivamente a ellos, se requiere un gasto tan continuo y exorbitante de energías, que no es posible llevarlo a cabo sin una obediencia habitual el Espíritu, que da energías y dirección vital.
Todo esto entraña un modo distinto de hacer política y un tipo radicalmente distinto de políticos. Una política, ejercida vocacionalmente como servicio al bien común por una persona que sabe que está en juego la humanidad de sus conciudadanos y su propia humanidad. Por eso ejerce la política con responsabilidad. Pero además, como no está solo como un gerente que atiende obras y administra recursos, sino que está con los demás, estas relaciones ayudan a no caer en la tentación, cosa mucho más factible cuando la relación predominante es con planes y proyectos y gente que los gestiona abstrayendo su condición personal.
Insistimos en que en lo dicho se juega el mínimo, que es la vida de todos los latinoamericanos, el don sagrado de Dios, y al procurarla sin exclusiones desde el privilegio de los pobres, se logra también la calidad humana de esa vida y la convivencia fraterna y consiguientemente la desaparición del imperio del ídolo que es el dinero, que causa víctimas e impide la vida filial y fraterna. Así hacemos presente al Dios de Jesús. Queremos subrayar que lo que hemos dicho, que no aparece como temáticamente religioso, sí asume lo más medular del cristianismo, por lo que la mejor manera de asumirlo a fondo es cultivar a fondo el cristianismo.
Insistimos que lo dicho no es solo nuestro proyecto, sino antes que eso la proclamación gozosa de que ya existe y que lo que existe vehicula nuestra esperanza y motoriza nuestro empeño y nos hace ver que no es un espejismo y ni siquiera una utopía sino una realidad en ciernes que tenemos que hacer nuestra y cultivar gozosamente y expandir como Buena Nueva.
¿Una nueva fase en la teología
iberoamericana?, ¿un salto hacia el futuro de la teología en castellano?1
Carlos María Galli*
Esta contribución desea pensar una cuestión expresada en el título de nuestro encuentro: «El presente y el futuro de una teología iberoamericana inculturada». El interrogante puede plantearse en estos términos: ¿estamos en los inicios –y somos protagonistas– de una nueva fase de la teología íbero-latino-americana en castellano? ¿Queremos dar un salto hacia delante en la reflexión teológica en español mediante el diálogo entre latinoamericanos, españoles y latinos en Norteamérica?