Inhalación profunda. Adam Zmith. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Adam Zmith
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412512311
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muerte de Miller y las habladurías que la rodearon fueron suficientes para obstaculizar el suministro de popper al mercado en 2010. En apariencia, el negocio de Miller se tambaleaba como un bailarín sobre una barra. Durante algunos meses después de su muerte en agosto de 2010, los consumidores de popper tuvieron dificultades para hacerse con alguna botella de Rush, la marca de Freezer, que para ese momento estaba produciendo la empresa de Miller, además de Quicksilver y Hard Ware. Los vendedores, tanto online como en establecimientos, retiraron los productos que les quedaban y la consiguiente escasez llegó a los foros de internet. Miller ya había sido multado en 1994 por la Dirección General de Consumo de Estados Unidos por exportar popper19 y ahora, al parecer, su negocio volvía a estar amenazado. ¿Cómo saber cuál sería el siguiente objetivo? ¿Los vendedores? ¿Los consumidores?

      Es complicado saber si los vendedores actuaron por su cuenta al retirar los productos de Miller o si, además, la empresa se vio en dificultades para continuar con el suministro justo después de su muerte. En cualquier caso, durante un tiempo los vendedores actuaron con cautela. A finales de 2010, el suministro ya había vuelto a la normalidad. La página web de Rush, que incluye enlaces a vendedores autorizados, aún en 2021 anuncia «Las marcas de PWD han vuelto». PWD, recordemos, es el acrónimo de Pac-West Distributing, la empresa original creada por Freezer.

      El objetivo de esta breve historia de la industria y las personas detrás del popper es revelar algo sobre la relación entre comercio, regulación y placer. La gran historia del negocio en el siglo XX es cómo el capitalismo y los desarrolladores de productos crearon identidades colectivas a las que poder dirigir su publicidad. De amas de casa a adolescentes, de bebedores de Guinness a conductores de coches Ford. Los emprendedores como Freezer y Miller hicieron lo mismo con los homosexuales y el popper. Quizá empezó siendo un medicamento victoriano (capítulo 2), pero evolucionó hasta convertirse en un elemento perteneciente a una subcultura sexual y, para algunos, una identidad (capítulo 3).

      Esta breve historia también sugiere una de las características más distintivas del popper: la forma en la que su identidad, su uso y su categorización existen fuera de la ley. Las botellitas marrones con etiquetas llamativas son de venta libre en sex shops y supermercados del Reino Unido y Estados Unidos. Pero esto es solo gracias a un pacto entre las autoridades y los vendedores. Todo el mundo está de acuerdo en que este producto no es apto para el consumo humano, lo que significa que se etiqueta presumiendo usos ficticios como «ambientador de interiores» o «limpiador de calzado». De esta forma se vende, compra y posee legalmente. Las autoridades miran hacia otro lado ante la evidencia de que cada botella contiene un vapor que es inhalado por los humanos que las compran. Excepto en el caso de los humanos que las compran por error. Debe ser el único producto cuya venta permite el Estado amparándose en una mentira. Quizá Lloyd George inició este secreto a voces en su oficina en Whitehall cuando miró en otra dirección después de enterarse de que se estaba comprando nitrito de amilo con «propósitos indeseables».

      Se podría decir que el vapor del popper se adhirió al corpus de la comunidad gay; su omnipresencia influyó incluso en quienes no lo consumían. Igual que los medicamentos, los cosméticos, las hormonas o los alimentos procesados, el popper penetraba en la gente. Como mínimo, los anuncios de las revistas que mostraban a los consumidores de popper como hombres musculosos montados sobre motocicletas se introdujeron en la mente de los lectores y ejercieron una especie de poder biopolítico, afectando a cómo algunos de nosotros nos percibimos como objetos sexuales y como hombres (más en el capítulo 3).

      Al igual que en las ilustraciones de Tom of Finland, estos anuncios retrataban a hombres con pectorales como timbales, pantalones de cuero y deseosos de ser follados. Puede parecer una combinación subversiva, pero creó un estándar de hombre homosexual casi tan limitador como el estándar de ser fuerte y heterosexual. «La estructura biomolecular y orgánica del cuerpo es el último escondite de estos sistemas de control biopolítico», escribe Paul B. Preciado en su libro Testo yonqui. «Este momento contiene todo el horror y la exaltación del potencial político del cuerpo»20.

      Que la afirmación de Preciado de que esto es a la vez horror y exaltación resuene a través de estas páginas. Como cualquier otra droga, el popper es bueno y es malo. O quizá ni una cosa ni la otra, excepto cuando el pensamiento lo hace ser así. El objetivo de este libro no es argumentar a favor o en contra del popper. Mi deseo es trascender esa y otras dualidades. Tal y como veremos en los próximos capítulos, los vapores del popper están presentes en nuestras vidas, nos guste o no, normalmente en forma de algo de diversión. Poca gente se lo piensa dos veces antes de consumir popper. La mayoría no sabe que existe, y sin embargo lo consume. El informe anual sobre el uso inadecuado de medicamentos del Ministerio del Interior británico recogía que en 2016 una de cada doce personas había consumido nitrito de amilo21. (El Ministerio del Interior dejó de preguntar por el nitrito de amilo en los siguientes informes).

      Las botellitas marrones están entre nosotros. Quizá las conociste porque Chantelle, la de tu calle, se trajo una a la esquina del patio del colegio y todos inhalasteis y os sentisteis raros y fue gracioso y ya está. O porque trabajabas en un bar gay y el popper te ayudaba a relacionarte con tus compañeros. O porque necesitarás inhalarlo para que se te relaje el ojete y puedan penetrarte esta noche. Puede que lo inhales bailando en una discoteca. Este uso ha estado de moda y en declive cíclicamente durante décadas. Puede que lo hicieras a finales de los noventa cuando el éxtasis perdió protagonismo. Podrías haber estado oliéndolo en un club de sexo en los setenta en San Francisco sin imaginar que el entusiasmo por el popper duraría tanto y que incluso habría un libro al respecto. Podrías haber vertido una botella en un gran vaso de Coca-Cola, haberlo agitado para que burbujeara y después haber inhalado el vapor dulce para aumentar el subidón. O quizá te guste derramarlo en un calcetín que luego enrollas y te metes en la boca. Puede que hagas eso si eres un fetichista de pies y usas el calcetín de alguien después de haberlo llevado durante unos cuantos días. Las personas y sus filias son versátiles. Podrías tragarte el líquido, pero entonces estarías muerto.

      Podrías ser una mujer, o una persona no binaria, intersexual o transgénero, queer o asexual, heterosexual, poliamorosa, monógama… o simplemente estar abierta a inhalar tus sentimientos para transportarte a un futuro al margen de descripciones y categorías. Quizá tengas un ritual privado. Guardas tu botellita escondida en el fondo del frigorífico. La sacas unas horas antes de cuando planeas usarla, acumulando las ganas de una noche reservada solo para ti, inhalando y pajeándote. O quizá te encuentres con otros, conectados y haciendo lo mismo, observándolos a través de la pantalla.

      Los bares están para beber alcohol, las discotecas para bailar, las gasolineras para repostar. El único momento en el que el popper es el centro de la actividad es en las habitaciones de videochat compartidas entre usuarios que se lo toman en serio (capítulo 7). En la mayoría de las ocasiones, el popper es periférico. Incluso en un sex shop de un país en el que su venta es legal, es discreto: botellitas que se suelen guardar tras un plástico o detrás del dependiente. Las marcas se esfuerzan por gritar a su público potencial con nombres como FIST (puño), BRAIN FUCK (follada mental) y BANG!!. Usan una imaginería estridente o extrema. Pero sus diseñadores gráficos se ven constreñidos a una etiqueta pequeñita que no tiene mucho poder en una tienda llena de dildos desproporcionados y trajes de látex. Estas obras de arte en miniatura se abren paso a través del espacio oficial de la tienda con etiquetas que mienten. Los vendedores confían en que quien tiene que saber, sabe.

      El popper es divertido, pero también es una presencia importante en muchas vidas, en la mesita de noche y en el historial de compras por internet. Es sorprendente que el vapor que sale de una botellita pueda convertirse en parte de alguien, pero espero que estos capítulos muestren cómo esto llega a ocurrir. No son una carta de amor al popper, ni tampoco una advertencia. Son solo una recopilación de hechos y pensamientos. Este libro empezó como una charla que di en el sótano del edificio Rose Lipman en Dalston como parte del Fringe! Queer Film & Arts Festival en 2019. El edificio fue concebido como biblioteca, pero yo usé el espacio para contar una historia que aún no era un libro. Seis meses más tarde Amália pegaría su línea blanca en