Rafik observa discretamente a una pasajera cuya presencia destaca entre las demás. Acaba de sentarse unas filas más adelante de su lugar después de haber acomodado a sus acompañantes músicos en el mismo vagón, con la intervención del controlador. El paso del carrito de comida invita a los pasajeros entrados en pláticas animosas a retomar sus asientos. Abogado como su padre y su abuelo, el corazón de Rafik resiente su estado de soltería desde la ruptura del compromiso con Rasha, la novia elegida por su familia y los comadreos de los vecinos que finalmente se habían apaciguado. Rafik declina los alimentos ofrecidos con tal de no perderla de vista. Nota que la mujer pide un café capuchino, por el sencillo placer de ver al encargado encender la mini batidora y colocarla en la taza humeante de un café instantáneo de sabor indefinido, para conseguir elevar una espuma bien elaborada hasta el punto del desborde. Rendida, la mujer toma unos sorbos simbólicos antes de abandonar la bebida en la mesita plegable junto con la cuenta y la propina reunida por un par de libras. Coloca su bolsa como almohada y cierra los ojos mientras la vida campesina sigue desfilando por las ventanas.
Alejandría, Damanhur, Tanta, Birkat El Saba, Quesna, Banha, El Cairo, un plano secuencia de 200 kilómetros cuyo rodamiento crea un ritmo acompasado sobreimpreso, acentuado por los frenos en cada parada. El campo extiende su alfombra verde, sus escenas de vida que detrás de la ventana transcurren como rollos de película que se graban en cada vuelta de rueda en los rieles. Los celulares vibran o suenan al entrar en Mahatta Masr.13 Disculpas puntuadas por un sinnúmero de fatalistas malesh.14
“Usted estaba en el Turbini, hace una semana, y…” Rafik se quita las gafas oscuras y me mira intensamente con la sonrisa irresistible de los vencedores del destino férreo. “Tardé dos días en encontrarla”.
Yúsef y Nabila
Son aproximadamente las cuatro de la tarde y en el cielo aún se advierte un azul declaradamente fuerte, pero dentro de media hora se verá teñido de pardo. Desde los tiempos del Egipto antiguo, el viento que recorre el desierto de Egipto a Israel marca la temporada del Khamsín,15 una serie de ráfagas de arena que acechan por cincuenta días seguidos varias ciudades egipcias en una carrera airosa desenfrenada. En cuestión de minutos, el cielo caerá sin remedio sobre Alejandría y la arena se introducirá por los mínimos espacios dejados abiertos en las habitaciones. Resistir será entonces inútil, el Khamsín seco y polvoroso se infiltrará en la boca, oprimiendo así la respiración, y en los ojos de los transeúntes que seguirán platicando por las calles. Más bien será preciso regresar a casa para encerrarse, esperando que el mensajero de arena haya cumplido con su tormentosa tarea estacional.
En este momento, Nabila llega su hogar después de haber limpiado el departamento del edificio de enfrente. La casa de Yúsef y de Nabila es una construcción armada provisionalmente arriba del techo de un edificio cuya vista da al mar. Habitar en medio de la profusión de las antenas parabólicas no ilustra ningún sueño, sino que más bien representa la única posibilidad para la pareja de vivir cerca de la costa. Nabila se apresura en recoger la ropa tendida antes de que el viento se encargue de repartirla por toda la ciudad. Todavía sentado en las rocas rompeolas que protegen la Corniche16 de los desbordes marítimos, Yúsef, con la paciencia innata de los pescadores, espera hasta el último momento para replegarse. Las palmeras envueltas en fundas lucen derechas como paraguas cerrados que quieren defenderse del viento violento cargado de polvo que amenaza con arrancarlas. Ahora es cuando la lluvia podría desatar su furia al instante. Al igual que todos los días, Yúsef había madrugado para escoger el mejor punto y aprovechar el momento cuando los peces suben a la superficie del agua para comer, pero hoy, inicio del calendario de las tormentas, era seguro que no habría pescado para cenar. ¡Ojalá Nabila tenga un poco de ful17 servido con esh18 para ofrecerle! Pensó Yúsef al recoger su mochila vacía.
Cierro mis ventanas, corro las cortinas y coloco trapos para tapar las aperturas por las que se podrían colar las partículas de arena. Prefiero no imaginar de qué manera podría desaparecer la casa improvisada en el techo durante los primeros días de la primavera.
Sherín
En el suq19 de Mansheya, la calle más angosta se llama Shera es-setta.20 Ahí, en medio del tumulto femenino, los artículos colocados en un orden atrevido son regateados hasta el agotamiento por el vendedor y la desesperación de la clientela. Las mujeres deambulan en unifila para surtirse de retales, botones, hilos o perlas. En este espacio, que amenaza con encogerse en cada instante por el desbordamiento humano, resulta imposible rebasar al de enfrente sin tropezarse contra uno de los muchos puestitos bizarros que lo bordean. Los colores se mezclan con las esencias y los anuncios sonoros vanaglorian el mejor precio o calidad. Sherín saca delicadamente de su bolso un velo de tela delgada y frágil para entregárselo al costurero; Noha, su amiga de la infancia, curiosea por las tiendas de telas.
Los ojos casi cerrados y la respiración contenida, Sherín ya no puede mirar de frente; la impresión de encontrarse súbitamente frente a su amor anterior a unos días del festejo de su nuevo compromiso con un ejecutivo bancario se convierte en una lista de dulces recuerdos que no hacen más que entrechocarse. Sherín toma asiento para recuperar el aliento. Su relación con Hazem estaba hecha de sentimientos amorosos y bellas palabras mientras las familias calculaban o emprendían negociaciones interminables en torno de los bienes.
Regresan de golpe las agujas del reloj temporal para llegar al instante cuando la unión entre Sherín y Hazem se deshiló brutalmente por decisión paternal. Al no haber alcanzado un capital que le permitiera comprar un departamento, Hazem había tenido que renunciar a la boda y al amor de Sherín. Sabía que su prometida nunca iba a aceptar casarse sin la aprobación de sus padres.
La tela rosa corre debajo de las agujas de la máquina procurando no romperla. Es el velo nupcial revelador del compromiso inminente de la mujer. ¿Se puede remendar una vida o reparar el pasado con tal de intentarlo nuevamente? Noha saca a Sherín de su ensoñación sin percatarse de la presencia sutil de Hazem. Procura admirar el rosa sutil del velo y lo dobla rápidamente para convencer a la futura desposada de acudir a la imprenta a recoger las invitaciones.
Recorriendo las calles alejandrinas, siento mis pasos despertar un pasado que no era mío. Si de alguna esquina surgiera un hombre de otro siglo para contarme su historia olvidada por mi familia ¿lo escucharía o bien seguiría con paso redoblado mi propio camino?
Mohamed
El edificio número 9 de la calle Sultán Hussein es el territorio asignado a Mohamed el bawab21 como lo había sido también el de su padre y su abuelo, un campesino desarraigado llegado de su Nubia22 natal para probar su suerte alejandrina medio siglo atrás. Cada mañana, Mohamed saca un banquito consolidado precariamente con pegamento para sentarse en la calle a escuchar los pájaros matutinos y saludar a los empleados madrugadores o a los niños de uniforme escolar. Cuando no se encuentra en la calle, Mohamed vigila la entrada del inmueble desde su diminuto cuarto ostentosamente llamado portería, ubicado del lado izquierdo del elevador. Adentro, un colchón desgastado ocupa casi la totalidad del lugar y se alcanza a ver hasta el fondo una puerta de acceso al patio interior para revisar de