El Padre Pío. Laureano Benítez Grande-Caballero. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Laureano Benítez Grande-Caballero
Издательство: Bookwire
Серия: eBOOK
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788428563758
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alemana del siglo pasado, que ofreció su vida a sufrir por la salvación de las almas, explicaba así su misión: «Mira, el Salvador es justo, y por eso tiene que castigar. Pero es también bondadoso y quiere ayudar. El pecado que se ha cometido tiene que ser castigado. Mas, cuando otro asume el sufrimiento, se satisface a la justicia y el Salvador es libre para desplegar su bondad».[9]

      Ante estas palabras, lo más fácil es calificar esta actitud como propia de una debilidad masoquista, que se suele hacer extensiva a toda práctica penitencial basada en infligirse sufrimiento. Pero los testimonios de las almas vicarias contradicen este prejuicio. A pesar de su ofrecimiento como alma víctima, Teresa Neumann nunca escondía su temor a sufrir. A quienes le llamaban la atención sobre este hecho, les respondía: «Mira, el sufrimiento no puede gustarle a nadie. Tampoco a mí me gusta. Ninguna persona ama el dolor, y yo también soy una persona. Pero amo la voluntad del Salvador y, cuando Él me envía un sufrimiento, lo acepto porque Él lo quiere así. Pero el sufrimiento a mí no me gusta».[10]

      Parecidas palabras le dirigió el Padre Pío a su hija espiritual Cleonice Morcaldi en cierta ocasión, cuando ésta le interrogaba sobre el sentido de su sufrimiento: «No creas que a mí me gusta el sufrimiento en sí mismo; me gusta y se lo pido a Jesús por los frutos que produce: da gloria a Dios, salva a las almas, libera las del Purgatorio. ¿Qué más puedo querer?».

      Todas las almas víctimas tienen como misión salvar a través del amor, no del sufrimiento, pero sólo se consigue la salvación entregándose al sufrimiento para redimir a los demás, como hizo Jesús entregando su vida por amor a nosotros. El Padre Pío también donó su vida para este fin, plenamente aceptado:

      «Todo se resume en esto: estoy devorado por el amor a Dios y el amor al prójimo. ¿Cómo es posible ver a Dios que se entristece ante el mal y no entristecerse de igual modo? Yo no soy capaz de nada que no sea tener y querer lo que quiere Dios. Y en Él me encuentro descansado, siempre al menos en lo interior, y también en lo exterior, aunque a veces con alguna incomodidad. Jesús se escoge algunas almas y, entre ellas, en contra de mi total desmérito, ha elegido también la mía para ser ayudado en el gran proyecto de la salvación humana. Y cuanto más sufren estas almas sin alivio alguno, tanto más se mitigan los dolores del buen Jesús. Éste es el único motivo por el que deseo sufrir cada vez más y sufrir sin alivio; y en esto encuentro toda mi alegría».

      El apostolado del sufrimiento

      Pedir voluntariamente padecer penalidades en lugar de otra persona es la forma más pura de ejercer el sufrimiento vicario, sin duda la más perfecta y difícil, y por eso parece reservada a las almas elegidas de los santos, hasta el punto de que constituye uno de los caminos más directos para alcanzar la santidad. Consciente de que la dureza de este camino no lo hace adecuado ni asumible por la mayoría de los creyentes, el Padre Pío en su correspondencia

      desaconsejaba a muchas personas que se ofrecieran como almas víctimas, pues conocía las enormes dificultades de este carisma.

      Sin embargo, el carisma de alma víctima dentro de la Iglesia no está destinado solamente a los santos, o a personas de extraordinaria categoría espiritual, aptas para resistir las duras pruebas del sufrimiento vicario. Más bien podemos decir que está abierto y disponible para todos aquellos creyentes que son llamados a esta misión sacrificial por el mismo Cristo, ya que hay otra modalidad más sencilla y asequible de sufrimiento reparador para el común de los mortales, que consiste en ofrecer nuestros propios sufrimientos, es decir, aquellos que nos corresponden por prueba o expiación, con la intención de aliviar o eliminar los padecimientos de otras personas, incluyendo la petición de misericordia para sus pecados, y la conversión y salvación de sus almas.

      «A vosotros que sufrís, os pido que nos ayudéis. Pido que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión a la cruz de Cristo».[11]

      «Muchos hombres y mujeres en la historia de la Iglesia han sido llamados a abrazar esta fuerza del evangelio del sufrimiento en grados altísimos de oblación y ofrecimiento. Estos, llamados almas víctimas, cooperan de manera particular con la obra redentora de Cristo en cada generación. La Cruz es reproducida en sus vidas transformándolos en víctimas de amor. Ellos abrazan la Cruz por amor a Cristo, en plena comunión con Él y en imitación plena del Maestro, ofreciéndose como Él, con Él y en Él, por la salvación de la humanidad y para el bien de toda la Iglesia».[12]

      Santa Teresita del Niño Jesús decía: «Ofrezcamos nuestros sufrimientos a Jesús para salvar almas. Pobres almas... Jesús quiere hacer depender su salvación de un suspiro de nuestro corazón ¡Qué misterio! No rehusemos nada a Jesús» (Carta 85). «No perdamos las pruebas que nos envía, son una mina de oro sin explotar» (Carta 82).

      En sus apariciones, María ha hecho continuos llamamientos a la necesidad de sacrificarse por la salvación de las almas. Por ejemplo, en la revelación en Fátima del 13 de agosto de 1917: «Orad y haced sacrificios por los pecadores, porque hay muchas almas que van al infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por ellas».

      Esta modalidad de victimación está abierta a todos los creyentes, aunque suponga indudablemente un cierto grado de heroísmo: «Por eso, debemos tomar partido en esta lucha permanente contra el mal y contribuir con nuestro granito de arena en la construcción de un mundo mejor. Ofrezcamos con amor nuestros sufrimientos por la salvación de los pecadores. ¿No querrías ser tú de esas almas heroicas que se han consagrado al Señor para salvar a los pecadores? Estas personas ofrecen su vida y sus sufrimientos por la salvación del mundo. Son almas enteramente disponibles para cumplir en ellas la voluntad de Dios. Quieren arrancar a los pecadores de las garras de Satanás para devolvérselas a Dios. Pero ello no es posible sin amor y sin dolor. Algunos las llaman almas víctimas. Ellas son verdaderas maravillas de Dios, joyas de su amor, perlas preciosas, flores hermosas de su jardín. Son hostias inmaculadas y puras, como lo han sido todos los santos».[13]

      Fruto de esta corriente de espiritualidad ha sido la creación en los últimos tiempos de un número cada vez mayor de grupos institucionalizados y fundaciones que nacen con el exclusivo propósito de hacer del sufrimiento reparador su vocación y carisma más genuino. El conjunto de estas instituciones ha desembocado en el ámbito de la fe cristiana en lo que se conviene en llamar el «Apostolado del Sufrimiento», cuya idea motriz hay que buscarla en santa María Magdalena de Pazzi (1566-1607), que llevó una vida de continuo martirio por las almas –«¡almas, dadme almas!», decía continuamente–. Suyas son algunas de las frases más famosas sobre el sufrimiento vicario: «Padecer y no morir», «no morir, sino sufrir», «ni morir ni curar, sino vivir para sufrir». Por supuesto, también recibió los estigmas.

      Además de éstos, recibió los consiguientes e intensísimos dolores, violentas jaquecas y parálisis frecuentes, acompañados de una catarata de tentaciones de todo tipo: de fe, de ira, egoísmo, tristeza, falta de confianza en Dios, abandono de vida religiosa, todo tipo de pensamientos impuros... tan es así que pedía insistentemente:«Ya que me has dado el dolor, concédeme también el valor». Pero aun así seguía repitiendo: «Ni sanar ni morir, sino vivir para sufrir».

      Esta experiencia del apostolado del sufrimiento fue recogida y perfeccionada algo más tarde por santa Margarita María de Alacoque: «Todo mi apostolado consistió principalmente en abrazarme gozosa a la Cruz y en abandonarme amorosamente al Crucificado divino con gratitud del alma y con sed inmensa de su gloria. ¡Oh, aprended, pues, ante todo, la ciencia sublime de sufrir! ¡Sí, de sufrir amando y de cantar sufriendo para gloria del divino Corazón! Dejaos atraer desde el Calvario a su Calvario, sin vacilaciones ni cobardías... Ceded al imán de su Corazón crucificado... Y no temáis, porque Aquél que os ha inspirado el deseo ardiente, y el querer, sabrá también daros el poder con gracia superabundante. Acercaos, pues, al Tabernáculo del Rey de amor... Venid, llevándole gozosos, como ofrenda de apostolado, las dolencias... Ofrecedle, como rico tesoro, las flaquezas dolorosas de la salud quebrantada... Presentadle este precioso obsequio, y, colocándolo en la herida de su Corazón adorable, decidle con toda resignación, con celo ardiente y con amor apasionado: “Acepto Señor, la gloria incomparable de ser una partícula de la Hostia redentora