El ideal de un nuevo combatiente hipermotivado encontró su expresión arquetípica en las recién creadas tropas de asalto: los arditi. Estos aguerridos soldados de élite hacían gala de una elevada moral y disfrutaban de determinados privilegios: mejor comida, paga más elevada y más largos periodos de descanso. Sus acciones ofensivas combinaban el elemento sorpresa con la violencia extrema. No obstante, el número de unidades de asalto (reparti di assalto) era limitado, reuniendo en torno a 35.000 efectivos. Como emblema, utilizaban el agresivo símbolo de una calavera y una espada rodeadas por una corona de laurel. Si bien los arditi rivalizaban con los batallones de alpini en prestigio y fiabilidad en el campo de batalla, su contribución militar no puede decirse decisiva. Su mayor relevancia fue la de representar el arquetipo de una nueva mentalidad militar elitista, violenta e intransigente, que respondía a los anhelos de diversos intelectuales, como los futuristas, que habían enfatizado la acción y la violencia como medios para la consecución de un fin.20
De 1917 en adelante, mientras la Revolución rusa continuaba, todas las naciones contendientes21 –e Italia no fue una excepción– se vieron en la necesidad de implementar medidas de removilización para incrementar la moral de sus soldados. Es cierto que los discursos patrióticos lograron permear, en parte, a las clases bajas de los países beligerantes, proveyéndoles de un cierto sentido del honor con el que enfrentarse a una probable muerte en el campo de batalla, pero lo cierto es que el soldado medio continuó experimentando la guerra como una imposición.22 Para generar consenso entre las masas de soldados y sus familias, la propaganda del Estado combinó iniciativas de asistencia social con promesas de compensación material. En Italia, miembros de comités de retaguardia y nuevos periódicos de trinchera extendieron el espíritu intervencionista, difundiendo odio contra quienes eludían sus responsabilidades: «desertores» (emboscati), «oportunistas» (profittatori), pacifistas y derrotistas.23 No en vano, las autoridades se mostraban profundamente preocupadas por los eventos acaecidos en Rusia, donde los combatientes habían alimentado la revolución al unirse a los consejos de trabajadores y soldados (Soviets).
Por su parte, Mussolini observaba atentamente todos estos acontecimientos. En noviembre de 1917, cuando Georges Clemenceau fue nombrado primer ministro en Francia, Mussolini alabó la enérgica actitud del estadista francés, que se había comprometido con un mayor esfuerzo bélico nacional. Mussolini pensaba que la manera democrática de conducir la guerra conduciría «fatalmente» –como en Rusia– «al régimen de los Soviets, a los comités de trabajadores y soldados, y a asambleas de soldados que debatirían y rechazarían los planes estratégicos de los generales».24 El 20 de noviembre de 1917, Clemenceau declaró, en un discurso que abordaba las necesidades de los soldados franceses, que estos tenían «derechos por encima de los nuestros» (ils on des droits sur nous), una frase que haría fortuna entre los combatientes y veteranos franceses y que incluso les generó un sentido de superioridad moral. En Italia, mientras tanto, Mussolini se mostraba entusiasmado con las primeras iniciativas legislativas destinadas a apoyar a las familias de los soldados,25 como aquella que prometía tierras para los trabajadores agrícolas que ahora luchaban en el frente y que constituían el grueso del ejército italiano. Otra fue el establecimiento de la Opera Nazionale Combattenti (ONC), constituida en diciembre de 1917 por el Gobierno de Orlando. Esta institución abordaba los problemas endémicos de la agricultura italiana y propulsaba el desarrollo de la Italia meridional (Mezzogiorno), así como la reintegración de los soldados tras la guerra. La ONC transformó el viejo lema de «la tierra para los campesinos» (la terra ai contadini) en el eslogan «la tierra para los combatientes» (la terra ai combattenti). También en diciembre de 1917, el ministro del Tesoro Francesco Saverio Nitti creó políticas de seguro gratuito para soldados y oficiales.26
Más importante aún, en 1917 el Estado italiano, al igual que el resto de los países europeos, comenzó a abordar el problema de los soldados mutilados mediante una serie de medidas oportunamente promulgadas y que tuvieron éxito a la hora de mantener lealtades al esfuerzo bélico. Una institución oficial, la Opera Nazionale Invalidi di Guerra, comenzó a hacerse cargo de los veteranos discapacitados a partir de marzo de 1917, al tiempo que estos empezaban a organizarse para defender sus intereses. Diversos periódicos –sobre todo Il Popolo d’Italia– informaban de las actividades, reuniones y declaraciones de aquellos grupos. Estos fundaron la Asociación Nacional de Mutilados e Inválidos de Guerra (Associazione Nazionale fra Mutilati e Invalidi di Guerra, ANMIG), la cual se ganó la benevolencia de las autoridades al adoptar una postura patriótica distanciada de los socialistas y de cualquier otro partido. De hecho, la ANMIG se convirtió en la interlocutora del gobierno en materia de pensiones. Durante la crisis de Caporetto, algunos grupos de mutilados fueron todavía más lejos en su apoyo al esfuerzo bélico y, alineados con los intervencionistas, se lanzaron a perseguir a los enemigos internos con extremado celo.27 Así, el Gobierno y los intervencionistas consiguieron impedir que se formase el tipo de organizaciones de veteranos socialistas o de orientación democrática que sí surgieron en Francia o Alemania.28
A lo largo de 1917, los discursos y representaciones de los veteranos mutilados en Il Popolo d’Italia presagiaron la función mítica que los excombatientes tendrían en el Fascismo. En la primavera, el periódico defendía que no solo había que ofrecer a los veteranos pensiones y asistencia, sino también el honor y el respeto de la patria. Además, admitiendo que el Estado había adquirido compromisos con los exsoldados incapacitados, se apuntaba que estos no estaban exentos de la obligación de contribuir de forma productiva a la nación, es decir, que no se les debía permitir convertirse en «parásitos». Los intervencionistas celebraron especialmente esta última idea, ya que subrayaba el compromiso inquebrantable de los mutilados con el esfuerzo bélico.29 Así, el ideal representado por estos veteranos patrióticos se convirtió en un elemento esencial de la cosmovisión protofascista de Mussolini.
El texto que sirvió para definir el papel mítico que tendrían los veteranos en la ideología del Fascismo originario fue un notorio artículo escrito por Mussolini en Il Popolo d’Italia, «Trincerocrazia». Es muy importante considerar el contexto en el que Mussolini lo escribió: no fue otro que diciembre de 1917, tras la batalla de Caporetto, cuando diversas partes del norte de Italia se encontraban todavía bajo la ocupación enemiga. En aquellos días, la ANMIG se iba asentando en múltiples ciudades italianas; grupos de activistas mutilados animaban en prensa a la lucha contra el enemigo exterior e interior. Pero los sacrificios también estaban engendrando expectativas para el futuro. Como un herido escribió en La Voce dei Reduci: si tras la guerra pudiera llegar a convertirse en primer ministro, lo primero que haría como tal sería ratificar los derechos de los combatientes: «derechos nuevos para gente nueva».30 Inspirado por el mismo espíritu, Mussolini, que muy probablemente leyó ese artículo,31 recuperó entonces su concepto de trincerocrazia para delinear el papel que se otorgaría a los veteranos de guerra en el futuro. Mussolini describió la formación en las trincheras de una «nueva aristrocracia» –concepto