La persona del terapeuta. Ana María Daskal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ana María Daskal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561428638
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estas escuelas de pensamiento.

      También incorporé temas relevantes del ejercicio profesional, como por ejemplo: ¿Qué espacio ocupan nuestros pacientes en nuestras vidas? o ¿por qué elegimos ser psicólogos clínicos?, pasando por otros temas que no son frecuentemente abordados en las formaciones clínicas, como el abuso sexual entre terapeutas y pacientes. Finalmente, he adjuntado un set de propuestas para trabajar la persona del terapeuta, ya sea individual o grupalmente.

      Los invito a acompañarme en este recorrido.

      2. DE PERSONAS Y PERSONAJES

      Reflexionar sobre la persona del terapeuta nos enfrenta a ciertos sobreentendidos: ¿Acaso los terapeutas no son personas? ¿Cómo y hasta qué punto se puede trazar una línea divisoria nítida entre la persona del profesional y el ejercicio de su profesión, al tratarse de profesiones que tratan a personas en su salud mental? ¿Es posible que la salud mental del terapeuta no intervenga en su quehacer?

      Los antiguos debates psicosociológicos sobre las personas y el rol parecen presentes en esta manera de nombrar. ¿Acaso se podrá buscar otra manera?

      En Psicología se usó el término “persona” para referirse a un individuo humano, tanto en sus aspectos psíquicos como físicos, que lo hacen un ser único y singular. Siguiendo esta definición, el desempeño de las funciones terapéuticas ¿no formaría parte de los aspectos psíquicos y físicos del ser humano que eligió esta profesión? ¿No lo hace acaso de una manera singular y única? Si así fuera, sería redundante hablar de la “persona” del terapeuta, porque una tendría implicada a la otra.

      Pero el tema se torna más interesante si buscamos las raíces latinas de la palabra y nos encontramos con que su etimología se refiere a “personaje o máscara”. Efectivamente pareciera que cuando se habla de la “persona del terapeuta” nos estamos refiriendo a alguien que está “detrás de” una máscara o más allá de un personaje.

      Cuando vamos en búsqueda de qué es un personaje, por otro lado, más que encontrarnos con representaciones de seres humanos, nos vemos enfrentados a construcciones mentales en las que intervienen las imágenes y el lenguaje. Cualquier cuento tradicional infantil, por ejemplo, nos deja en claro la variedad de personajes que han sido creados, a lo largo de los siglos, con ciertas características generalmente estáticas, y que cumplen funciones dentro de una determinada trama. Para ilustrar: “la bella durmiente del bosque” es un personaje que simboliza la pasividad femenina, mientras que su dependencia a un hombre (quien es el único que la puede sacar de su letargo) es la idealización del amor.

      Considerando esta definición de personaje me atrevería a afirmar que, en nuestro espacio de trabajo, a los psicoterapeutas se nos enseñó y se nos enseña a ser más personajes que personas.

      Desde hace más de 130 años hasta nuestros días, distintos profesionales de la salud mental –así como instituciones docentes y entidades creadas para la investigación y el tratamiento de las enfermedades mentales– fueron escribiendo nuestros libretos: nos fueron otorgando funciones, nos fueron dirigiendo para que sepamos qué decir, qué hacer, cómo y dentro de qué escenario tiempo-espacial podemos hacerlo.También, según las épocas, nos fueron dictando cómo debíamos presentarnos vestidos, qué reglas y normas debíamos cumplir, y a quiénes debíamos admirar, reverenciar y/o desestimar.

      Dentro de estos dictados siempre hubo personajes “ganadores” y “perdedores”, y también aquellos que participan de los bailes en palacio y los que no tienen derecho a entrar. Hubo y hay “Cenicientas” a las que se les otorga un derecho de participación por un ratito, pero que saben que se les acaba rápido la pertenencia.

      En los libretos aparecen también los personajes que hacen las tareas difíciles, tediosas, las que a nadie le gusta hacer; los que están entre bambalinas, subiendo y bajando telones, poniendo las luces, corriendo muebles, pasando frío en los inhóspitos pasillos o salas mal equipadas; los que, finalmente, tras mucho esfuerzo diario personal, logran que la escena luzca bonita y salga una buena crítica de los actores en el periódico.

      Hay personajes complejos, difíciles de encasillar, intensos y con mucha personalidad, así como hay otros a quienes llamamos “anodinos”, porque sujetan la escena con su simpleza pero difícilmente van a ser recordados.

      En esta dualidad entre personas y personajes hay quienes ven en la persona lo que se esconde más allá del personaje.

      Tal vez quienes primero hablaron de la “persona del terapeuta” se apoyaron en esta última idea: lo que está más allá del personaje del terapeuta.

      ¿Qué características se le fueron prescribiendo a este personaje dentro del libreto para su desempeño en las consultas psicológicas?

      Es alguien…

      •Imparcial

      •Autocontrolado

      •Paciente

      •Empático 24 horas al día

      •Respetuoso

      •Contenedor

      •Responsable

      •Sensato

      •Desinteresado económicamente

      •Sincero

      •Genuino

      •Que sabe de la vida

      •A quien no le pasan las cosas que le ocurren a sus consultantes

      •Que tiene respuesta a todas las preguntas

      •Éticamente irreprochable

      •…casi inmortal.

      Observando que en los currículos de las Escuelas de Psicología tanto actuales como del pasado hay una ausencia de trabajo sobre la persona de los terapeutas, se hace evidente que el entrenamiento se dirige a capacitar personajes que encarnen gran parte de dichas características. Aunque es obvio, a simple vista, que es una tarea imposible e insalubre.

      El problema radica en que los actores de cine o teatro siguen un entrenamiento específico para saber cómo adoptar un rol, cómo salir de él, cómo contactarse con las emociones que le producen su rol, cómo manejar su expresividad y cómo encarnar a alguien distinto a sí mismo. Pero en las universidades para psicoterapeutas, así como en la mayoría de las instituciones de postgrado, se enseña a mirar al público: si se lo ve cansado, triste, contento, satisfecho, dispuesto a volver a ver la función, si entró o no en contacto, si se retira antes de que termine la obra. Pero, mientras tanto, lo que les ocurre a los actores no es parte de la formación.

      Se suele presentar el mismo tema bajo otra nomenclatura: es la que disocia entre lo “personal” y lo “profesional”. Esta división/disociación, proveniente predominantemente del modelo de formación médico, considera lo profesional como el rol y lo personal como “lo que está más allá”.Y desde esta mirada, se presentó como dicotómico lo subjetivo y lo objetivo. Citando a Cavagnis (2000: s/n):

      El patriarcado, la cultura occidental y la modernidad han privilegiado la objetividad y la confrontaron con la subjetividad, constituyéndolas como pares antitéticos. El objetivismo fue el amo en el dominio de la ciencia, la racionalidad, la verdad y la imparcialidad y el subjetivismo dominó el ámbito de las emociones, la intuición y la imaginación.

      ¿Cómo se estimula esta disociación en el caso de los futuros psicoterapeutas? En general (y de manera abarcadora) enseñando a no incluir los propios sentimientos, las autopercepciones y las intuiciones dentro del espacio terapéutico: o sea, estimulando el estar pendiente del público-paciente, desconectándose de las propias vivencias de los actores.

      Incluso la expresión “es alguien muy profesional” es usada muchas veces para referirse a alguien que actúa “como se debe”: que pone distancia afectiva, que solo se remite a la enfermedad y sus posibles abordajes, que no deja ver nada de sí mismo y que