Dicho esto, soy muy consciente de la distancia entre lo que me gustaría haber hecho y lo que finalmente he podido hacer. He leído tanto como he podido, pero no he leído tan extensamente como hubiera deseado, especialmente en lenguas extranjeras. Mi estrategia fue la de intentar leer la suficiente bibliografía continental, ya fuera original o mediante textos traducidos, para comprender cómo piensan los historiadores de otros países y, entonces, llenar los vacíos en inglés o con otro material traducido que podía obtener del francés y –a escala más reducida– del español, el italiano y el alemán. Sin duda, las limitaciones de mis conocimientos lingüísticos habrán sesgado mi comprensión y seguro que los lectores mejor informados podrán darse cuenta de ello. Soy también muy consciente de que el tratamiento de ciertas partes de Europa es mejor y más profundo que el de otras. Hay ciertas explicaciones para ello. El oeste, el sudoeste y el centro del continente han dominado durante mucho tiempo los análisis sobre Europa, por lo que un texto introductorio e interpretativo como este necesitaba, sobre todo, conectar con dichas áreas. Asimismo, se puede alegar que las regiones relativamente urbanizadas de la Europa Centro-Occidental y Mediterránea experimentaron un tipo particular de complejidad política que requiere su espacio para ser debatido y que, por diversas razones, ese ha sido uno de los principales objetivos del libro. En último lugar, simplemente es mucho más fácil obtener conocimientos de estas regiones que de muchas otras (y más fácil, en inglés, estudiar la Europa Centro-Oriental, por ejemplo, que Escandinavia, Rusia, los Balcanes o el mundo bizantino/otomano). No obstante, lamento no haber logrado saber más sobre el este y el norte, y cabe destacar que me parece evidente que las comparaciones entre la Europa «Occidental», «Oriental», «Septentrional» y «Meridional» (reconociendo la tosquedad de dichos términos) nos enseñarían muchas cosas. Sería excelente observar a fondo el Sacro Imperio Romano Germánico junto a Bizancio, o comparar la expansión del Principado de Moscú y la de los otomanos, o poner un reino como Escocia al lado de los de Dinamarca o Suecia; pero todo ello va más allá de lo que personalmente he podido llevar a cabo. De todos modos, espero haber aprendido y haber tenido en consideración los suficientes aspectos como para ofrecer una especie de introducción y servir de base a una amplia interpretación que otros, si piensan que merece la pena, podrán cuestionar, perfeccionar o desarrollar.
Mientras trabajaba en el libro me he beneficiado de la ayuda de muchas personas. Ante todo, estoy muy agradecido a los que me han alentado desde el principio –al difunto Rees Davies y a Barrie Dobson, Michael Jones y Steven Gunn, que leyeron mi propuesta inicial y realizaron valiosos comentarios–. Con Steve tengo además otras deudas: tuvo la gentileza de leer y hacer comentarios sobre el capítulo 4 y ha sido una sólida fuente de apoyo y consejo a lo largo de todo mi tiempo en Oxford. También fue suya la idea de comenzar un seminario sobre historia europea bajomedieval, que durante la última década hemos dirigido entre él, Malcolm Vale y yo –más tarde junto a Natalia Nowakowska–. He aprendido muchísimo de ellos y también de las más de ochenta personas que han pasado por el seminario; he tratado de no picotear sus ideas y de acreditar sus obras publicadas allá donde fuera posible, pero, en cualquier caso, me gustaría agradecer aquí, con su permiso, el influjo de un trabajo de visión general, brillante e inédito, que Henry Cohn presentó sobre «El Imperio en el siglo XV: ¿decadencia o renovación?». También me gustaría dar las gracias a Jean-Philippe Genet por involucrarme en diversos proyectos y congresos colaborativos: aunque difiero en ciertos aspectos de su interpretación de los desarrollos de este periodo, me he beneficiado enormemente de su trabajo y su conversación, de las conexiones que me ha abierto con otros autores en Francia y otros lugares, y de su generosidad. Tengo otras dos grandes deudas, con David Abulafia y David D’Avray. Ambos me dieron amablemente su apoyo en una serie de convocatorias del Art & Humanities Research Council, de las que solo la última fue exitosa, y les doy las gracias por su ayuda y paciencia. Al primero todavía le debo más. Mis primeros conocimientos sobre la Europa medieval fueron con David Abulafia en otoño de 1983 y su inspiración, consejo y crítica han sido absolutamente inestimables a lo largo de los seis años en que he trabajado en este libro. Con una agenda repleta, fuera como fuera encontró tiempo para leer el manuscrito entero, en determinadas partes dos veces, y me ofreció su ánimo generoso y ciertas correcciones fundamentales: le estoy extremadamente agradecido por todo ello. Otro conjunto de colegas y amigos también han buscado tiempo para leer determinados apartados del libro: estoy muy agradecido a Catherine Holmes, Natalia Nowakowska, Jay Sexton, Serena Ferente, Jan Dumolyn, Jenny Wormald, David Rundle y Len Scales, por las molestias que se han tomado con mi trabajo, a menudo en momentos altamente inconvenientes. Finalmente, me gustaría dar las gracias a Robert Evans, Jeremy Catto y Craig Taylor, por sus consejos en determinados pasajes, y a Magnus Ryan, por los muchos debates inspiradores que hemos mantenido sobre la Europa bajomedieval: una vez ideamos escribir juntos un libro como este y estoy seguro de que la presente obra hubiera sido mucho más notable si finalmente la hubiéramos hecho entre los dos. Si bien todas estas personas han intentado prevenirme de cometer errores, y he hecho lo que he podido para evitarlos, asumo naturalmente toda responsabilidad por cualquier fallo cometido.
También me han ayudado diversas instituciones. Siento que estoy en profunda deuda con la Facultad de Historia de Oxford, y también con mi college, el Corpus Christi. Por un lado, nunca me habría atrevido a intentar escribir un libro como este sin el ánimo y el estímulo de los colegas de Oxford. Por otro lado, la universidad, la facultad y el college me han ayudado de manera tangible: estoy muy agradecido por el permiso retribuido de dos trimestres que me concedió la universidad y por el de otro trimestre más que me facilitó la facultad; el Corpus me dio igualmente un permiso de dos trimestres, y estoy agradecido a su presidente y sus fellows, en especial a mi excelente colega en Historia, Jay Sexton, que gestionó la situación durante mis dos largas ausencias. También agradezco el permiso retribuido de un trimestre que me otorgó el Art & Humanities Research Council mediante su (ahora amenazado) «permiso de ausencia por investigación»: no puedo imaginar cuándo podría haber acabado el libro sin haber recibido dicha ayuda. Finalmente, me gustaría agradecer a Michael Watson, Helen Waterhouse y los otros integrantes del equipo de Historia de la Cambridge University Press: además del hermoso trabajo que han hecho con el libro, agradezco su ayuda y su paciencia.
Finalmente, agradezco a mi compañero, Adrian. Este libro ha sido una gran prueba para él –no en vano piensa que la única cosa interesante de la Edad Media es la Peste Negra, que apenas si recibe una mención